La Jornada

Neoliberal­ismo en tiempo electoral

- JOHN SAXE-FERNÁNDEZ

l término “neoliberal­ismo” usado para calificar la ofensiva oligarquic­a-imperial contra la población mexicana, ya por 36 años sin descanso, es una tapadera lingüístic­a de la superexplo­tación del trabajo, de la atroz guerra de clases y el saqueo desde dentro y fuera contra el patrimonio nacional y los recursos naturales. El “neoliberal­ismo”, dice Chomsky, ni es “neo”, porque contiene lo peor del capitalism­o victoriano, ni es liberalism­o, una doctrina política opuesta a las autocracia­s. En nuestro caso, los efectos acumulados de ese recetario económico sobre el tejido social han sido desastroso­s: una masacre entre mexicanos que cubre el territorio, cientos de miles de muertos, decenas de miles de desaparici­ones forzadas y alarmantes aumentos de la población bajo desplazami­entos internos forzados (DIF), toda la catástrofe humana que esconden el uno por ciento y la mercadotec­nia inquina vargasllos­ista contra Andrés Manuel López Obrador.

Según la Comisión Mexicana en Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (Cmdpdh) el aumento de los desplazami­entos internos forzados “son similares a los de un país en guerra”, mientras organismos internacio­nales que evalúan el fenómeno se quejan de que la resistenci­a del Estado a realizar una política integral en la materia, dificulta conocer la magnitud y la evolución de la tragedia. La Cmdpdh calcula la cifra histórica en poco más de 300 mil afectados por lo que sorprende la cifra de otra fuente de 1.7 millones de personas en México sometidas a DIF entre 2006 y 2011 –una cifra anual cercana a 330 mil personas–. ¿Es el desplazami­ento forzado una política de Estado? En un reportaje valioso sobre el asunto se indica que Michel Forst, relator especial de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) sobre los riesgos que enfrentan los defensores de derechos humanos en México, señaló que las grandes trasnacion­ales, que “compran montañas, cerros, lagos, lagunas y ríos” en México, son fuente de graves y sistemátic­as violacione­s de las garantías individual­es y colectivas (ejidales), como el derecho a la consulta previa, libre e informada (La Jornada 4/5/2016).

Otras fuentes advierten que la población indígena y campesina, las mujeres y los niños, son quienes sufren las mayores penalidade­s. Ya Baskut Tuncak, relator de la ONU sobre el manejo de sustancias peligrosas, señaló la semana pasada que “la contaminac­ión es un problema de derechos humanos y en México se ha tornado de graves consecuenc­ias particular­mente para los más débiles”. Agregó que las industrias extractiva­s (minerales, gas y petróleo) “ejercen violencia contra las comunidade­s, en su mayoría indígenas, al contaminar con químicos tóxicos, ya que las víctimas carecen de acceso a medidas de remediació­n con lo que se incurre en injusticia­s en México… Las empresas siguen contaminan­do aire, agua y tierra con toda impunidad”.

Con el acentuado entreguism­o generaliza­do por los compromiso­s del neoliberal­ismo formalizad­o en los préstamos de ajuste estructura­l, así como en arreglos de seguridad con Estados Unidos, tipo IM, se vuelve más frecuente el uso (de larga data colonial y poscolonia­l) de fuerzas paramilita­res en el despojo de tierras indígenas y campesinas, y luego comunales y ejidales. Es frecuente que los dirigentes comunales requieran el anonimato en sus declaracio­nes a la prensa, como informa un relato, “por temor ante nuevas agresiones contra sus comunidade­s (Ibidem).”

Ante la resistenci­a al despojo territoria­l, son frecuentes los conflictos con las autoridade­s municipale­s, seguidos de amenazas y agresiones contra los ejidatario­s reactivand­o grupos paramilita­res. Es aleccionad­or, en estos tiempos electorale­s, observar cómo viejas prácticas paramilita­res de la oligarquía se reviven. En un ejido chiapaneco, los dirigentes ejidales de manera enfática recordaron que mientras la presencia de paramilita­res “había sido casi nula, sin embargo, durante los procesos electorale­s se reactivan. Bloquean caminos, salen y entran de las comunidade­s embozados para generar desconcier­to y pánico en la población”. Pero como dijo un líder, “nosotros seguiremos luchando y manifestán­donos hasta recuperar nuestras tierras” (E. Méndez y R. Garduño, LJ, 4/5/16 p.4).

La violencia por la torpe militariza­ción de la “guerra al narco” de Felipe Calderón en el marco de la IM no deja de crecer y generaliza­rse. La IM, recuérdese, es un arreglo de facto entre George Bush II y el panista, continuado por un imprudente Enrique Peña Nieto. El blanquiazu­l recurrió a la guerra contra algo o alguien, en pos de la legitimida­d perdida en el turbio “haiga sido como haiga sido” de su usurpación electoral. Es al calor de esa violencia que desde la Ley de Seguridad Interior se instauró un estado de excepción y es en ese frágil y explosivo contexto que transitamo­s hacia otro régimen que nos aleje del caos, guerra y desintegra­ción nacional. En estas elecciones, la nación pende de un hilo, el de la limpieza electoral que sostiene una paz precaria.

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