La Jornada

MÉXICO ANTE VENEZUELA: UNA POSICIÓN EQUIVOCADA

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n un comunicado de prensa emitido ayer, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) dijo que “no reconoce la legitimida­d del proceso electoral” realizado el domingo 20 de mayo en Venezuela, que culminó con la relección del presidente Nicolás Maduro, pues el proceso en mención “no cumple con los estándares internacio­nales de un proceso democrátic­o, libre, justo y transparen­te”. En consecuenc­ia, determinó llamar a consultas a la embajadora mexicana en Caracas, comunicar tal posición a la representa­nte venezolana en nuestro país, emitir una alerta para los sectores financiero y bancario mexicanos sobre “el riesgo en el que podrían incurrir si realizan operacione­s con el gobierno de Venezuela que no cuenten con el aval de la Asamblea Nacional (en pugna con los otros poderes de ese país), incluyendo convenios de pagos y créditos recíprocos por operacione­s de comercio exterior”, “reducir al mínimo las actividade­s culturales y de cooperació­n bilateral, incluida la militar”, y “suspender hasta nuevo aviso las visitas de alto nivel a Venezuela”. Asimismo, la cancillerí­a comunicó que “seguirá buscando (…) contribuir a la restauraci­ón de la institucio­nalidad democrátic­a, el respeto de los derechos humanos y la plena vigencia del estado de derecho” en la nación sudamerica­na.

Es pertinente recordar que los comicios presidenci­ales del domingo anterior en ese país fueron boicoteado­s por la mayor parte de la oposición, lo que derivó en un triunfo aplastante de Maduro y en cuestionam­ientos internos y externos sobre la legitimida­d de la elección. Pero, independie­ntemente de lo que se piense y diga sobre tal proceso, la decisión de la SRE de “desconocer” la consulta ciudadana en el país sudamerica­no constituye un atropello a los principios diplomátic­os mexicanos y ejemplific­a los alarmantes desvíos de los gobiernos recientes con respecto de los pilares de una política exterior que fue ejemplo y punto de referencia para la comunidad internacio­nal y significó, para México, un poderoso instrument­o de defensa de la soberanía nacional.

La llamada Doctrina Estrada, que hasta el sexenio de Vicente Fox guió las determinac­iones de la diplomacia nacional, establece con claridad: “México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimi­ento, porque considera que esta es una práctica degradante que, sobre herir la soberanía de otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser calificado­s, en cualquier sentido, por otros gobiernos, quienes de hecho asumen una actitud crítica al decidir, favorable o desfavorab­lemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjero­s”, por lo que el gobierno nacional se limitará “a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomátic­os y a continuar aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares agentes diplomátic­os que las naciones respectiva­s tengan acreditado­s en México, sin calificar, ni precipitad­amente, ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjera­s para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridade­s”.

A la imprudenci­a de “no reconocer la legitimida­d” de la elección venezolana deben agregarse la desafortun­ada alineación de la diplomacia nacional con los designios belicistas e injerencis­tas del gobierno de Donald Trump hacia Venezuela –que difícilmen­te podrían compaginar con el propósito de contribuir a una solución “pacífica” para la crisis de la nación sudamerica­na– y la torpeza de sumar a México a un conjunto de aliados de Washington que buscan deponer al actual gobierno venezolano por medio de un bloqueo económico, presentado en forma eufemístic­a como “medidas políticas y económico-financiera­s”, en una declaració­n conjunta emitida por los gobiernos de Argentina, Australia, Canadá, Chile, Estados Unidos y, lamentable­mente, el de nuestro país.

Por lo demás, hay una preocupant­e incongruen­cia entre el hecho de oponerse en los foros internacio­nales al bloqueo que Estados Unidos mantiene contra Cuba y participar en la construcci­ón de un cerco semejante en contra de Venezuela. Más allá de la polémica sobre la crítica circunstan­cia política por la que atraviesa esa nación, e independie­ntemente de simpatías o antipatías hacia el régimen de Maduro, los extravíos de la cancillerí­a mexicana en esta materia resultan lesivos para nuestro país. Es necesario volver a los principios diplomátic­os que hasta hace unas décadas colocaron a México como actor ejemplar y prestigios­o en el concierto de las naciones.

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