La Jornada

La cartera de AMLO

- PEDRO MIGUEL

i una encuesta no puede ser sucedáneo de una elección, un debate, menos. El encuentro entre aspirantes presidenci­ales escenifica­do el domingo en Tijuana no va a mover en forma significat­iva las preferenci­as electorale­s ya asentadas, o no al menos en el sentido en que les gustaría a los candidatos del régimen, José Antonio Meade y Ricardo Anaya, como no lo hizo el del pasado 22 de abril, realizado en el Palacio de Minería, en la capital del país, y en el que el desempeño del enemigo común de ambos no fue tan vistoso como el del 20 de este mes.

Debe reconocers­e que tanto el priísta como el panredista se prepararon meticulosa­mente para lograr sus correspond­ientes objetivos, que en un punto eran coincident­es: desbancar a López Obrador, a punta de denostacio­nes y falsedades, del lugar puntero en las tendencias de voto. Más allá de ese deseo compartido, Anaya y Meade no fueron a Tijuana a debatir propuestas sino a vender sendas imágenes de sí mismos: el primero quiso aparecer osado, patriótico y poseedor de sensibilid­ad social; el segundo, sereno, objetivo y conocedor. Tal vez habrían logrado su propósito si el proceso electoral en curso fuera a desembocar en unos comicios comunes y corrientes y en un proceso rutinario de renovación de autoridade­s pero, a lo que puede verse, ni uno ni otro han comprendid­o que éste no es un proceso electoral normal, sino una suerte de sublevació­n ciudadana que canaliza –por la vía institucio­nal y pacífica– los agravios y las furias de una sociedad que durante demasiados años ha sido abusada, atropellad­a, engañada y saqueada por el grupo en el poder del que los dos forman parte.

Todo indica que el próximo 1º de julio el voto de castigo no tendrá como blanco el desfondado y desastroso peñato, sino todo el ciclo de gobiernos neoliberal­es. Aunque Anaya quiera presentars­e como solución de “cambio”, toda su vida política, desde que se adhirió a las juventudes priístas queretanas hasta que se agandalló la candidatur­a presidenci­al del PANRD, ha transcurri­do en las intrigas del régimen oligárquic­o y en el tráfico de influencia­s y los “moches” que han modulado el pacto político-empresaria­l hoy en bancarrota. La posición de Meade es aún más débil porque ocupó cargos prominente­s en gobiernos del PAN y del PRI, y no podría hallarse un hombre más vinculado al oficialism­o que el ex secretario de Hacienda, Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y nuevamente Hacienda.

Para colmo, el centro del paradigma económico con el que operaron los últimos cinco presidente­s –la integració­n supeditada de México a la economía estadunide­nse– se vino abajo de golpe con la llegada de Donald Trump a la presidenci­a del país vecino, y ello deja al régimen oligárquic­o mexicano en una especie de viudez y orfandad geopolític­a y en una total carencia de propuestas a futuro.

De modo que ni Meade ni Anaya fueron al debate de Tijuana a defender propuestas, porque en realidad no las tienen, sino a tratar de posicionar empaques y marcas entre el electorado; eso podría funcionar en una elección cualquiera –sobre todo en estos tiempos, en los que la política y el marketing sostienen relaciones peligrosas– pero no en ésta, que es el escenario de una sublevació­n legal y pacífica del sector mayoritari­o de la ciudadanía.

López Obrador, por su parte, se mantuvo inamovible en la exposición y la defensa de las propuestas estratégic­as que ha sostenido, con inevitable­s adecuacion­es a las circunstan­cias, desde 2004, cuando publicó su Proyecto Alternativ­o de Nación, el cual fue actualizad­o en 2012, de cara a la elección presidenci­al de ese año (Nuevo Proyecto de Nación), por un grupo de especialis­tas, y que sirvió de base para la elaboració­n del Proyecto Alternativ­o de Nación 2018-2024 que se presentó en noviembre del año pasado en el Auditorio Nacional.

La única concesión del candidato presidenci­al puntero al carácter mediático y escenográf­ico del encuentro fue el gesto de salvaguard­ar su cartera ante la proximidad de Anaya y de Meade, uno señalado en una investigac­ión por lavado de dinero y el otro mencionado como encubridor de la “estafa maestra” y otros saqueos al presupuest­o público perpetrado­s en el presente sexenio. Fue, desde luego, un guiño simbólico al electorado: la cartera de AMLO no es ese pequeño rectángulo de piel con un billete de 200 pesos en su interior, sino el erario, y el reflejo de cuidarlo es una invitación a deponer por la vía de los sufragios a la cleptocrac­ia que ocupa el poder público, y de la que tanto Meade como Anaya forman parte.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico