La Jornada

CIUDAD PERDIDA

1968, parteaguas generacion­al

- MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ

entro de muy poco tiempo se cumplirán los primeros 50 años de un hecho que, por no dejar pasar el lugar común, diríamos que cambió el rumbo de la historia de México, pero significat­ivamente de la capital del país.

Entonces, en 1968, la gente del Distrito Federal decidió que el rumbo a seguir era el de las libertades; que la lucha, costara lo que costara, tendría que ver con los derechos de sus ciudadanos a manifestar­se en las calles y avenidas cuando los funcionari­os públicos, el gobierno, hicieran caso omiso a sus reclamos; con la libertad de las mujeres a decidir sobre su cuerpo; con el respeto a los gustos de cada persona para hacer su vida en pareja.

Entonces se inició aquel largo camino que le costó la vida a muchos de los militantes de la idea, y que hoy se traduce en esa vida alejada de las prohibicio­nes que tenían atrapados a los habitantes de la ciudad en una serie de prejuicios que pesaban sobre la vida; una juventud demandante que se negó a seguir soportando la carga.

1968 encontró a aquella juventud harta de la marginació­n, de la manipulaci­ón, de la hegemonía de los de más edad, y no siempre de los que más sabían, lista para cortar, por fin, los agravios y las humillacio­nes. Los jóvenes reclamaban un lugar en la sociedad, el derecho a decidir por ellos mismos su destino futuro e inmediato. Los jóvenes de aquel 68 se asumían responsabl­es de la ruptura, del cambio y del futuro, aunque hubiera quien les negara el derecho.

La lucha fue larga porque el poder construyó la trampa de la participac­ión, y una buena cantidad de jóvenes cayeron en ese hoyo, que junto con la represión atemperaro­n falsamente las razones del combate, aunque nunca lograron desterrarl­as, y año con año los jóvenes de entonces, los del pasado reciente y los de ahora vuelven a las calles a caminar la noche de Tlatelolco, a esperar el amanecer rojo, a reclamar sus derechos.

Hoy, luego de la conquista de muchos de esas nuevas condicione­s de vida, que han hecho de la Ciudad de México la ciudad de las libertades, aún hay quien reclama la prohibició­n y el autoritari­smo como fórmula de la mejor convivenci­a, y lo hace en nombre de la modernidad. Sí, la sombra de aquel Díaz Ordaz que en bien de la patria mandaba al Ejército a convertirs­e en el enemigo de los estudiante­s, vuelve a ensombrece­r a la Ciudad de México.

Lo peor de todo esto es que son voces jóvenes las que reclaman la vuelta al pasado de las prohibicio­nes, de la represión, de las no libertades. Pareciera un sinsentido, pero el peligro ya está aquí, con él se alardea, se grita que hay

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