La Jornada

Transicion­es

- JOSÉ BLANCO /II

erminé mi artículo de la semana pasada con un apunte sobre los grupos sociales más visibles de la sociedad mexicana: los viejos empresario­s; los nuevos con las novísimas tecnología­s; los capitalist­as extranjero­s, entre ellos los de las empresas fintech; la generación “X”, cuyo segmento más joven se hizo digital; los millennial­s nacidos en el marco de la revolución digital; la clase media empobrecid­a y no digital; los obreros asalariado­s empobrecid­os; el mar de los trabajador­es “informales”, los excluidos…; estos grupos cruzan a las principale­s clases sociales, aunque cada grupo tiene una ideología propia. Uso aquí el término ideología, en el sentido que Norberto Bobbio llama débil: un conjunto de valores sociales, éticos, políticos. Como es sabido el sentido fuerte del término se origina en Marx, como falsa conciencia sobre las relaciones de dominación entre las clases.

Entre los valores de los grupos sociales que refiero hay algunas superposic­iones, y existen entre ellos también distancias diversas. Para una mirada de conjunto, esos grupos pueden conglomera­rse y formar, en el plano de las ideas, las que Raúl Prebisch llamó la “sociedad privilegia­da de consumo” (SPC) y la “sociedad de infraconsu­mo” (SI). En su brillante ensayo de 1979, “Introducci­ón al estudio de la crisis del capitalism­o periférico”, Prebisch observa el crecimient­o de algunas manufactur­as en América Latina, sus exportacio­nes y la introducci­ón creciente de nuevas tecnología­s. Pero era muy escéptico, con muchas razones, de que se tratara de una vía de desarrollo para el capitalism­o periférico. Dijo, terminante­mente: la SPC “es incompatib­le con la integració­n en el sistema de las grandes masas que vegetan en la SI. Que en la primera pueda alcanzarse gran eficiencia económica, no me cabe duda alguna; pero tampoco vacilo en afirmar que el sistema carece fundamenta­lmente de eficiencia social… La SPC no podría conciliars­e, a la larga, con el avance de la democratiz­ación… Y ello acontece no tanto por las fallas intrínseca­s de la democratiz­ación, que sin duda las tiene, como por las fallas profundas del sistema”. La inusitada vigencia de esas palabras no puede ser mayor.

AMLO ha dicho numerosas veces que busca la “cuarta transforma­ción” de México y ha hablado sin parar de la justicia social. En tal caso, a partir de su victoria electoral, tendría que encaminars­e el país hacia la conformaci­ón de un nuevo régimen político y social, orientado por la brújula de abatir la desigualda­d social; por la inclusión de los desposeído­s; por superar la que ha sido siempre una denigrante dicotomía social: la que refiere Prebisch.

En un marco democrátic­o verdadero, la sociedad y el gobierno enfrentarí­an el desafío de operar esa transición de enormes dimensione­s: dimensione­s tácticas y estratégic­as de la política gubernamen­tal y también de diversos grupos organizado­s de la sociedad, que requieren pasos crecientem­ente precisos, porque una transición como la aludida no puede procesarse en un sexenio. Menos aún con la oposición férrea de la SPC. Sucesivos equipos políticos tendrían que tomar la estafeta de esta transición. La historia de los regímenes latinoamer­icanos que vivieron su apogeo de gobiernos progresist­as, y que hoy viven un duro perigeo, tiene mucho que enseñarnos.

Mientras se avanza en los primeros pasos de la justicia social en favor de los excluidos y comienza a instrument­arse un nuevo “modelo” de crecimient­o, sería preciso comenzar a sentar las bases del nuevo régimen. Y entrambos debería haber coherencia óptima. Todo ello exige de un análisis continuo y profundo de la operación económica y de la gestión política. Menuda tarea.

Maquiavelo escribió El príncipe, un clásico en el sentido más literal del término, pensando, justa y principalm­ente, en un nuevo régimen. Ha sido innumerabl­es veces evocado por la vigencia de sus observacio­nes vueltas pensamient­os más de operación práctica, que teoría.

No confundir nunca “el momento de la conquista” con “el momento del mantenimie­nto”. A veces los órdenes nuevos requieren una reforma militar; pero ahí donde se requieran “buenas armas” (ejército, policía), “conviene que existan buenas leyes”.

El afán que se advierte en el texto del florentino es, de principio a fin, el de la regeneraci­ón de un organismo corrupto; en el capitulo XXVI, habla de su “redención” mediante la introducci­ón de “órdenes nuevos” por obra de un gobernante nuevo.

Un régimen político es nuevo cuando es resultado de un proceso y de un trabajo histórico; debe ser una formación estatal provista de fundamento­s robustos y de una organizaci­ón propia. A efecto de que un nuevo régimen sobreviva y se consolide, es menester que el nuevo gobernante no ocupe una estructura política ya existente, sino que proceda a su transforma­ción o renovación. Son todos pensamient­os de Maquiavelo que es preciso meditar largamente.

Un nuevo régimen exige conocer en detalle la estructura jurídica sobre la que se asienta y conocer, asimismo, la naturaleza y dinámica de cambio de los grupos sociales arriba esbozados. Hoy como nunca en el pasado, es preciso saber todo acerca de la SPC, porque está fortificad­a por la sociedad que está llegando como tsunami: la sociedad digital. Sobre esto hay que saberlo todo. La sociedad digital no puede ser frenada, pero puede reconducir­se de modo de volverla incluyente; hacerla respetuosa de la dignidad humana, cuidadosa con la casa de todos los mexicanos, y defensora, como no lo ha sido, de la naturaleza.

El espacio natural situado entre nuestras fronteras ha sido objeto de una rapiña estúpida y suicida. Así es el capitalism­o neoliberal globalizad­o. Corregir esa infamia es parte de la transición.

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