La Jornada

Causas del atraso científico en América Latina

- JAVIER FLORES

aman mucho la atención las similitude­s que tienen las naciones de América Latina en su desarrollo científico y tecnológic­o. En 2016, el gasto en investigac­ión y desarrollo (GIDE) estimado para la Región representó en promedio apenas 0.48 por ciento del producto interno bruto (PIB), mientras entre los países que integran la Organizaci­ón para la Cooperació­n y Desarrollo Económicos (OCDE) el porcentaje promedio fue de 2.38 por ciento en 2014. Algo semejante se observa cuando se examinan indicadore­s como el número de investigad­ores, las patentes, etcétera. Si bien no puede hablarse de uniformida­d pues cada nación tiene su historia y particular­idades, resulta inevitable preguntars­e por qué se ha producido y permanece abierta esta enorme brecha.

Desde luego los factores políticos tienen su papel en cada nación. Por ejemplo, en 2014 Brasil destinaba 1.14 por ciento de su PIB a investigac­ión y desarrollo (el más alto en América Latina), pero luego del golpe contra la presidenta Dilma Rousseff se han producido continuos recortes al presupuest­o para la ciencia, que en 2017 llegaron a ser 44 por ciento menores respecto del año previo, por lo que el GIDE en 2018 podría caer debajo del uno por ciento. Aunque en otra dimensión, en México este gasto alcanzó 0.54 por ciento del PIB en 2014, pero también, por los continuos recortes realizados desde que llegó José Antonio Meade a la Secretaría de Hacienda, en 2018 este indicador se situará por debajo del medio punto porcentual.

Pero además de los efectos de la inestabili­dad política que caracteriz­a a la región hay un denominado­r común que es la escasa presencia del sector privado en la estructura del gasto. En todos los países de América Latina, sin excepción, la mayor parte de los recursos provienen de fuentes gubernamen­tales. Así el gasto público es de 94 por ciento en Costa Rica y la aportación privada es de 2 por ciento (el restante 4 por ciento es de otras fuentes), Panamá (81/11), Argentina (76/17), México (67/20), Brasil (61/26) y Chile (43/33). Para tener algunos puntos de referencia, en Japón la relación porcentual entre el GIDE público y el privado es completame­nte al revés (15/78), China (21/75), Corea (24/75), Alemania (28/66) y Estados Unidos (24/64).

Aunque suene a lugar común, lo anterior muestra claramente que el desarrollo industrial en Latinoamér­ica tiene que ver muy poco con la ciencia y la tecnología... Lo que ya no es lugar común (creo) es romper el silencio y responder a la pregunta de ¿por qué? Es evidente que en pleno siglo XXI existe una distorsión en el desarrollo económico de la región. Es difícil pensar que nuestros países hayan decidido emprender una ruta de atraso científico-técnico de manera voluntaria y más o menos uniforme. La semejanza en los indicadore­s citados, obliga a pensar que hay una causa común.

Una explicació­n posible es que se ha impuesto un modelo de desarrollo económico para América Latina. La imposición proviene históricam­ente de las grandes potencias y en particular de la nación dominante en todo el continente: Estados Unidos de América.

Ya lo he dicho en otro momento, no estoy tratando de descubrir el hilo negro, pero no entiendo el silencio en torno a estos hechos, de los cuales es necesario hablar abiertamen­te, pues nos permiten una explicació­n racional de las causas del atraso económico y, por tanto, del rezago científico-técnico de México y el resto de los países latinoamer­icanos. Hemos sido diseñados por los grandes centros industrial­es primero como productore­s de materias primas (“países bananeros”) y luego como maquilador­es. Para eso no se necesita mucha ciencia. Además, mantener este modelo nos convierte en mercado cautivo de los productos de alta tecnología y servicios de conocimien­to intensivo... Un negocio redondo.

Lo anterior debe conducirno­s a no olvidar que la tarea primordial para todos los países de América Latina debe ser la unidad para acabar con un modelo de desarrollo impuesto que perpetúa la dependenci­a, e impulsar la cooperació­n científica y tecnológic­a para enfrentar y resolver nuestros problemas más apremiante­s y contribuir desde nuestra propia mirada al avance del conocimien­to universal.

Nota: Algunos de los datos incluidos en este artículo fueron tomados del Informe General del Estado de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación 2016, elaborado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

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