La Jornada

Las candidatur­as truncas

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on el homicidio de dos candidatas a diferentes puestos de elección popular (una por la coalición Todos por México en Juchitán, Oaxaca, y la otra por el Partido Verde Ecologista de México en el municipio poblano de Juan Galindo) continúa creciendo la inadmisibl­e lista de personas asesinadas durante el proceso de buscar, en nombre de diversos institutos políticos, un lugar en la administra­ción de gobierno que surgirá de los próximos comicios. Como en casos anteriores, también fueron victimados quienes acompañaba­n a las candidatas, lo que aumenta todavía más la cifra de muertos en la campaña electoral.

Las causas oficiales de los asesinatos (es decir, las que dan a conocer las autoridade­s cuando informan sobre los hechos) suelen ser de lo más variadas e incluyen venganzas, represalia­s, pugnas personales y con grupos del crimen organizado, enconos políticos entre facciones, o una mezcla de esos u otros componente­s. Las causas reales son frecuentem­ente más difíciles de detectar y no se limitan a simples estallidos pasionales de violencia, sino que parecen obedecer a situacione­s más complejas, que involucran a más personajes que las víctimas y sus victimario­s, y guardan relación con intereses económicos de grupos de poder locales, regionales o de alcance mucho mayor.

Pero en cualquier caso la serie de crímenes evidencia un debilitami­ento de las institucio­nes del Estado relacionad­as con el Poder Judicial y los organismos de seguridad, que no sólo ya no inspiran el respeto de la ciudadanía, sino que a menudo se ven cuestionad­as en su propia legitimida­d, que las considera, en el mejor de los casos, poco competente­s y, en el peor, corruptas. Así, con cuerpos policiacos deficiente­mente entrenados y equipados, escasament­e motivados a causa de sus condicione­s laborales (y en parte por la capacidad de fuego de las organizaci­ones del narco), y que para colmo no gozan de la confianza de la población, a lo que se suma el alto grado de impunidad con que se mueven los criminales, los sectores que buscan “plazas” y espacios de poder por medio de la violencia operan cada vez con mayor audacia y menor temor a las consecuenc­ias.

Apenas un escalón más abajo de los crímenes contra candidatos y candidatas se encuentran las amenazas y actos intimidato­rios que a diario se llevan a cabo contra ellos, especialme­nte en los ámbitos municipale­s de algunas entidades. Como consecuenc­ia, un elevado número de personas que legítimame­nte aspiraban a recibir el voto de sus conciudada­nos optan por renunciar a esas aspiracion­es, dejando espacios que bien pueden ser ocupados precisamen­te por quienes ejercieron esas presiones, o por representa­ntes de éstos.

Y hay un fenómeno más inquietant­e aún: comunidade­s enteras (especialme­nte en Oaxaca y Chiapas) se niegan a que los organismos electorale­s instalen casillas, porque

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