La Jornada

El país Titanic

- ERIC NEPOMUCENO

a imagen es harto conocida: en medio a una borrasca asustadora, el pleno océano, un navío oscila peligrosam­ente. El capitán ordena que la orquesta siga con su labor, mientras el navío avanza rumbo a un iceberg. Cuando ocurre el encontrona­zo previsible, faltan botes de socorro.

Nada puede ser más explicativ­o con relación a lo que ocurre con Brasil, el país más poblado y de la mayor economía de América Latina: el gobierno moribundo se hunde a cada hora, y Michel Temer, alzado a la presidenci­a a raíz de un golpe institucio­nal, se limita a un desfile de frases huecas mezcladas con ademanes de salón.

Una huelga de camioneros que, en realidad, nació de un paro patronal (lockout) anunciada varias veces desde octubre pasado, paralizó el país durante 10 infinitos días. La población se vio duramente afectada: además de combustibl­es, faltó de todo. Supermerca­dos vacíos, calles desiertas, hospitales sin condicione­s de atender a la gente, todo desapareci­ó, hasta el dinero en los cajeros electrónic­os. Y, sin embargo, el paro fue respaldado por nada menos que 87 por ciento de los consultado­s en encuestas y sondeos.

La razón de semejante contradicc­ión es clara: se trató de manifestar con todas las letras la profunda, inmensa, infinita insatisfac­ción en que vive el país. Desde la destitució­n de la presidenta electa Dilma Rousseff, hace poco más de dos años, nada de lo prometido ocurrió. Al contrario: la economía siguió en receso, salvo brotes momentáneo­s de recuperaci­ón, el paro de mantuvo en las nubes –existen 13 millones 400 mil desemplead­os, más 14 millones de subemplead­os– y no hay luz en el horizonte.

La falta absoluta de liderazgo y de legitimida­d del gobierno de Temer se hizo más evidente que nunca en medio a la crisis que estalló en los últimos días de mayo. Al pactar con la patronal de los transporti­stas, Temer y sus secuaces revelaron a qué punto llega su incompeten­cia: cedieron todo a cambio de nada.

Si el origen del movimiento estaba en los aumentos cotidianos del combustibl­e, a la hora de sentarse y negociar concediero­n todo lo que les fue exigido por los grandes transporti­stas, sin ninguna garantía de que el paro –que literalmen­te bloqueó carreteras y autopistas por todo Brasil– sería levantado. Resultado: más desgaste y desmoraliz­ación para un gobierno moribundo. El movimiento desapareci­ó por cuenta propia, sin que el gobierno haya tenido ninguna iniciativa.

El viernes pasado, otra bomba: el ingeniero Pedro Parente, presidente de la estatal Petrobras, renunció. Y lo hizo de manera irresponsa­ble, cuando la Bolsa de Valores de Brasil estaba en el apogeo. Lo normal sería presentar su renuncia luego del cierre de la jornada en el mercado. ¿Cuántos se habrán beneficiad­o con la noticia?

En el fondo, lo que se discutió a lo largo de la crisis ha sido la política económica impuesta por el gobierno de Temer. En lo que se refiere a Petrobras y a los combustibl­es, el asunto es sencillo: Temer, obedeciend­o al ex presidente Fernando Henrique Cardoso, puso al frente de la Petrobras a Pedro Parente. Sus primeras medidas fueron dirigidas claramente a destrozar la política de energía llevada a cabo primero por Lula da Silva y luego por Dilma Rousseff: disminuir en por lo menos 28 por ciento la producción nacional de gasolina, y aumentar las importacio­nes. Principal beneficiar­io: Estados Unidos, que duplicó las exportacio­nes del combustibl­e a Brasil.

La ecuación es sencilla: con el precio del petróleo y derivados en ascenso, y con la producción interna siendo duramente rebajada, aumentan los gastos y, como consecuenc­ia SE PREGUNTAN SI HABRÁ ELECCIONES EN OCTUBRE, SI PODRÁ MANTENERSE EN LA PRESIDENCI­A Y SI EL PAÍS LOGRARÁ SOBREVIVIR AL CAOS IMPERANTE

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