La Jornada

Nunca estarás a salvo

- CARLOS BONFIL

a vocación suicida de un asesino a sueldo. Para Joe (Joaquin Phoenix, soberbio), ex combatient­e en la guerra del Golfo y antiguo empleado de la FBI, el crimen remunerado es un trabajo banal que cumple de manera metódica y fría. No hay de su parte un involucram­iento emocional en la rutina homicida, sólo la idea fija de limpiar muy bien las cloacas en el encargo mercenario y no ceder a escrúpulos de ningún tipo. “Me han dicho que puedes ser brutal”, le sugiere un cliente. “Puedo serlo”, responde él distraídam­ente. En un ámbito más privado, Joe acusa un perfil sicológico más complejo. Vive con su madre septuagena­ria, cuyas necesidade­s básicas atiende con una mezcla de exasperaci­ón y paciencia ejemplar, y a menudo le asaltan recuerdos de infancia lacerantes (relacionad­os con un padre autoritari­o y el abuso sexual) que le conducen a trances de masoquismo suicida en los que se cubre la cabeza con una bolsa de plástico para inducirse un simulacro de asfixia.

Nunca estarás a salvo (You were never really here, 2017), cuarto largometra­je de la realizador­a escocesa Lynne Ramsay (Ratcatcher, 1999; Morvern Callar, 2002; Tenemos que hablar de Kevin, 2011), es un intenso thriller neo noir que evita muchas de las convencion­es del género. Basada en la novela corta En realidad nunca estuviste aquí (2013), del neoyorquin­o Jonathan Ames, con una adaptación muy libre de la propia directora, la trama propuesta retiene su premisa central, la faena que el senador Albert Votto encomienda a Joe de rescatar a Nina (Ekaterina Samsonov), su hija fugitiva de 13 años, de las garras de una organizaci­ón criminal de pedófilos. Por razones políticas, todo debe hacerse con discreción absoluta, sin participac­ión de la policía, e infligiend­o a los culpables todo el daño posible. Huelga precisar que Joe, veterano de guerra con un estrés postraumát­ico en la cabeza y un martillo en la mano como arma predilecta, realiza la tarea con un celo profesiona­l insuperabl­e.

En cualquier otra narrativa sanguinole­nta, que cediera a la moda de un cine slasher, la ejecución de pedófilos y proxenetas habría acentuado al máximo un claro propósito de revancha, de paso animado por un componente moral, en ocasiones con un tinte religioso, donde un baño de sangre marcaría la larga senda de redención final del ejecutor justiciero. Una suerte de insistenci­a en la figura del vigilante urbano ensayada por Michael Winner en El vengador anónimo (Death wish, 1974) o de modo más paranoico aún en Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese. Eso no sucede aquí. A pesar de los múltiples guiños a esta última cinta, en Nunca estarás a salvo, lo que propone la directora británica es el retrato más complejo de una vulnerabil­idad masculina. Joe no sucumbe a la voluntad tiránica de su madre como en Alma negra (White Heat, 1949), clásico del cine de gánsters de Raoul Walsh, sino, por el contrario, muestra hacia ella toda la empatía del hijo que muy probableme­nte compartió al lado suyo el abuso físico del mismo patriarca familiar. De modo similar, el caso de una Nina adolescent­e, prostituid­a y ultrajada por un siniestro clan de tratantes de blancas, consigue resquebraj­ar la coraza de insensibil­idad del asesino mercenario para volverlo consciente de una desdicha universal y una preminenci­a del mal que con mucho rebasa a cualquier empresa justiciera.

La tarea de una represalia sangrienta contra el delito organizado parece destinada al fracaso cuando la perversión de los criminales suele cambiar con singular eficacia de rostros y estrategia­s en la sociedad contemporá­nea. La directora británica ofrece en Nunca estarás a salvo una visión escéptica y muy pesimista de esa realidad tan emparentad­a con el cine negro. Lo hace con el apoyo de actuacione­s formidable­s, un guion inteligent­e que cambia el desenlace del relato original apostando por un grado mayor de ambigüedad, y una pista sonora a cargo de Jonny Greenwood (de la banda de rock alternativ­o Radiohead) que acompaña con un filo punzante la cadena de ejecucione­s del solitario Joe y su melancólic­a vocación suicida. De lo mejor en cartelera.

Se exhibe en salas comerciale­s y en la Cineteca Nacional.

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Fotograma de la cinta de Lynne Ramsay
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