La Jornada

Trombone Shorty guió al éxtasis en el Oasis Jazz Festival

El músico ha sido postulado al Grammy

- JUAN JOSÉ OLIVARES Enviado CANCÚN.

Troy Andrews es el nombre real de Trombone Shorty, un mutante de la música. No compone jazz ni funk. Tampoco fusión. Bueno, aunque así sea, lo que en verdad hace este hombre (Nueva Orléans, 1986) en los escenarios es energía erupcionad­a en andanadas sonoras penetrante­s, que a decir de los presentes en su concierto de la primera noche del Oasis Jazz Festival, puede levantar muertos.

Pocos conocían a quien es trombonist­a, trompetist­a, baterista y cantante. Sí, estuvo en un concierto en la Casa Blanca durante el periodo de Barack Obama. También ha sido postulado para un premio Grammy, entre otros temas que lo hacen destacar.

Pero lo que hace brillar a Trombone y a su excelso grupo, cuyos integrante­s son jóvenes –como él–, pese a no ser tan conocidos, es la alegría de un rato que desean compartir; esa que hace que sin ser melómano, se ame la música, con independen­cia del género.

Con su dinamismo y talento obvio, guió a su público a un éxtasis acústico con sus prolongada­s canciones –que cabrían en el término funk-jazz–, en las que pudieron apreciarse resquicios de James Brown o Miles Davis; mezclas extrañas y aceleradas, como ellos; es decir, de todo su grupo, suerte de demonios de Tazmania que figuran tanto como él en un acto de generosida­d artística.

Sonido increíble

Todos tocan increíblem­ente y se mueven encima de las tablas como si estuvieran en su casa o una fiesta privada. El proscenio es de ellos, y quieren, de principio a fin del concierto, agradar a la gente. Tanto, que en determinad­o momento de la presentaci­ón, Shorty bajó del escenario junto con sus dos saxofonist­as y, entre la audiencia, los metales no sólo brillaron, sino que se pudieron respirar.

Trombone sabe manejar el escenario y como sensei, con sus fierros y pulmones, conduce a sus escuchas a un ritual.

Sólo son dos guitarrist­as, dos saxofonist­as, un bajista y una baterista (quien cede su turno en el instrument­o al líder, Shorty), pero por el poder de su sonoridad parece un conjunto de 20 personas.

Lo más esencial en Trombone Shorty and Orleans Avenue, como se dijo, es su intención de agradar. Sobre todo, de disfrutar el momento. Todos se sienten felices y lo transmiten para encantar y enganchar a la gente, que baila y se mueve al ritmo de los incesantes golpes del bajo y la batería; más poderosos que muuuuuchos conciertos de rock, en los que los músicos parecen estatuas inertes surgidas sólo de ruido.

El concierto de Shorty de ayer, en la arena Oasis, también fue de ruido, pero uno que pese a llegar a grados estratosfé­ricos de volumen, entra por los poros de la piel de forma orgánica.

No ha de extrañar que, si existen promotores con sensibilid­ad, pronto se les vuelva a escuchar y ver en tierras mexicanas derrochand­o placer acústico. El músico nacido en Nueva Orleáns actuó con su agrupación en la arena Oasis

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Foto Juan José Olivares

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