Transiciones
l orden neoliberal en el mundo está siendo asediado, desde hace ya algunos años, desde posiciones supremacistas y socialmente retrógradas, como desde posiciones socialmente progresistas (palabra olvidada). Los neoliberales de todas partes meten ambas posiciones en el mismo costal, como “fuerzas nacional-populistas”. Hay que ser caradura para cometer esa grosera equivalencia: Trump es lo mismo que Bernie Sanders; Corbyn es lo mismo que Paul Golding (partido trumpista Britain First, por ahora miniatura); Le Pen es lo mismo que Mélenchon. Los neoliberales tampoco distinguen entre su “liberalismo” político, y su “liberalismo” económico. Tal como ocurre en México.
En mis dos anteriores artículos hice un apunte de los principales grupos presentes en la sociedad mexicana, así como de los pasos iniciales para el diseño de un régimen político no-neoliberal. Es indispensable comenzar a revisar los rasgos y comportamientos especialmente de los grupos que opondrían la más dura resistencia, y probables sabotajes a un régimen político que buscara hacer de la política una herramienta para nivelar decididamente las aberrantes asimetrías que produce una sociedad dominada por el neoliberalismo, que ha creado a unos señores que no se creen, sino que son y han sido muy reales dueños y señores del país, hace décadas. Los hemos visto actuar en el curso de las dos o tres semanas recientes.
Los empresarios más encumbrados, y su gran arrogancia, al lado de sus aliados del espacio de la política, y sus intelectuales orgánicos, constituyen el núcleo duro del “liberalismo” político caníbal, un muy real poder fáctico situado en las antípodas de una democracia incluyente. La originalidad de su alegato es contra el “populismo”, del que no han mostrado saber al menos una pizca. Admitamos que votar AMLO es votar a un populista. El primero de julio próximo un populista, en ese escenario, habría ganado por la vía legal del sufragio. Las mayorías lo habrían decidido. En Estados Unidos podría ganar el populista Bernie Sanders, y se instalaría en la Casa Blanca, aunque hubiera miopes financieros que se lamentaran por ello. Más aún, en el Reino Unido podría ganar Jeremy Corbyn, y pasaría a ocupar el número 10 de Downing Street, aunque se rasgaran las vestiduras los tories.
El poder fáctico en México es el primer gran atasco que es preciso superar para avanzar en la gradual solución del enorme déficit de ciudadanía y de democracia que padece el país; sin ello, México no podrá ni soñar en ser un país que pueda despegar un proceso de desarrollo inclusivo auténtico.
Hasta ahora, sólo los olvidados de siempre habían sido señalados como un lastre para la democracia: los “ignorantes”, los excluidos del mundo ciudadano. He aquí que todos ellos son los que han creado al Andrés Manuel de hoy, aunque el poder fáctico pueda no entenderlo; ellos son el incipiente poder nacional popular que puede comenzar a cambiar el régimen erigido para la exclusión; ellos son quienes pueden ser la fuerza para una transición hacia una democracia incluyente. Los ha impulsado el régimen corrupto; los ha hartado la pobreza profunda, las desigualdades sociales y los privilegios de los millonarios.
Los excluidos poco tienen que ver con una democracia real que no existe porque los excluye; pero tampoco nada tienen que ver con la democracia los poderes fácticos instalados en la “sociedad privilegiada de consumo” de que nos habló Prebisch. Este segmento ínfimo de población es algo propio de un estatuto social oligárquico,