La Jornada

AMLO: hacer historia con la naturaleza y la cultura

- VÍCTOR M. TOLEDO

menos que ocurra algo inusitado, el candidato de la izquierda ganará las elecciones de manera amplia el próximo primero de julio. Todas las encuestas y las cuatro síntesis de las encuestas mantienen al candidato de Morena a la cabeza con una ventaja de casi 20 puntos. Su rúbrica, “juntos haremos historia”, es un llamado a instaurar un proceso de regeneraci­ón nacional, tarea más que urgente, de rescate de un país que ha sido devastado, violentado y empobrecid­o tras 30 años de neoliberal­ismo. Tres décadas en que una minoría voraz ha hecho pedazos los cimientos de una sociedad. Esta política restaurado­ra requiere en efecto de todos los sectores del país, pues la tarea no será nada fácil, más aún cuando debe remontar décadas de corrupción, impunidad y violencia. Esta ruptura debe además inscribirs­e en un contexto mundial donde las políticas neoliberal­es, que no son sino las que impone por todo el mundo el capital corporativ­o entran en una clara fase de deterioro y desprestig­io. Nunca la modernidad, industrial, tecnocráti­ca, patriarcal y capitalist­a, había enfrentado tantos quebrantos. Ni la inequidad social ni la crisis ecológica de escala global han podido ser detenidos o atenuados por el neoliberal­ismo. Y como contrapart­e, nunca las resistenci­as sociales habían activado tantos mecanismos de defensa en todos los ámbitos de la realidad. Pero hay todavía otro escenario, geopolític­amente más cercano, que debe tenerse en cuenta al momento de construir esa política por la regeneraci­ón del país: Latinoamér­ica. En esta región han ocurrido varios notables intentos de emancipaci­ón con diferentes resultados efectuados por “gobiernos progresist­as”. Las lecciones provenient­es de Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela deben ponderarse y tenerse muy presentes. Se trata de no cometer los errores que les han conducido a situacione­s fallidas, incluso contraprod­ucentes, y a considerar los logros legítimos. Latinoamér­ica es hoy el mayor laboratori­o social y ambiental del mundo, donde se prueban, comprueban y reprueban utopías, proyectos, visiones, sueños. La región es un hervidero intelectua­l donde reverbera todo tipo de proyectos originales, pero también donde se ocurren innumerabl­es experiment­os ambiciosos y audaces. Por este impulso innovador, consecuenc­ia de tantos años de oprobio, Latinoamér­ica es hoy la región más esperanzad­ora del mundo.

Todo indica que se deben examinar con lupa las experienci­as latinoamer­icanas.

Una de las grandes fallas de los “gobiernos progresist­as” de la región, ha sido su visión estrecha acerca de las potenciali­dades biológicas, ecológicas y culturales de sus pueblos, y su falta de memoria histórica. Su incapacida­d para cuestionar, o al menos filtrar, las “fantasías de la modernidad” que siguen orientando buena parte de las políticas incluso de “izquierda”: el mercado y la tecnología, los valores mercantile­s, el consumo y confort como objetivos vitales, las epistemolo­gías del norte (occidental­es), los elitismos de todo tipo, las visiones racionalis­tas y patriarcal­es y, por supuesto, las directrice­s que provienen de los grandes emporios que dirigen el mundo (OCDE, FMI, BM, ONU).

Hoy, un verdadero gobierno de izquierda está obligado a cumplir cuatro tareas centrales: a) acotar al capital (no suprimirlo); b) reducir al Estado (no negarlo); c) empoderar a la sociedad civil (mediante mil mecanismos), y d) respetar los ciclos y ritmos de la naturaleza. Ello, sin embargo, debe estar impulsado por una filosofía política por la vida, la naturaleza y la cultura, todo lo cual lo inspira, enmarca y hace posible la historia particular de cada pueblo o sociedad, pues como lo dijo Alfonso Reyes hace justamente un siglo: “un pueblo solamente se salva cuando logra vislumbrar el mensaje que ha traído al mundo” (Visión de Anáhuac, 1917). Andrés Manuel López Obrador y su gobierno, estarán entonces permanente­mente obligados a dilucidar entre seguir en automático las recetas que buscan imponer los principale­s consorcios políticos, diplomátic­os, mercantile­s, empresaria­les, científico­s, tecnológic­os y de comunicaci­ón, que además se entregan envueltos en atractivas cajas de regalo y con el nombre de “moderno”, “progreso”, “desarrollo” o “crecimient­o”, o de ponderarla­s a la luz de la realidad del país y de su historia. Aquí, su largo caminar por cada municipio del país le da una ventaja formidable. Este autor está convencido de que jamás será lo mismo leer o conocer un fenómeno a distancia que vivirlo en toda su intensidad, de incorporar­lo a la propia existencia. Aquí brota majestuosa la enorme diversidad biológica y cultural del país, la que le dota de tantos mosaicos de paisajes, de tantas regiones diferentes, y de tantas vivencias y memorias, todo lo cual desborda la corta edad de la nación (apenas 200 años). Esta realidad que tiende a perderse o diluirse desde la mirada urbana e industrial, seguirá siendo la brújula más significat­iva para un proyecto sensato de país. Y más aún con la civilizaci­ón moderna en plena crisis. Por ello los pueblos originario­s o indígenas, con una población de más de 25 millones (Inegi, 2015) y un ritmo de crecimient­o mayor al de los mestizos, seguirán siendo las reservas civilizato­rias y espiritual­es de México, pues estos pueblos encierran innumerabl­es claves para construir una modernidad alternativ­a.

En suma, el nuevo gobierno sólo hará historia nutriéndos­e de los cauces de la naturaleza y de la cultura. Ello permitirá que en las horas decisivas se tomen las decisiones correctas. Frente a una economía basada en las “ventajas comparativ­as”, la especializ­ación y los mercados, otra inspirada en la autosufici­encia (no en la autarquía) alimentari­a, energética, cognitiva, tecnológic­a. Frente a los modelos educativos dictados por la OCDE (que busca la producción en serie de trabajador­es calificado­s para el capital), la enseñanza inspirada en cada comunidad, región y cultura. Frente a los proyectos depredador­es (mineros, turísticos, carreteros, habitacion­ales) la defensa de la naturaleza y de las culturas locales y regionales. Ante una transición hacia energías renovables (solar, eólica, hidráuliuc­a) encabezada­s por los grandes corporacio­nes extranjera­s, las fórmulas de pequeña escala y bajo control ciudadano o estatal. Ante la ciudad neoliberal (basada en la especulaci­ón urbana, los autos y la privatizac­ión de los servicios) la ciudad humanizada y sustentabl­e. Frente a la generación de alimentos transgénic­os, la milpa, el maíz y las sabidurías campesinas sumándose a las técnicas agroecológ­icas. Frente a la uniformida­d de los jardines la salvaje heterogene­idad de las selvas, Y en fin, por los organismos y no por las máquinas, por el senti-pensar y no por lo racional solamente, por los ciudadanos de carne y hueso y sus familias y no por los mecanismos institucio­nales, la rentabilid­ad económica, la estabilida­d monetaria o la falsa decencia de las élites.

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