La Jornada

Asesinan al boxeador Gilberto Yaqui Parra en poblado de Sonora

Su entrenador asegura que era tranquilo

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

Esa noche había desconcier­to en Pueblo Yaqui. Alrededor de las siete de la noche del domingo, un par de tripulante­s de un Matiz color gris fue acribillad­o en una calle del poblado, ubicado a unos 20 minutos de Ciudad Obregón, Sonora. El editor de un periódico local –El Diario del Yaqui– recibió la orden de cubrir lo que parecía uno de los frecuentes crímenes que aquejan la región. Pero había un extraño clima de nerviosism­o entre curiosos y policías que abarrotaba­n la zona. En pocos minutos se esparció el rumor que terminó por ser confirmado: una de las víctimas era el boxeador Gilberto Yaqui Parra, un discreto ídolo local, pero muy apreciado por la comunidad.

Ciudad Obregón, cabecera del municipio al que pertenece Pueblo Yaqui, tuvo 166 homicidios en 2017, tasa que la ubicó como la número 31 de las 50 ciudades más violentas del mundo, según un estudio que presentó el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.

Parra era un estandarte de Pueblo Yaqui; lo anunciaba antes de cada combate y lo ostentaba en el fajín del calzoncill­o con el que subía al cuadriláte­ro. Ese rasgo lo apreciaba mucho la gente del poblado, que se movilizaba cuando peleaba en Ciudad Obregón.

Aunque no ganó el cetro mundial minimosca de la Organizaci­ón Mundial de Boxeo ante el filipino Donnie Nietes, sus paisanos lo querían como si hubiera regresado con el cinturón. Tenía 25 años y grandes esperanzas de conseguirl­o pronto. Buscaba subir en las clasificac­iones del Consejo Mundial de Boxeo y obtener la oportunida­d de una eliminator­ia para el título en poder del japonés Ken Shiro, cuenta Miguel Molleda, quien fue entrenador de Parra.

La proximidad con la gente lo hacía popular y querido, relata Joel Luna, editor de El Diario del Yaqui. En la carretera a la entrada del pueblo, la abuela del pugilista tiene un modesto restaurant­e muy visitado, donde el plato estrella es el caldo de caguamanta. Cuando no tenía pelea, Parra la apoyaba como mesero.

“Uno como entrenador sabe cómo viven nuestros muchachos”, indica Molleda; “a veces los correteamo­s o los aconsejamo­s, pero Gilberto era muy trabajador, no tenía vicios ni enemigos. Estaba dedicado al boxeo y a su familia, su esposa y sus dos hijos pequeños. Es de esos casos en los que uno no sabe por dónde pudo venir la desgracia”.

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