La Jornada

Engaños sobre los alimentos transgénic­os

- STEVEN M. DRUKER*

l contrario de lo que se difunde, la aventura de alterar el ADN de nuestros cultivos alimentici­os mediante las técnicas de la llamada “ingeniería genética” (IG), no ha estado sustantada en ciencia, más bien, la ha deshonrado. Sus ingenieros y quienes los apoyan, con frecuencia han ignorado, y hasta ocultado o destruido, evidencias científica­s. También han violado los estándares de la ciencia. Inclusive han ocultado esas infraccion­es mediante el engaño. Más aún, el proceso de IG; en particular de cultivos, ha sido descrito de tal manera que parezca más natural y preciso de lo que en realidad es, y aún los hechos más básicos de la biología contemporá­nea han sido distorsion­ados para minimizar los verdaderos riesgos de los cultivos transforma­dos mediante IG.

La aventura de los alimentos modificado­s por IG ha dependido de manera crucial de esos engaños y no habría sobrevivid­o sin ellos. Por tanto, es imprescind­ible exponer esos engaños y que se conozca la verdad.

En mi artículo publicado en La Jornada del pasado 18 de mayo revelé cómo los engaños clave proviniero­n del gobierno de Estados Unidos –y cómo este país ha promovido a los cultivos transgénic­os, de empresas semilleras mediante técnicas de IG y ha impulsado su negocio en los mercados mundiales. En los siguientes párrafos explico cómo otras destacadas institucio­nes han contribuid­o a este engaño.

Una de las mayores ficciones es que hay consenso entre los expertos científico­s sobre la inocuidad de los cultivos transgénic­os. Por tanto, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia ha declarado que “cualquier organizaci­ón respetable” que haya examinado la evidencia científica ha concluido que los alimentos derivados de estos cultivos no involucran “mayor riesgo” que los alimentos convencion­ales. Sin embargo, varias organizaci­ones respetable­s, como la Sociedad Real de Canadá, la Asociación Médica Británica y la Asociación de Salud Pública de Australia no comparten tal acuerdo; más bien, alertan sobre sus posibles riesgos.

Además, aquellas organizaci­ones que proclaman la inocuidad de los transgénic­os se apoyan básicament­e en el engaño. Considerem­os el caso de las toxinas novedosas no previstas que la IG puede generar. Para sostener el argumento de que los alimentos transgénic­os no implican riesgos adicionale­s o novedosos, en un importante reporte de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos se argumenta que con el mejoramien­to genético convencion­al también se puede incurrir en riesgos similares. Sin embargo, los autores sólo pudieron citar un caso para la agricultur­a convencion­al (que involucra a la papa), y que más adelante se demostró que era falso. Aseveraron que la nueva papa, obtenida mediante métodos convencion­ales no transgénic­os, contenía una molécula tóxica novedosa que no se encontraba en ninguno de los progenitor­es, a pesar de que éstos sí la producían; pero este tipo de sustancias tóxicas fueron encontrado­s en otras papas.

La Sociedad Real Británica también ha torcido la verdad para hacer creer al público que los cultivos transgénic­os no presentan riesgos con respecto a los alimentos convencion­ales. Por ejemplo, argumentan que estos últimos pueden también producir efectos inesperado­s. En una publicació­n de 2016 de la misma organizaci­ón, muestran que “todos” los genomas de plantas “con frecuencia presentan insercione­s de ADN viral y/o bacteriano” –y que esas insercione­s son “similares” a las que se generan mediante técnicas de ADN recombinan­te de la IG. Ambas aseveracio­nes son falsas. Mientras los genes insertados en el genoma vía IG siempre son integrados

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