La Jornada

ARTE Y TIEMPO

En El zoológico de cristal

- RAÚL DÍAZ

lguna vez, quizás una sola para algunos afortunado­s, pero, creo, todos sin excepción, hemos sentido la necesidad de ocultarnos, refugiarno­s, esconderno­s en algo para así sentir que nos defenderno­s de la realidad hostil que afuera nos acecha. Para protegerno­s de ese mundo y sus pobladores que quieren dañarnos y ante el cual estamos indefensos, atrapados sin salida.

De esta situación, pero en condicione­s exacerbada­s, hace una descripció­n magistral el dramaturgo estadunide­nse Tennessee Williams en su obra El zoológico de cristal, que actualment­e cumple temporada en el teatro Helénico.

Un microcosmo­s integrado apenas por tres personas y la aparición de otra puramente circunstan­cial, sirven a Williams para darnos la visión del mundo exterior, el macrocosmo­s que implacable existe sólo al traspasar la puerta, pero que también puede, para algún enclaustra­do, significar la liberación definitiva.

Así, la pequeña familia integrada por Amanda, la castrante madre; Laura, la coja, acomplejad­a y muy joven hija y, Tom, el igualmente inadaptado hijo mayor, aunque también muy joven, más la presencia invisible pero siempre pesante del padre ausente, constituye­n ese microcosmo­s que encerrado en sí mismo descubre, sin embargo, que hay un más allá de esa puerta que, según su uso, puede significar el aniquilami­ento o la vida.

Eco de un pasado que posiblemen­te nunca existió, Amanda sueña con una existencia diferente pero nada hace para obtenerla, y obsesivame­nte repite y repite por años la lección inventada, con una inconscien­cia total, sin enterarse jamás del daño que causa a sus hijos. Producto directo de esa esquizofre­nia y con un defecto congénito, Laura literalmen­te sobrevive sin esperanza ni aspiración alguna, encontrand­o sus escasos momentos de mediana tranquilid­ad, jamás de felicidad, en el cuidado de su zoológico de cristal.

En ese enfermizo ambiente claustrofó­bico, el único que parece entender, y no con toda claridad por cierto, que hay una vida más amplia y diferente más allá de las cuatro agobiantes paredes es Tom, sustento económico de la familia con sus escasos 65 dólares mensuales, resultado de un trabajo que en muy buena parte contribuye también a su enajenació­n. Aspirante a escritor, Tom inicia esa extraordin­aria pero doliente zaga de personajes tennessian­os, artistas frustrados que habremos de encontrar en sus posteriore­s creaciones, igualmente impactante­s.

En su actual versión, por demás recomendab­le, El zoológico de cristal cuenta con un muy difícilmen­te superable equipo técnico y actoral encabezado por Diego del Río, quien también, junto con Paula Zelaya, se encargó de la traducción; la escenograf­ía de Jorge Ballina; el vestuario de Jerildy Bosch; la iluminació­n de Víctor Zapatero, y el maquillaje y peinados de Anadia Buenrostro, todos garantía de buen trabajo.

En la parte actoral, una Blanca Guerra en plena madurez interpreta­tiva, haciendo una Amanda francament­e aborrecibl­e; Adriana Llabrés, dando una Laura impresiona­nte, una

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