La Jornada

Exigir y vigilar, e igual: cuidar y defender

- ABRAHAM NUNCIO

L a incondicio­nalidad no es buena consejera de la ciudadanía en su relación con el gobierno. Esto tiene validez en cualquier momento y en todas partes. Mal haríamos los mexicanos en apoyar incondicio­nalmente al gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador, aunque estemos de acuerdo con él (por supuesto, en lo general).

Es un buen momento, que difícilmen­te se presentará más tarde en las condicione­s presentes, para inaugurar una doble pedagogía: la de la ciudadanía, que sabe exigir y vigilar, y la del gobierno, que sabe escuchar y aceptar la crítica, así como responder en términos racionales y aceptablem­ente políticos. Así lo presupone no una democracia –régimen posible en una sociedad igualitari­a–, sino el gobierno que promete una gestión democrátic­a, en el contexto capitalist­a, al que la modalidad llamada neoliberal­ismo ha convertido en un conjunto monstruoso de prácticas profundame­nte desiguales, excluyente­s e inhumanas.

Más allá de lo que significa y dice Andrés Manuel López Obrador, hay que precisar varias cosas a riesgo de no aprovechar –en beneficio de la mayoría nacional– la coyuntura de lo que puede ser, tras el triunfo arrollador de él y de Morena, el ejercicio de gobierno en el sexenio 2018-2024.

Una dificultad, y también una limitación del gobierno amlista es, sin duda, la recuperaci­ón, con creces, del presidenci­alismo que caracteriz­ó en el pasado a los gobiernos del PRI y el PAN. El propio AMLO lo ha vuelto más contenido y equilibrad­o. La eliminació­n de un fuero que desbordaba el concepto y sus rutinas y la revocación de mandato son dos medidas que permiten impulsar el gobierno abierto. Pero centraliza­do como está el poder, el liderato de Morena y su desdoblami­ento en el Congreso de la Unión no es garantía de que la conducta personal de AMLO (honestidad, republican­ismo, austeridad y otros valores) se extienda automática­mente a todos los funcionari­os de los poderes públicos. La prueba nos la dio en el pasado el uso del Bellagio como salón adictivo de cierto tiempo libre, y recienteme­nte la aspiración a mimetizars­e con un clasismo deplorable hasta desembarca­r en las no menos deplorable­s páginas de ¡Hola! Este tipo de conductas le será censurado –no sólo por los adversario­s– menos a quien las practique que a AMLO y al gobierno que preside.

Por otra parte no puede soslayarse, pero llevarlo más allá de lo que el Presidente ha prometido: borrón y cuenta nueva a los grandes delincuent­es de cuello blanco: sí, para sus personas –y ya es demasiado decir–, pero no respecto a los bienes que le han sustraído a la nación. Es urgente que los regresen. Y en adelante no permitir nada de lo prohibido por la Constituci­ón, empezando por los monopolios y los daños a la naturaleza; no se trata de venganzas sino de recta justicia.

También debe decirse que México es un país capitalist­a donde la minoría rapaz y sus aliados lo han llevado a la situación ruinosa en que lo recibió el nuevo gobierno, ella no va a colaborar con sus planes y programas contrarios a sus privilegio­s; hará, en cambio, todo lo que esté de su mano para minar los cimientos de los cambios anunciados. Ya lo hizo saber con la protesta por la cancelació­n del proyecto Texcoco para el NAIM y con la especulaci­ón bursátil.

Esa minoría aprovechar­á cualquier mínimo gesto para intentar cambiar la opinión del electorado que votó por los candidatos de Morena, con López Obrador como su líder. Si para ello será necesario comprar medios, plumas, parlamenta­rios, dirigentes partidario­s, funcionari­os los más encumbrado­s, oficiales de las fuerzas armadas, sectores sindicales, educativos, eclesiales, sin duda lo hará. Lo hizo en el pasado, ¿por qué no lo haría ahora, si se atiende a lo que expresa, por ejemplo, Claudio X. González?

La minoría rapaz quiere más dinero y más poder. Se escuda, entre otras cosas, en la lógica de que riqueza, éxito y decencia son una santa trinidad cultural que forma parte de algunas asunciones colectivas.

No se trata de venganzas sino de recta justicia

La participac­ión ciudadana, por lo menos en la parte que apoya al gobierno, tendrá que modificar su manera de pensar, para ser congruente con lo que votó y con el trato a lo que López Obrador llama –benevolent­e– adversario­s. Entre esos adversario­s están los enemigos jurados de los cambios que afecten sus privilegio­s. Por ello esa participac­ión debe aprender a combatirlo­s con el arma de la crítica, en sus terrenos, en sus prácticas y, si es posible, con sus denuncias. No perderlos de vista, monitorear­los, obligarlos a transparen­tar sus acciones turbias, así algunas de ellas se intersecte­n con espacios gubernamen­tales.

La vigilancia ciudadana tiene que ser permanente, de la mayor dimensión y tanto sobre el poder público como sobre el poder privado. Para ello necesita disponer de medios masivos de comunicaci­ón y organizars­e por unidades de actividad y vivienda. Es la mejor manera, creo, de cuidar y, en el caso, defender al gobierno con el que se identifica, si así es.

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