La danza de los opuestos
N icolás Maduro y su rival Juan Guaidó. En el conflicto México se quedó en medio al tratar de unir los opuestos. Miguel de Cervantes Saavedra hace cuatro siglos dictaba cátedra de cómo realizar esta unión mediante la música y la danza como la unión de los opuestos. El problema será tan difícil que vale la pena intentar otras aproximaciones.
Los bailes de la época unían a la aristocracia con el pueblo. Alegres y melancólicas la gallarda y la pavana se bailaban en el palacio como danzas aristocráticas, las seguidillas, más movidas y más sensuales, con ciertos ma- tices lascivos pertenecían en un inicio casi exclusivamente al dominio popular. Con el transcurrir de los años unas y otras se enlazaron. ¿Será posible que terminen en danza Maduro y Guaidó?
Miguel de Cervantes en el rufián viudo cantaba: ¡qué desmayar de brazos! ¡qué unir y juntar! ¡qué buenos laberintos! Donde hay que salir y entrar o bien vistos otros versos a tono con la idea de que la danza une a los opuestos expresada en cantos juguetones a ritmo de seguidillas: ‘‘a la guerra me llevo mi necesidad / si tuviera dinero no fuera en verdad”.
Las seguidillas continuaron bailándose en los palacios por los aristócratas movimientos armónicos e intensos cargados de sensualidad a la vez que de fatalismo. Danzas que además sobresal- taban el alma, incitaban a la risa, producían tanto placer como desasosiego en el cuerpo y un arrobamiento total de los sentidos. Danzas tanto armónicas, como mímicas se bailaron en las bodas de Camacho, en las que ‘‘viva quien vence” y los funerales fueron más alegres que las bodas.
Otra danza más se bailaba por un venerable anciano y una vieja matrona en el que participaba un conjunto de bellas doncellas, ‘‘ninguna bajaba de los catorce ni llegaba a los dieciocho años, ataviadas con vestidos de palmilla verde, cabellos parte trenzados y parte sueltos, todos tan rubios que podían competir con la refulgencia del sol; atuendos ceñidos con coronas de guirnaldas de jazmines, rosas, amaranto y madreselva”.