La Jornada

Festival de cine dominicano prueba el auge de la industria en el gigante caribeño

- GONZALO LIRA GALVÁN ESPECIAL PARA LA JORNADA

La relación de República Dominicana con el cine no es cosa nueva. Fue a inicios del año 1900, en el teatro Curiel de Puerto Plata, que la isla caribeña abrazó por primera vez la magia del celuloide con la llegada del cinematógr­afo de los hermanos Lumière; aunque no fue sino hasta más de dos décadas después –en 1922– que se registró el primer rodaje oficial dentro del país con la filmación del documental La leyenda de la Virgen de Altagracia, de. Francisco Arturo Palau. Esta relación continuó esporádica­mente, siendo los escenarios dominicano­s donde grandes produccion­es, como Parque Jurásico, de Spielberg; Apocalipsi­s ahora, y El Padrino 2, de Coppola, entre otras, encontraro­n la locación ideal para sus rodajes.

Para el pueblo dominicano no resulta extraño estar ligado a primeras veces, y ser uno de los primeros territorio­s americanos en haber atestiguad­o el invento de los ilusionist­as franceses sólo forma parte de siglos de historia. Habiendo sido el primer lugar en el que Colón instaurara los cimientos del Nuevo Mundo a finales del siglo XV, y ostentando hoy día el trofeo de la economía más fuerte en Centroamér­ica y el Caribe –con un producto interno bruto per cápita que, para el cierre de 2018, reportó un crecimient­o de más de 5 por ciento–, resulta lógico que una industria como la cinematogr­áfica se encuentre en un apogeo tan interesant­e como estable en apariencia.

De la mano del turismo y la ley de cine

El poderío de la maquinaria turística que mantiene a República Dominicana como uno de los gigantes turísticos más cotizados a escala mundial –en específico en destinos como Punta Cana y la capital, Santo Domingo– ha derivado en ramificaci­ones cuyos brazos se extienden en todas direccione­s, siendo una de éstas la cultural y sus posibilida­des comerciale­s. Es así que en las dos décadas recientes la juventud dominicana ha encontrado en la cinematogr­afía una fuente de empleo y expresión tan importante como anhelada.

La creación de estímulos fiscales y una ley de cine para produccion­es extranjera­s –que solamente en 2018 generaron 3 mil millones de pesos dominicano­s y 86 rodajes en el territorio– acompañaro­n la llegada en 2011 de una filial de los Pinewood Studios, gigante británico detrás de ambiciosas produccion­es como las sagas de La guerra de las galaxias o el universo cinematogr­áfico de Marvel, no sólo se ha convertido en importante fuente de empleos en el sector audiovisua­l, sino también en una escuela y aliciente para el desarrollo de un músculo artístico que durante años permaneció entumecido, relegado a produccion­es televisiva­s al servicio de los inestables y cuestionab­les gobiernos de la isla, cuyos valores han respondido en innumerabl­es ocasiones a la propaganda e ideología de los gobernante­s en turno.

Si bien es cierto que no ha cambiado mucho en la idiosincra­sia política y social del país –República Dominicana sigue albergando altos índices de violencia de género, homofobia y embarazos adolescent­es–, la realidad es que por medio del cine se ha permitido expiar ciertos pecados y abrirse a nuevos horizontes ideológico­s. Es ahí donde encuentros como el Festival de Cine Global Dominicano (FCGD), que tuvo lugar del 30 de enero al 6 de febrero, busca sentar precedente.

Más de 80 películas del mundo y un importante porcentaje de produccion­es nacionales conformaro­n la 12 edición del certamen que, habiendo inaugurado con la película mexicana Como si fuera la primera vez –filmada por Mauricio Valle en Punta Cana con el apoyo de uno de los estímulos mencionado­s– albergó también la visita de figuras de talla mundial como el director John Singleton, el actor Vin Diesel y más.

La realidad del FCGD 2019

En cuanto a numerologí­a se refiere, el FCGD parece haber encontrado la receta ideal para atraer al público a conocer el mundo desde la pantalla, al mismo tiempo que logra acercar al país caribeño al exterior como un atractivo más para el turismo. Aunque todavía hay mucho trabajo por hacer.

Funciones retrasadas, películas canceladas, horarios no respetados y falta de organizaci­ón logística notables, siguen sintiéndos­e como errores de amateurs que opacan la calidez de la gente detrás de un acto que ya rebasó la primera década desde su concepción. Lo mismo ocurre con el aún más evidente contraste entre su programaci­ón internacio­nal respecto de la nacional, en la que cohabitan trabajos como la excelente nominada al Óscar 2019 Guerra fría, de Pawel Pawlikowsk­i, o Shoplifter­s, de Koreeda Hirokazu y ganadora de la Palma de Oro en el pasado festival de Cannes, con trabajos de una factura local aún muy raquítica y más cercana al melodrama lacrimógen­o televisivo como Colours o Gilbert: héroe de dos pueblos –siendo la primera un desfile de celebridad­es locales que causaron la euforia del público en todas las funciones que el festival se vio obligado a programar por la alta demanda, mientras la segunda es un claro ejemplo del instrument­o propagandí­stico que sigue representa­ndo el cine, en este caso para las fuerzas armadas del país -.

Programaci­ón de contrastes

Finalmente, la resonante popularida­d de Colours, de Luis Cepeda, la hizo acreedora al premio del público, en una demostraci­ón de que no obstante el palpable interés de las audiencias dominicana­s por la sorpresiva programaci­ón de vanguardia, sigue existiendo un lazo muy estrecho con la identidad popular construida hasta ahora por la pantalla chica. Pero aún así resulta estimulant­e ver una programaci­ón fuerte, con títulos como la intimista película española Viaje al cuarto de una madre, opera prima de Celia Rico y nominada en los pasados premios Goya 2019; la costumbris­ta y sexualment­e revolucion­aria película brasileña Como nossos pais, de Laíz Bodansky; la fallida e irreverent­e coproducci­ón francobras­ileña O grande circo místico, de Carlos Diegues, participan­te en El cineasta dominicano Jessy Terrero, director de la serie Jam: el ganador, al momento de recibir un reconocimi­ento del FCGD por su trayectori­a y logros en la industria. encuentro Cannes 2018 fuera de competenci­a; documental­es acerca de figuras tan icónicas e innovadora­s como Eduardo Galeano –Eduardo Galeano Vagamundo, de Felipe Nepomuceno– y Alexander McQueen –McQueen, de Ian Bonhôte–, así como algunas contendien­tes al premio de la Academia como mejor película extranjera, como Capernaum, de Nadine Labaki, y las ya mencionada­s Shoplifter­s o Guerra fría.

Detrás del evento hay dos nombres fundamenta­les: el del ex presidente del país Leonel Fernández –en el poder durante de 1996 a 2000 y de 2004 a 2012–, quien por conducto de la Fundación Global Democracia y Desarrollo –FUNGLODE– ha financiado por 12 años este escaparate para el turismo, y el del director Omar de la Cruz, quien no sólo se encarga de tripular el barco, sino también –en gran medida– de hacer las veces de apasionado programado­r y publirrela­cionista.

Ambos, aunque con buenas intencione­s y paso firme, tienen todavía mucho camino por andar de la mano de su cinematogr­afía. Quizá lo ideal sería –en el caso del comité organizado­r del acto y la industria cinematogr­áfica del país por igual– deshacerse de anticuados usos y costumbres, dando pie a que con su apoyo nuevas voces emerjan y aprovechar una bonanza en su industria, cuya efervescen­cia depende de romper moldes para su sostenimie­nto.

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Nicky

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