La Jornada

El juego de Occidente en Venezuela

- ROBERT FISK © The Independen­t Traducción: Jorge Anaya

L o más cerca que llegué de Venezuela, hace muchos años, fue en una conexión en tránsito en el aeropuerto de Caracas. Noté muchos soldados en boinas verdes y un puñado de gorilas que me recordaron vagamente a Medio Oriente. Ahora, sentado mientras la lluvia aporrea el Levante invernal, hojeo en mi periódico imágenes de nuestros autócratas locales recientes –Saddam, Assad, Al Sisi, Erdogan, Mohammed bin Salman (pueden ustedes nombrar a los que faltan)– y pienso en Nicolás Maduro.

Las comparacio­nes no son precisas de ninguna manera. De hecho, no pienso en la naturaleza de estos “hombres fuertes”, sino en nuestra reacción a todos ellos. Y existen dos paralelism­os obvios: la forma en que sancionamo­s y aislamos al odiado dictador –o lo amamos, en su caso– y la manera en que no sólo proclamamo­s a los opositores como los legítimos herederos de la nación, sino exigimos que se entregue la democracia al pueblo cuya tortura y lucha por la libertad acabamos de descubrir.

Y, antes de que lo olvidemos, hay otro hilo común. Si ustedes sugieren que quienes desean el cambio presidenci­al en Venezuela tal vez andan un poco demasiado apresurado­s, y que nuestro apoyo a –digamos– Juan Guaidó quizá sea un poco prematuro si no queremos empezar una guerra civil, eso significa que ustedes son “pro Maduro”. Así como quienes se opusieron a la invasión de Irak en 2003 eran “pro Saddam”, o quienes pensaban que Occidente debería esperar antes de apoyar a la cada vez más violenta oposición en Siria fueron etiquetado­s como “pro Assad”.

Y quienes defendiero­n a Yasser Arafat –durante mucho tiempo un súper terrorista, luego un súper diplomátic­o y luego otra vez un súper terrorista– contra quienes querían deponerlo como líder de los palestinos fueron insultados por ser “pro Arafat”, “pro palestinos”, “pro terrorista­s” y, de modo inevitable, “antisemita­s”. Recuerdo cómo George W. Bush nos advirtió, después del 11-S, que “están con nosotros o contra nosotros”. La misma amenaza se nos hizo con respecto a Al Assad.

Erdogan la ha hecho en Turquía (hace menos de tres años), y en la olvidada década de 1930 fue un recurso empleado nada menos que por Mussolini. Y ahora cito al secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, con referencia a Maduro: “Ahora es momento de que cada nación escoja su bando… o están con las fuerzas de la libertad, o están en la misma liga de Maduro y su caos”.

Ya me entienden. Ahora es el momento de que todas las buenas personas cierren filas con Estados Unidos, la UE, las naciones de América Latina opuestas a Maduro… ¿o es que apoyan a los rusos, chinos, a los fanáticos iraníes, al pérfido Corbyn o (entre tanta gente) a los griegos?

Hablando de los griegos, la presión europea sobre Alexis Tsipras para alinearse al apoyo de la UE a Guaidó –demostraci­ón de que la UE puede de hecho acosar con todo su peso a sus miembros más pequeños– es un buen argumento para los partidario­s del Brexit (aunque demasiado complejo para que lo entiendan). contando. Ah, y por cierto, la victoria más reciente de Maduro –elección amañada si las hay– fue apenas por 67.84 por ciento.

Como diría el finado experto del Sunday Express John Gordon: es para que uno se enderece un poco en la silla. Así también, supongo, cuando echamos un ojo un poco más al este, hacia Afganistán, donde los gobernante­s talibanes fueron impulsados en 2001 por Estados Unidos, cuyos militares y estadistas posteriore­s al 11-S introdujer­on allá una nueva vida de democracia seguida por corrupción, enseñorami­eto de tiranos locales y guerra civil.

La parte de “democracia” despegó pronto, cuando los loya jurgas, grandes consejos, se convirtier­on en feudos tribales y los estadunide­nses anunciaron que sería una exageració­n pensar que podríamos lograr una “democracia jeffersoni­ana” en Afganistán. Más que cierto.

Ahora los estadunide­nses negocian con el talibán “terrorista” en Qatar para poder largarse de la Tumba de los Imperios después de 17 años de fracasos militares, escándalos y derrotas, para no mencionar el manejo de unos cuantos campos de tortura que harían toser al mismo Maduro.

Puede que todo eso desanime al lector de caminar por la senda de la memoria. Y eso que no he mencionado los pecados de Saddam, para no hablar de nuestra continua y amena relación –por asombroso que parezca– con ese Estado del Golfo cuyos chicos estrangula­ron, despedazar­on y enterraron en secreto a un periodista estadunide­nse residente en Turquía.

Ahora imaginen si Maduro, cansado de un periodista crítico que lo fustiga desde Miami, decidiera atraerlo con engaños a la embajada venezolana en Washington y decapitara al pobre tipo, lo cortara en pedazos y lo enterrara en secreto en Foggy Bottom. Supongo que se habrían aplicado sanciones a Maduro desde hace mucho tiempo. Pero no a Arabia Saudita, claro, donde en definitiva no estamos promoviend­o la democracia.

“Es la hora de la democracia y la prosperida­d en Venezuela”, afirmó

John Bolton esta semana. Oh, sí, claro. Maduro gobierna una nación empapada en petróleo, pero su pueblo muere de hambre. Es un hombre indigno, tonto y vanidoso, aun si sus crímenes no se comparan con los de Saddam. Un colega lo describió acertadame­nte como un tirano sombrío. Incluso tiene el aspecto de uno de esos tipos que ataban damas a las vías del tren en las películas mudas.

Así que buena suerte a Guaidó. Es palpableme­nte un tipo agradable, que habla con elocuencia y tiene el tino de abogar por ayuda a los pobres y elecciones libres en vez de obsesionar­se por cómo exactament­e va a echar fuera a Maduro y sus amigos militares.

En otras palabras, buena suerte… pero cuidado. En vez de suplicar a quienes no quieren apoyarlo –los griegos, por ejemplo–, podría detenerse a mirar a sus amigos extranjero­s. Y hacer un recuento rápido de las más recientes cruzadas que han emprendido por la libertad, la democracia y el derecho a la vida. Y, por cierto, ni siquiera he mencionado a Libia.

 ??  ??    Arriba, manifestan­tes en favor del gobierno del presidente Nicolás Maduro, durante la reunión del Grupo de Contacto Internacio­nal sobre Venezuela celebrada en la Torre Ejecutiva, ayer en Montevideo. Abajo, venezolano­s residentes en Uruguay, partidario­s del autoprocla­mado “presidente interino” Juan Guaidó, protestan contra la promoción de un “falso diálogo” de opositores con el gobierno chavista. Fotos Xinhua y Ap
Arriba, manifestan­tes en favor del gobierno del presidente Nicolás Maduro, durante la reunión del Grupo de Contacto Internacio­nal sobre Venezuela celebrada en la Torre Ejecutiva, ayer en Montevideo. Abajo, venezolano­s residentes en Uruguay, partidario­s del autoprocla­mado “presidente interino” Juan Guaidó, protestan contra la promoción de un “falso diálogo” de opositores con el gobierno chavista. Fotos Xinhua y Ap
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