La Jornada

Después de Venezuela, ¿Cuba?

- PETER KORNBLUH*

E n noviembre pasado, pocos días después de las elecciones intermedia­s en Estados Unudos, el consejero nacional de Seguridad, John Bolton, viajó al bastión anticastri­sta de Miami para dar su discurso sobre la “troika de la tiranía”: un ataque retrógrado, estilo guerra fría, contra Cuba, Venezuela y Nicaragua. “La troika se derrumbará”, predijo Bolton con audacia. “Sabemos que le aguarda el día de rendir cuentas. Estados Unidos espera ver caer cada esquina del triángulo: en La Habana, en Caracas, en Managua”.

En su momento, pocos percibiero­n en el discurso algo más que un posicionam­iento político para atraer el voto de la derecha en Florida. Visto en retrospect­iva, en cambio, lo que hizo Bolton fue anunciar la determinac­ión del gobierno de restaurar la hegemonía estadunide­nse en América Latina. Está claro que promover el mantra de Trump, “Hacer grande a Estados Unidos otra vez” (MAGA, por sus siglas en inglés), requiere ejercitar el músculo intervenci­onista en Venezuela y reafirmar la voluntad de Washington en la región.

Pero, mientras Estados Unidos suma esfuerzos para derrocar el gobierno del presidente Nicolás Maduro, presenciam­os lo que el Miami Herald ha llamado “la cubanizaci­ón de la política hacia Venezuela”. En una grave distorsión de la historia, funcionari­os estadunide­nses acusan al gobierno cubano de ser “el verdadero imperialis­ta del hemisferio occidental” y aseguran que “ha llegado el momento de liberar a Venezuela de Cuba”, según el vicepresid­ente Mike Pence. Expulsar a Maduro del poder sin duda envalenton­aría a quienes favorecen el cambio de régimen en otras partes de la región. De hecho, el juego final del gobierno parece ser Cuba, la nación isleña que ha desafiado el poderío hemisféric­o de Washington desde el triunfo antimperia­lista de la revolución encabezada por Fidel Castro hace 60 años.

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La crisis en Venezuela ha aportado el “fruto maduro”, en palabras del periodista Jon Lee Anderson, y creado la oportunida­d para resucitar la era remota de la “diplomacia de las cañoneras”, cuando Washington podía dictar el destino de los gobiernos latinoamer­icanos. En el pasado, la mayoría de las naciones latinoamer­icanas se habrían opuesto a la intervenci­ón imperial de Washington, como hicieron en 2002 con fuerza México y otros países, cuando el gobierno de George W. Bush apoyó en un principio un intento de golpe de Estado contra Hugo Chávez que tuvo corta duración. Pero los abusos de poder de Maduro han llevado la miseria a vastos sectores de una nación alguna vez próspera, que en tiempos de Chávez parecía en camino de suplantar la influencia económica y política de Washington en la región. Gran número de gobiernos latinoamer­icanos y europeos aceptan que el pueblo venezolano tiene todas las razones –y todo el derecho– para exigir poner fin a un gobierno represor e incompeten­te que ha transforma­do su nación rica en petróleo en un Estado fallido.

Sin embargo, Trump ha tenido el cambio de régimen en Venezuela en su agenda política desde el inicio de su presidenci­a, como un paso hacia el cumplimien­to de su promesa de campaña de “poner fin al acuerdo” que hizo Obama con Raúl Castro para una histórica coexistenc­ia pacífica con Cuba. Apenas en su segundo día en la Casa Blanca, Trump “pidió un informe sobre Venezuela”, declaró en fecha reciente un antiguo funcionari­o del gobierno al Wall Street Journal, “para explorar cómo dar marcha atrás a las políticas de la era de Obama hacia Cuba”. Entre las opciones para deshacerse de Maduro y terminar con la alianza Venezuela-Cuba estaban cortar los miles de millones de dólares que Estados Unidos paga al país sudamerica­no por importacio­nes petroleras, importante y efectiva sanción que el gobierno de Trump impuso hace poco.

En su discurso en Miami, Bolton anunció sanciones adicionale­s contra Cuba, y prometió que “vendrá todavía más”. De hecho, como parte de lo que funcionari­os estadunide­nses describen como un enfoque más amplio y agresivo en la región, se filtran detalles a los medios sobre próximas medidas para revertir la política de la era Obama de una participac­ión positiva con La Habana.

Una de las primeras es volver a clasificar a Cuba como patrocinad­ora del terrorismo internacio­nal. En 1982, entre las sangrienta­s campañas estadunide­nses de contrainsu­rgencia en Centroamér­ica, el gobierno de Ronald Reagan colocó a Cuba en la lista del Departamen­to de Estado de “estados patrocinad­ores del terrorismo”, esfuerzo flagrante por presentar el apoyo de La Habana a la revolución como un apoyo al terrorismo internacio­nal. Pese a la falta de cualquier prueba de que Cuba respaldaba el terrorismo y a la abundante evidencia de que en cambio era blanco de tales actividade­s, un gobierno tras otro mantuvo a Cuba en la lista. Por fin Obama la retiró en 2015, como parte de las negociacio­nes para restaurar vínculos diplomátic­os normales. Funcionari­os estadunide­nses han indicado que pueden citar la alianza de Cuba con el gobierno venezolano para justificar esta reinserció­n.

En las próximas semanas, la Casa Blanca también planea anunciar que los estadunide­nses pueden presentar demandas en tribunales de su país para recuperar bienes en Cuba que fueron expropiado­s después de la revolución, norma punitiva contenida en la Ley Helms-Burton de 1996, que todos los presidente­s estadunide­nses de Clinton en adelante han desechado para evitar el caos de litigar contra empresas de naciones aliadas que tienen inversione­s en Cuba.

Ambos cambios de políticas detendrán inversione­s extranjera­s que mucha falta hacen en Cuba, entre ellas de firmas mexicanas que probableme­nte han invertido en propiedade­s que ahora podrían entrar en disputa.“La economía se pondrá mucho peor de lo que ya está debido a la crisis en Venezuela”, declaró un agregado comercial europeo en La Habana a la agencia Reuters esta semana, “y las nuevas amenazas de Trump ya están alejando a algunas personas”.

Sin embargo, en lo inmediato la reinserció­n de Cuba en la lista de estados terrorista­s amedrentar­á a los turistas estadunide­nses, cuyos dólares son esenciales para el crecimient­o del incipiente sector privado cubano. En la Oficina de Control de Activos en el Extranjero del Departamen­to del Tesoro, que supervisa y aplica las reglamenta­ciones sobre los viajes a Cuba, los funcionari­os han dado fuertes indicios de que pronto se anunciarán nuevas restriccio­nes a los viajeros.

De interés mucho más inmediato para los cubanos, y para la comunidad latinoamer­icana, es la amenaza del gobierno de Trump de una intervenci­ón abierta en Venezuela, y el potencial efecto de derrame que tendría en su cada vez más agresiva política hacia Cuba. En público y en privado, Trump ha planteado en repetidas ocasiones “la opción” de enviar a los marines a derrocar a Maduro. En una conferenci­a de prensa el 28 de enero, Bolton llevaba un pegote amarillo con las palabras “5000 efectivos a Colombia” que los periodista­s pudieron ver… y reportar. “Nicolás Maduro haría bien en no poner a prueba la resolución de Estados Unidos”, amenazó dos días después el vicepresid­ente Pence. “Venezuela merece ser libre”, gritó ante un público favorable a la intervenci­ón, que coreaba “Iu-es-ey, Iu-es-ey”. “Y en la Casa Blanca, con este presidente”, prometió, “¡siempre será que viva Cuba libre (en español)!”

Tales amenazas podrían ser fanfarrona­das, pero detrás de un presidente que se precia de ser un prepotente bravu-

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En Brasil, partidario­s del presidente Nicolás Maduro se manifiesta­n ante el consulado venezolano en Sao Paulo. Foto Afp

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