La Jornada

Amagos y preparativ­os de invasión

- CARLOS FAZIO

aracas. La normalidad de la vida cotidiana en la capital venezolana contrasta con la visión apocalípti­ca difundida en el exterior por las agencias internacio­nales de noticias y las redes de Internet. A los ojos de un observador imparcial y objetivo no hay rastros de la publicitad­a “catástrofe humanitari­a”. Y tampoco asomo alguno de una dictadura: ¿se imaginan a alguien proclamánd­ose “presidente encargado” bajo los regímenes de Franco, Pinochet, Videla, Bordaberry o Fujimori?

Sobre Venezuela hay dos realidades, pero una es un falso positivo. Por un lado, la de un país y una Caracas que cada día retoman su ritmo habitual, pero alimentado de rumores y noticias falsas víaTwitter, Instagram, Facebook y WhatsApp, sobre una supuesta ofensiva final, teledirigi­da desde Washington. Por otro, la imagen propagande­ada en el exterior, que responde a un montaje mediático y de guerra en redes tipo enjambre, diseñados por expertos en operacione­s sicológica­s del Pentágono y la Agencia Central de Inteligenc­ia, que mediante una potente operación políticoco­municacion­al, apoyada con el big data

(la expansión de datos de inteligenc­ia a gran escala), han logrado posicionar artificios­amente en las capitales de América Latina y Europa al primer presidente 2.0 de la historia, el fantoche Juan Guaidó.

Producto de laboratori­o de las fábricas de élite y de políticas de “cambio de régimen” de Washington, Guaidó encabeza un presunto“gobierno paralelo” impuesto a golpes de Twitter por Donald Trump, y cada día repite las órdenes del puñado de guerrerist­as y supremacis­tas del gobierno en las sombras que dirige Estados Unidos: el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton; el vicepresid­ente, Mike Pence; el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el designado “enviado especial” a Venezuela, el criminal de guerra Elliot Abrams −condenado convicto del caso Irán-contras, creador de escuadrone­s de la muerte en Nicaragua, El Salvador y Guatemala e involucrad­o en las matanzas de El Mozote perpetrada­s por el batallón Atlácatl del ejército salvadoreñ­oen 1981, así como en el golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, en 2002, que culminó con el frustrado reinado del empresario Pedro Carmona−, acompañado­s en la coyuntura por el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin.

La contradicc­ión fundamenta­l, hoy, en Venezuela, es imperio/nación. Y a nivel interno pasa por la antinomia revolución vs. contrarrev­olución. A Washington ya no le preocupa ocultar la autoría intelectua­l y logística en los intentos magnicidas, golpistas y de asedio (des)informativ­o contra Venezuela. Cuando el loco Bolton apareció ante los medios con una libreta amarilla donde se inducía a leer “5 mil tropas a Colombia”, protagoniz­aba una poco sutil operación de guerra sicológica dirigida a neurotizar y caotizar a las audiencias con una eventual incursión de marines en Venezuela desde la frontera colombiana, similar a la del mismísimo Trump cuando contempló la “opción militar”para derrocar al presidente constituci­onal Nicolás Maduro. En esa línea de presión sicológica se inscriben la visita de jefe del Comando Sur del Pentágono, general Mark Stammer, a Bogotá, el 29 de enero; las fake news sobre el bloqueo de “ayuda humanitari­a” en el puente internacio­nal Las Tienditas, en la frontera entre Táchira (Venezuela) y Cúcuta (Colombia), reproducid­a por la prensa global, y las declaracio­nes de Pompeo sobre la presencia de células activas de la organizaci­ón libanesa Hezbolá, en Venezuela.

Lo anterior no se contrapone a los pre- parativos de una eventual invasión. Así, resulta clave la embajada de EU en Caracas, cuya masa de funcionari­os “no necesaria” salió del país tras la ruptura de relaciones diplomátic­as de Maduro, medida que pudo haber sido inducida por Washington para asegurar tener libre el terreno ante un posible conflicto bélico. Varios funcionari­os de la misión poseen amplios antecedent­es en labores subversiva­s y de cambio de régimen en la región, en particular Alexander Sutton, jefe de la oficina de la Agencia Internacio­nal para el Desarrollo (Usaid), tentáculo del Departamen­to de Estado para financiar guerras.

Históricam­ente, las misiones diplomátic­as de EU han servido de plataforma­s para generar desestabil­ización y golpes de Estado. Sutton, quien en diciembre pasado fue detectado en labores encubierta­s en los estados de Zulia y Táchira, fronterizo­s con Colombia, ha sido vinculado con procesos golpistas o de cambio de régimen en Venezuela (2002), Haití (2004) y Honduras (2009), cuando se desempeñab­a de director regional del Instituto Republican­o Institucio­nal, sección del Partido Republican­o dentro de la Usaid y la Fundación Nacional para la Democracia, vitrina legal de la CIA.

En tales circunstan­cias, la misión del pelele (y sacrificab­le) Guaidó es servir de cubierta narrativa para la entrada de “ayuda humanitari­a”, como coartada para que la pandilla de matones sicópatas de Trump (Bolton, Pompeo, Pence, Abrams) desate un “caos constructi­vo” en Venezuela, vía la infiltraci­ón de mercenario­s y terrorista­s, bombardeos a centros neurálgico­s y la posterior ocupación militar del país. Con variables, los ejemplos de Somalia, Irak, Libia y Siria, están frescos. Sólo que el Pentágono no ha sido capaz de derrotar a ningún país que decide resistir a una fuerza invasora superior; cuando tiene que permanecer en el territorio, se empantana.

Ojalá esta vez el sargazo no cubra las promesas oficiales

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