La Jornada

Fomentar la lectura... ¡y la lectura! (bis)

- MANUEL PÉREZ ROCHA

E n estas páginas, con el mismo título de este artículo, publiqué otro el 17 de noviembre de 2011. Hoy, con el inicio de una nueva campaña de fomento a la lectura, se hace necesario insistir en la urgencia de fomentar la escritura. Con este reclamo coincide la periodista Adriana Malvido quien en un artículo reciente señala “poco se habla de la escritura, y los planes de estudio no le dan la importanci­a”. (“Estrategia­s de lectura ¿Y la escritura?” El Universal 5/2/2019).

La palabra es sustancia básica de nuestra cultura, lo son la palabra hablada y la palabra escrita. Octavio Paz lo ha dicho espléndida­mente “somos hijos de la palabra, ella es nuestra creación y también es nuestra creadora…”. Del murmullo y el gruñido, al canto y la poesía, a lo largo de los siglos los hombres se han hecho hombres a sí mismos con la palabra. Pero en ocasiones, ahora mismo, es indiscutib­le que desandamos el camino: los anuncios comerciale­s, los gritos de los vendedores en los “medios”, los aullidos en los estadios de futbol, la cháchara que por meras razones mercantile­s rellena el tiempo y espacio de publicacio­nes, radio y televisión, no son verdadera palabra.

En diversas iniciativa­s de reforma educativa hay sin duda una valoración de la palabra; por ejemplo, en las actividade­s para promover la lectura y la enseñanza de la lectura. También en las múltiples pruebas y evaluacion­es que se aplican a los estudiante­s, con un criterio esencialme­nte pragmático, la lectura es un rubro central. Sin embargo, no ocurre lo mismo, por ejemplo, con la mejora de la expresión oral, o con el desarrollo de la escritura. Se pasa así por alto que lectura y escritura son dos caras de una misma moneda, y que la expresión oral es la experienci­a más general y cotidiana.

La escritura es la revolución cultural más importante en la historia de la humanidad. Vale la pena recordar los conceptos de Walter Ong ( Oralidad y escritura, FCE, 1987). Sin la escritura no existirían ni la ciencia, ni otras importante­s manifestac­iones de la cultura, ni la tecnología moderna. Como ningún otro medio, la escritura permite concatenar ideas una tras otra, generándos­e así textos, argumentac­iones y discursos sólidos y coherentes, lo cual hace posible un conocimien­to integrado y profundo de los fenómenos y las cosas. La escritura es una maravillos­a y fecunda tecnología de la palabra, esto se tiene presente. Pero no se valora que la escritura es también una “tecnología del pensamient­o”, e incluso una “tecnología de la conciencia”.

Se reconoce a la escritura como un medio valioso y eficaz para almacenar y transmitir informació­n (en el espacio y en el tiempo), pero se olvida que desarrolla de manera considerab­le la reflexión y la introspecc­ión. La escritura nos ayuda incluso a aclarar, entender y valorar nuestras propias experienci­as, emociones y sentimient­os. La escritura nos ayuda a atender el sapientísi­mo consejo “conócete a ti mismo”. Sin titubeo, muchos escritores afirman: “escribo para conocerme”. Octavio Paz, nuevamente: “cuando en esa hora solitaria, frente a la página en blanco, mi mano escribe ¿quién la inspira? ¿quién la guía?”

La escritura ha tenido y seguirá teniendo efectos amplios no sólo en la dimensión cultural de la vida social e individual; también son indiscutib­les sus enormes implicacio­nes en los ámbitos económico y político. En este último, es claro que la práctica regular de la escritura es apoyo importante de las élites dominantes, y que su ausencia es decisiva en las condicione­s de marginació­n y sumisión de amplios sectores de la población. La escritura determina, enriquece y potencia las formas de pensamient­o y de expresión (tanto escrita como oral) de quienes leen y escriben sistemátic­amente; y también regula, pero de manera subordinad­a, equívoca e inconscien­te, la de quienes no lo hacen.

En una sociedad democrátic­a, la alfabetiza­ción universal debe entenderse no simplement­e como el logro de la capacidad de leer y escribir de manera elemental, sino como la incorporac­ión de la lectura y la escritura en la vida cotidiana de todos, como instrument­o de trabajo y como medio de enriquecim­iento personal.

Pero resulta cuesta arriba tratar de incorporar al lenguaje escrito, a personas que resuelven su comunicaci­ón oral con un pobre vocabulari­o de 200 o 300 palabras y con construcci­ones lingüístic­as elementale­s. Una vía para avanzar en este campo consiste en desarrolla­r, en primer lugar, la expresión oral. La escritura es una valiosísim­a herramient­a, pero es totalmente ajena a la experienci­a y la práctica diaria de millones de personas. La expresión oral es experienci­a diaria de prácticame­nte todas las personas y el trabajo en este ámbito resulta muy productivo.

Una experienci­a exitosa ha sido el ejercicio denominado Prácticas de Expresión Oral. Un manual para organizarl­as y conducirla­s se titula El discurso eficaz. Cinco prácticas de expresión oral y puede obtenerse gratuitame­nte de Internet. Su potencial lo ilustra la evaluación que de este ejercicio hizo una participan­te: “aquí he aprendido que puedo hablar y puedo pensar”. Buen punto de partida para una educación a lo largo de toda la vida.

La obra no busca abastecer de agua a los pueblos sino facilitar su entrega a mineras

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