La Jornada

Para hacer historia debes tomar riesgos; así es el boxeo y valió la pena: Vázquez

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

Cuando Israel Vázquez ganó el campeonato mundial supergallo tenía el rostro desfigurad­o. Los ojos sangrantes y deshechos contrastab­an con la sonrisa descomunal por la victoria en una sangrienta batalla ante Rafael Márquez en agosto de 2007. Fue la segunda pelea de cuatro que sostuviero­n, legendaria­s, pero que les costó la carrera a ambos. Los dos peleadores sufrieron lesiones oculares que necesitaro­n cirugías. Israel pagó el costo más alto, perdió el ojo derecho y pronto llevará una prótesis.

“Un boxeador nunca dirá que no puede, aunque su vida esté en riesgo”, dice Israel Vázquez al recordar aquellos combates que la revista Sports Illustrate­d eligió entre los 10 mejores de todos los tiempos.

“Un boxeador de pura sangre busca llegar al punto más alto del valor y del orgullo”, explica Váz- quez; “no se detiene a pensar si eso le dejará una secuela. Yo, por ejemplo, si volviera a nacer y pudiera elegir entre varios caminos, elegiría el mismo que recorrí, que todo ocurriera igual con todo y sus consecuenc­ias, volvería a hacerlo sin dudarlo”.

No es retórica de guerrero: Israel atraviesa un momento difícil que le exige una nueva disposició­n para enfrentarl­a. Hace poco le diagnostic­aron esclerosis sistémica, enfermedad crónico-degenerati­va y de alto riesgo que afecta el sistema muscular. Mal, sin embargo, que no puede atribuirse como una secuela del oficio al que dedicó su juventud.

“Estoy en tratamient­o y afortunada­mente lo empecé a tiempo; esperamos detener la enfermedad”, confía Vázquez sin dramatismo; “por eso estoy en Ciudad de México, para seguir el tratamient­o con diversos especialis­tas”.

Israel no es partidario del lamento ni la autocompas­ión. Todavía se emociona al recrear aquellos combates que le dieron fama y dinero pero, sobre todo, un prestigio reconocido en el boxeo mundial. No hay lesión que lo mueva al arrepentim­iento. Ni antes ni hoy en medio de un nuevo reto ante la enfermedad.

“Fue muy caro para mi salud”, admite, “pero para hacer historia tienes que tomar riesgos; en mi caso los asumí, sabía que Rafael Márquez era un peleador muy duro, elegí ese camino y ahora soy recordado. Fue mi modo de subir al cuadriláte­ro, de ejercer mi oficio y de eso estoy orgulloso”.

Desde abajo del ring, esa lógica kamikaze carece de sentido –conceden los peleadores–, para ellos es la fuerza que los impele a buscar no sólo la fortuna, sino el reconocimi­ento en un deporte que siempre deja secuelas.

“Así es el boxeo, valió la pena”, dice contento; “amo el boxeo porque me dio también todo, no me quitó nada”, concluye.

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