La Jornada

La tetralogía de Van Morrison

- PABLO ESPINOSA

V an Morrison publica nuevo disco: The Prophet speaks y completa así tremenda tetralogía.

De acuerdo con sus palabras para describir la esencia del que el Disquero considera el mejor de estos cuatro discos, el titulado Roll with the punches esta tetralogía es una ‘‘teatrologí­a”, pues Van Morrison, también llamado El León de Belfast, ha declarado: ‘‘antes que músico, soy actor; en este disco actúo todas las canciones”.

The Prophet speaks, el nuevo álbum, completa el ciclo que inició el 22 de septiembre de 2017 cuando publicó Roll with the punches; nueve semanas y media después dio a luz Versatile; en abril pasado editó You’re driving me crazy y apenas hace un par de meses dio a conocer The Prophet speaks.

Hay hilo conductor en estos cuatro discos y estas son las hebras: la autobiogra­fía, la reflexión, el retorno al origen, una declaració­n de amor por la música que lo hizo: el gospel, el soul, el blues, el jazz, el rhythm and blues.

El hilo es el gospel.

Hay, en realidad, varios Van Morrison. Su rostro es un poliedro.

Nació musicalmen­te escuchando, cuando niño, los discos que compró su padre durante los años 30 del siglo XX, en Detroit. Hay referentes casi sagrados en esa genealogía: Solomon Burke, Rosetta Tharpe, Little Walter.

Del primero aprendió a vivir el gospel piel adentro; de Rosetta supo de la contundenc­ia, el impacto, la herida que causa el alarido, el estertor, la poesía cantada; de Little Walter supo cómo una armónica puede sonar de la misma manera que una locomotora atraviesa a gritos, pitando, la oscuridad de la noche, oscuro relámpago.

La ironía es otra impronta en la música de Van Morrison: la canción que da título al capítulo inicial de su tetralogía, Roll with the punches, de la que no imagino otra traducción que no sea ‘‘Un paseo por los madrazos”, con su portada de boxeadores en el ring, encierra una preocupaci­ón y un valemadris­mo simultmult­áneos: ‘‘en el amoramor/ te ahorrarías mucmuchos pesares / si no tete anandas preocupand­o tanttanto por pendejadas” yy cacasi casi afirma: ‘‘te hachace falta ver más boxbox” ( je).

SSaltemos a The proprophet speaks, porqu que ahí suelta netas tam también:

When the prophet sp speaks, mostly no one

listens When the propphet speaks and

no one hears Only those who have ears to

listen Only those that are trained

to hear ¡sopas!

El dardo apunta, claro, al easy listening que puebla redes sociales, teléfonos celulares y demás chucherías, pero más allá: hemos perdido el foco, lamenta

Van Morrison, del sentido social de la música, de su raigambre emocional en cada uno de nosotros, hacemos de lado el gran tesoro lírico con desprecio e ignorancia.

He ahí un hilo mágico que lo ata, en paralelo, con Bob Dylan.

Y llega la imagen de ellos dos en las ruinas de Atenas, verano de 1989 en la vieja Acrópolis, cantando canciones de Morrison, Dylan en guitarra y armónica y voz, Van en voz, guitarra y pelo al viento. Cantan a las musas y cantan a Arthur Rimbaud.

Hoy, Bob Dylan 77 años de edad, Van Morrison 73, en efervescen­cia, viven la cosecha de una vida de conciertos.

No cejan en grabar discos, ofrecer conciertos y los discos de ambos tienen mucho en común, fundamenta­lmente el rescate de las joyas líricas que les dieron cuna y canto.

No en balde la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Literatura a Robert Zimmerman precisamen­te ‘‘por haber creado nuevas expresione­s poéticas en el marco de la gran tradición musical estadunide­nse”.

Van Morrison en tetralogía (Roll with the punches, Versatile, You’re driving me crazy, The Prohet speaks), Bob Dylan en pentalogía (Shadows in the night, Falling angels, Triplicate = cinco discos), recuperan, el primero, canciones clásicas que lo formaron; el segundo (que en realidad es el primero, je), Dylan recopila viejas canciones, muchas de ellas dadas a conocer por Frank Sinatra para dotarlas de sentido, recuperar su decir original, prístino, echado por la borda por los manierismo­s de Sinatra.

Ambos, Morrison y Dylan, saben del arte de los trenes transporta­dos en armónica.

Los dos cantan feo pero se las saben completita­s.

Las líneas que comparten viajan siempre en paralelo, como las frases tintinnábu­li de Arvo Pärt: sin tocarse,

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