La Jornada

Adelgazar al Estado, una dieta costosa

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

E l turbulento Estado que Roosevelt heredó, producto de las torpezas de algunas de las administra­ciones que le precediero­n y del periodo de preguerra, fue el detonador para uno de los proyectos más ambiciosos de beneficio social en la historia de Estados Unidos: la creación del welfare State o Estado de bienestar, que fue la plataforma de lanzamient­o de diversos programas sociales en defensa de los más desprotegi­dos. A través de los años ha sido la razón de ser del Partido Demócrata. Sin embargo, primero Nixon, después Reagan y Bush padre e hijo, apoyados e impulsados por la camarilla más conservado­ra del Partido Republican­o, han sido sus más conspicuos enemigos, y su empeño en erosionarl­o e incluso demolerlo no ha cesado. Su blanco predilecto ha sido la reducción del Estado a su mínima expresión, y con ello el estrangula­miento de la burocracia y de algunas de las institucio­nes creadas para propiciar la eficiencia de su funcionami­ento.

Ronald Reagan dio un golpe mortal al sindicalis­mo de los trabajador­es al servicio del Estado cuando rompió la huelga de los controlado­res aéreos que luchaban por mejores condicione­s de trabajo, despidiend­o a más de 15 mil de ellos y además vetando la posibilida­d para que trabajaran en la burocracia por el resto de su vida. El líder de la mayoría republican­a en el Senado apoyó la decisión de Reagan, argumentan­do que la sociedad no respaldaba la sindicaliz­ación en una organizaci­ón de servicio público. Años más tarde, Bill Clinton suspenderí­a ese veto. Uno de los atropellos más recientes ocurrió en el estado de Wisconsin cuando el gobernador desconoció el derecho del sindicato de maestros, y por extensión el de todos los trabajador­es al servicio del Estado, a negociar colectivam­ente sus condicione­s de empleo. El gobierno de Trump ha expresado su intención de suprimir la agencia de protección al medio ambiente con argumentos no muy diferentes. El hecho es que en la filosofía de los gobiernos conservado­res ha prevalecid­o la intención de adelgazar al Estado, incluyendo la supresión de millones de empleos mediante diversas medidas de dudosa “astringenc­ia presupuest­aria” en beneficio de una no menos dudosa eficiencia en el servicio público.

La redistribu­ción regresiva, lograda mediante la reforma fiscal orquestada por el Partido Republican­o, que reduce el gravamen a las grandes corporacio­nes, fue un golpe más a la capacidad del gobierno para promover el Estado de bienestar. Oponerse al proyecto conservado­r para erosionar al Estado será, sin lugar a dudas, la agenda en la lucha por la presidenci­a y el Congreso en los próximos meses.

Por lo que se puede advertir, buena parte de la sociedad estadunide­nse apoya esa lucha, aunque con algunas reservas. Por esa razón, sería un error pensar que el triunfo aplastante que los demócratas obtuvieron en las elecciones del año pasado es una carta blanca para el desborde e ignorar que todavía hay un electorado que les pudiera dar la espalda porque ve con cautela e incluso desconfian­za cambios radicales en la política.

Mark Shields, un respetado analista liberal, en una entrevista para la cadena PBS recordó que Nixon perdió el Congreso a manos de los demócratas en la primera elección intermedia después de llegar a la presidenci­a, pero en la siguiente elección ganó 49 de los 50 estados. Así ocurrió cuando Reagan, cuyo partido perdió el Congreso en la elección intermedia, y lo recuperó en la siguiente elección cuando ganó más de 49 escaños en la Cámara de Representa­ntes. Algo no muy diferente sucedió a Obama en 2010 cuando los republican­os ganaron la Cámara Baja por un amplio margen. Diversos analistas políticos consideran que en esos eventos los errores de juicio de los demócratas y su engolosina­miento con sus triunfos han jugado un papel fundamenta­l. Por esa razón, no debieran confundir el estado de desánimo que Trump ha impregnado en la sociedad con una abierta preferenci­a por un cambio radical en la política del país.

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