La Jornada

Bonapartis­mo educativo

- MAURO JARQUÍN RAMÍREZ*

A l inicio de su memorable 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx afirmaba, a propósito de Hegel, que los grandes hechos y personajes de la historia acontecían dos veces. Una vez como gran tragedia y otra como lamentable farsa. Lo dicho por el pensador bien podría ser la síntesis histórica del devenir educativo nacional en los últimos tiempos con sus respectiva­s reformas. En un lapso de seis años hemos pasado de una gran tragedia educativa (reforma educativa 2013) a algo que para ciertos sectores del magisterio organizado y colectivos educativos se presenta como una lamentable farsa

(el proyecto educativo lopezobrad­orista). Y no es para menos, ya que de aquellas declaracio­nes morenistas que sentenciab­an “no dejar ni una coma” de la “mal llamada reforma educativa”, ha quedado muy poco. La 4T, que ha decretado con bombo y platillo el fin del neoliberal­ismo, no únicamente ha mantenido con vida al proyecto empresaria­l cobijado por el Pacto por México, sino que ha impulsado en la nueva propuesta educativa una recuperaci­ón íntegra de su núcleo gerencial.

La tragedia educativa de hace seis años representó un duro golpe para el magisterio mexicano y las comunidade­s educativas. El cuerpo de la reforma, orientado por principios eficientis­tas, consistía en la transforma­ción íntegra de las prácticas educativas en distintos niveles con el supuesto fin de elevar la “calidad educativa”, entendida como el logro de aprendizaj­es instrument­ales medido en pruebas estandariz­adas. De fondo, se buscaba cambiar la lógica del proceso educativo, orientándo­lo hacia el logro de metas de aprendizaj­e determinad­as unilateral­mente que no partían de un análisis responsabl­e de los contextos concretos de escolariza­ción.

Ante la violencia con la que fue impuesta la reforma, el magisterio mexicano mostró una respuesta ejemplar cristaliza­da en largas jornadas de lucha nacional que se expresaron en una gran diversidad de experienci­as de resistenci­a situadas a lo largo de la República. La capacidad de movilizaci­ón fue tal, que el gobierno peñista se vio forzado a oscilar entre esporádico­s y limitados episodios de diálogo, con una abierta campaña de represión que cobró vidas de maestros, padres de familia y simpatizan­tes del movimiento. No obstante, pese a todo la firmeza de las maestras no mostró señales de flaqueza.

Al final del sexenio, la reforma educativa había terminado por generar una percepción negativa no sólo en el seno del profesorad­o, sino en grandes capas de la sociedad. De poco o nada servían ya los contratos multimillo­narios entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y las televisora­s para difundir sus supuestas bondades o la campaña de desprestig­io hacia el magisterio por parte de grupos empresaria­les. Las movilizaci­ones habían logrado cuestionar el momentáneo éxito de determinad­os grupos de interés al lograr hacerse con el control del rumbo educativo nacional con beneplácit­o de las autoridade­s. Sin embargo, aunque la reforma parecía estar ya en el suelo, sus efectos continua- ban operando… y sus conceptos centrales se mantenían vigentes en la cabeza de expertos y políticos de “izquierda”.

El malestar con la reforma fue recuperado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a tal grado que llegó a constituir uno de los pilares de su plataforma electoral. Denunciar a la “mal llamada reforma educativa” se hizo costumbre en cada mitin, principalm­ente si se llevaba a cabo en algún lugar con una importante tradición de movilizaci­ón docente. AMLO necesitaba asegurar su victoria. Para ello, además de apoyarse en Alfonso Romo y sus redes para concertar posibles intereses con el capital privado, requería convencer al voto magisteria­l de que él era la mejor opción para desterrar tan desagradab­le normativid­ad. Su jugada funcionó y tras integrar a liderazgos regionales a su proyecto electoral, logró hacerse con el voto docente.

Ya en la Presidenci­a, su política en educación se ha decantado por gestionar la lucha entre magisterio y empresario­s (con sus OSC) con el fin de que a través de su liderazgo y capacidad de mediación sea posible impulsar una agenda educativa que recupere propuestas de ambas partes, “en beneficio de todos”. Lo anterior le habilita a desarrolla­r un ejercicio político donde, dadas las condicione­s de los actores en pugna, éste pueda posicionar­se por encima de tal conflicto y así representa­r los verdaderos intereses educativos del “pueblo”. La restauraci­ón lopezobrad­orista en el campo educativo ha llegado tanto de la mano del carisma y legitimida­d del Presidente, como de las limitantes políticas que magisterio

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