La Jornada

Homenaje a Arnulfo Romero, cura y activista asesinado en El Salvador en marzo de 1980

- ANA LANGNER

En un país con injusticia­s como México y en la región de América Latina donde los niveles de violencia y desigualda­des económicas son “bárbaros”, se requiere que las iglesias aporten al bien común y a la construcci­ón de paz, dijo Gerardo Cruz, investigad­or del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc).

Durante un conversato­rio en homenaje al defensor de derechos humanos y sacerdote católico salvadoreñ­o Óscar Arnulfo Romero, el investigad­or expuso ayer que el clima que vivió el religioso, de desapareci­dos y asesinados en El Salvador, “es el mismo que tiene México” ahora.

Monseñor Romero, asesinado en marzo de 1980, no sólo desafió al Estado y a la dictadura que gobernaba el país centroamer­icano en aquella época, sino a la misma Iglesia católica al ser voz para los desapareci­dos, mensajero de los encarcelad­os que pedían justicia y acompañant­e de los perseguido­s, indicó, el cónsul general de El Salvador en Ciudad de México, José Antonio Domínguez Mena.

Gabriela Hernández Chalte, directora del albergue migrante Casa Tochan e integrante del Comité Monseñor Romero, expresó que si bien la labor del sacerdote se concentró en El Salvador, “viendo los cambios, viendo las injusticia­s, creemos que Monseñor Romero está más vigente que nunca y que sus palabras proféticas de: 'si me matan, resucitaré en mi pueblo', se hizo realidad y no sólo en el pueblo salvadoreñ­o, ni únicamente en los religiosos o la iglesia católica”.

Para Gabriela Hernández después de 39 años de su homicidio, el legado de Romero sigue vigente pues el mundo aún no ha cambiado en relación a la persistenc­ia de la conservaci­ón de una élite que oprime.

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