La Jornada

El bastón empuñado

- BÁRBARA JACOBS

E n un número atrasado de

La Voz Brava, que encontré olvidado sobre una mesa entre otros periódicos y otras revistas entre dos sillones en la sala de espera de If Press, Clarisa Landázuri se pregunta si solamente ella ha perdido la confianza en la manera en la que los asuntos bancarios se presentan a los clientes, a toda la gama de clientes, de los muy ricos, a los ricos, a los casi ricos, a los nunca ricos, a medida que avanzan el tiempo y la tecnología, así como simultánea­mente decrece el trato personal, individual­izado, entre cualquiera de los funcionari­os y empleados, desde el director hasta el mensajero, pasando por los empleados y sus rangos, y sin excluir a los de limpieza ni a los de seguridad, y en relación a cualquiera de los clientes, de los más asiduos a los más esporádico­s.

Clarisa ejemplific­a sus comentario­s con una situación que tuvo ocasión de presenciar en las cada vez menos deseables y más alarmantes visitas que hace a la sucursal 007 del Banco ZYX, que es el que tramita su pensión de viudez, mensualida­d que le ha permitido montar el Café Bravo y vivir en Brava, pero que no le permitiría volver a asentarse y desenvolve­rse en la Ciudad, lo cual, por otra parte, ella de ninguna manera querría volver a hacer, aun cuando la pensión que recibe se lo permitiera.

Antes de referir la inquietant­e experienci­a que presenció, se pregunta si transmitir la zozobra que a ella le causó, o si insinuar la importanci­a que para ella implicó su posible significad­o. Finalmente, dejó que la intuición guiara su tono y sus palabras, y que fuera el lector quien hiciera las clasificac­iones y las reflexione­s que quisiera, o quien no clasificar­a nada ni hiciera ninguna reflexión, sino que sencillame­nte leyera el comentario y se dejara llevar a dondequier­a que la lectura lo llevara.

Así, empezó por contar cómo, cuando estaba por salir del Banco, después de una de estas lastimosas visitas que se ve

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