El bastón empuñado
E n un número atrasado de
La Voz Brava, que encontré olvidado sobre una mesa entre otros periódicos y otras revistas entre dos sillones en la sala de espera de If Press, Clarisa Landázuri se pregunta si solamente ella ha perdido la confianza en la manera en la que los asuntos bancarios se presentan a los clientes, a toda la gama de clientes, de los muy ricos, a los ricos, a los casi ricos, a los nunca ricos, a medida que avanzan el tiempo y la tecnología, así como simultáneamente decrece el trato personal, individualizado, entre cualquiera de los funcionarios y empleados, desde el director hasta el mensajero, pasando por los empleados y sus rangos, y sin excluir a los de limpieza ni a los de seguridad, y en relación a cualquiera de los clientes, de los más asiduos a los más esporádicos.
Clarisa ejemplifica sus comentarios con una situación que tuvo ocasión de presenciar en las cada vez menos deseables y más alarmantes visitas que hace a la sucursal 007 del Banco ZYX, que es el que tramita su pensión de viudez, mensualidad que le ha permitido montar el Café Bravo y vivir en Brava, pero que no le permitiría volver a asentarse y desenvolverse en la Ciudad, lo cual, por otra parte, ella de ninguna manera querría volver a hacer, aun cuando la pensión que recibe se lo permitiera.
Antes de referir la inquietante experiencia que presenció, se pregunta si transmitir la zozobra que a ella le causó, o si insinuar la importancia que para ella implicó su posible significado. Finalmente, dejó que la intuición guiara su tono y sus palabras, y que fuera el lector quien hiciera las clasificaciones y las reflexiones que quisiera, o quien no clasificara nada ni hiciera ninguna reflexión, sino que sencillamente leyera el comentario y se dejara llevar a dondequiera que la lectura lo llevara.
Así, empezó por contar cómo, cuando estaba por salir del Banco, después de una de estas lastimosas visitas que se ve