Juárez: la rebelión interminable
¿Qué hay detrás del personaje que consolidó a México como nación soberana e independiente, y que inauguró el Estado
laico? En esta biografía del liberal Benito Pablo Juárez García (1806-1872), el historiador y académico Pedro Salmerón desentraña los vínculos del Benemérito de las Américas con las vicisitudes del siglo XIX. La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento del libro Juárez: la rebelión interminable,de Pedro Salmerón. © 2019 Ediciones Culturales Paidós, SA de CV,
bajo el sello Crítica. Cortesía otorgada con el permiso de Grupo Planeta México L a biografía de Benito Pablo Juárez García inicia con un mito, un mito original que le da sentido a la leyenda heroica del personaje. Este mito, poderoso y significativo, está sustentado en la realidad histórica. Juárez fue, en efecto, el niño indígena de la Laguna Encantada que merced a su ambición salió en busca del mundo y, gracias a su tesón, voluntad y cierta dosis de buena suerte, se impuso a un destino que parecía condenarlo a la oscuridad y la miseria.
Benito Juárez nació el 21 de marzo de 1806, en San Pablo Guelatao, una aldea de veinte familias, aislada en la abrupta serranía del distrito de Santo Tomás Ixtlán, Oaxaca. No conoció a sus padres, zapotecas monolingües, y fue criado con cierta dureza por uno de sus tíos. También es cierto que desde muy niño se dedicó a las labores del campo hasta que, a los 12 años, posiblemente por algún descuido en sus labores o alguna travesura, y temiendo el duro castigo del tío, se fugó a la ciudad de Oaxaca, donde una de sus hermanas era cocinera en casa del comerciante Antonio Maza. La infancia de Juárez fue, como dice Justo Sierra, la de un muchacho casi desnudo, probablemente explotado por sus parientes, quizá maltratado hasta impulsarlo a huir. No hay que buscar en esa vida un adelanto, una prefiguración de un hombre de genio. No lo fue, Juárez fue un hombre de fe y voluntad, no de genio.
El niño zapoteca, monolingüe y analfabeto o semialfabeto (según su propia versión, su tío le enseñó rudimentos de lectura), vivía –como contó después en un breve relato autobiográfico, los Apuntes para mis hijos– con el deseo de conocer un mundo más amplio, esa ciudad de Oaxaca de la que le hablaban, con su magnífica catedral, sus grandes casas, sus amplias calles empedradas y, sobre todo, la posibilidad de trascender