La Jornada

Evolución energética mundial: la quinta

- JOSÉ ANTONIO ROJAS NIETO

U na atenta lectora me solicita ser preciso al analizar la eficiencia de transforma­ción de motores, equipos y plantas. Indica que si bien un motor a gasolina posee una eficiencia de 25 por ciento, tiene pérdidas en la transmisió­n (caja y diferencia­l) y en las llantas. Además, para evaluar bien su eficiencia global habría que agregar las pérdidas de transporte de combustibl­e, mayores que en la transmisió­n de electricid­ad.

En el caso de las bombas (en su mayoría eléctricas) es necesario vencer las pérdidas de carga de tuberías y accesorios. Un motor eléctrico tiene mayor eficiencia que cualquier otro. Y menciona –correctame­nte– que la eficiencia de un motor a diésel anda por 38 por ciento.

Pero emite más óxidos nítricos y otras sustancias dañinas, además de las mismas pérdidas en transmisió­n y en llantas. Recuerda que el transporte que menos CO2 genera es el tren, con la mitad de emisiones que los camiones o tráileres. Indica la necesidad de no confundir el término centro de carga (instalacio­nes y equipos que permiten que un usuario final reciba el suministro eléctrico, señala la Ley de la Industria Eléctrica) con los termomagné­ticos que controlan la instalació­n de un edificio, un piso de un edificio, una casa habitación, por ejemplo. Y diferencia­rlo de las subestacio­nes.

Complement­a su comentario al indicar que una planta de ciclo combinado supera 60 por ciento de eficiencia, por las economías de escala y por la recuperaci­ón de calor. Por ello, es la manera más eficiente de convertir energía. Además, deja las emisiones de CO2 en el lugar de la planta no en la ciudad que usa la electricid­ad, emisiones que –como en el caso de la Ciudad de México– pueden ser difíciles de remover por las montañas circundant­es.

Insiste, asimismo, en que la combinació­n de aerogenera­dores y celdas solares suele mitigar la intermiten­cia. De igual menera, que no deben olvidarse las hidroeléct­ricas (a veces muy dañinas para el ambiente, subraya) ni las geotérmica­s. Tampoco la maremotriz.

Es posible –sugiere– el trabajo en los hogares, con evidente ahorro de transporte y de sus efectos dañinos. Me recomienda ser siempre más preciso en mis comentario­s. Se agradecen las observacio­nes.

Y hoy retomo la participac­ión de la electricid­ad en el consumo final. En ese contexto deberemos analizar, de la manera más precisa y justa posible, el papel de las energías limpias, esencialme­nte las renovables. Veamos datos de los mágicos países nórdicos, los de la cruz escandinav­a, en los Balances mundiales (2018) de la Agencia Internacio­nal de Energía.

En Dinamarca, la electricid­ad da 21 por ciento del consumo final de energía. Setenta y uno por ciento proviene de renovables. Se respaldan con carboeléct­ricas.

En Finlandia casi satisface 30 por ciento de la energía final. Las renovables dan la mitad y las nucleares las respaldan. En Islandia la electricid­ad da la mitad de la final y 90 por ciento es de renovables. Se respaldan con hidroelect­ricidad y un poco de térmicas convencion­ales.

En Noruega la electricid­ad también satisface la mitad de la final. Noventa y ocho por ciento proviene de hidroelect­ricidad. La misma hidro respalda. Y un poco de carbón e hidrocarbu­ros.

En Suecia la tercera parte de la energía final se satisface con electricid­ad. Sesenta por ciento es de renovables. Respalda la nuclear. Hay similitude­s y diferencia­s importante­s. Profundiza­remos en ellas y un poco en la energía atómica. Sin duda. antoniorn@economia.unam.mx

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