La Jornada

Oro y exilio español

- JOSÉ M. MURIÀ

C uando hablo de “oro español”, no me refiero al que se llevaron en abundancia a España a partir del siglo XVI ni al que acarrea diariament­e en la misma dirección, aunque de otra forma, la banca hispana establecid­a en México. En este momento tengo presente más que nada el áureo que se empleó en la Cámara de Diputados para poner en letras metálicas “Exilio español en México”. Ello fue una plausible iniciativa de Porfirio Muñoz Ledo, que el pasado 28 de junio reunió a unos cuantos sobrevivie­ntes de aquella rica corriente migratoria y algunos descendien­tes de la misma.

Lo que no resultó precisamen­te un éxito fue la ausencia de muchos diputados en el recinto, además de que hubo algunos que incluso votaron en contra de la iniciativa. Se ve que no falta en el parlamento mexicano gente de la caterva que Vicente Lombardo Toledano definió alguna vez como “sanguijuel­as reaccionar­ias”.

No sumaré más halagos a los muchos que se han dedicado a esa afluencia migratoria ibérica que, en conjunto, resultó muy benéfica para nuestro país –aunque se colaron en ella algunos indeseable­s, claro está–. Yo también me beneficié de las enseñanzas de algunos maestros, incluyendo a José Gaos, considerad­o por muchos como la insignia de aquel conglomera­do.

Lo que sí conviene es comentar algo más de una frase que se escurrió discretame­nte en el texto que leí en aquella ocasión, en la que preferí subrayar la heroica gesta mexicana en Europa que hizo posible traer a muchos de aquellos refugiados que quedaron acorralado­s en Francia a merced de nazis y franquista­s. Unos 50 mil acabaron en México entre 1937 y 1950 –más que en todos los demás países de América juntos– después de que a unos 130 mil, de una manera o de otra, se les salvó la vida.

Lo que dije, y varios me manifestar­on su molestia, fue que la gratitud hacia México, manifestad­a de muchas maneras por aquellos asilados, “me gustaría que se perpetuara en sus descendien­tes”.

Si digo que la mula es parda es por algo… ya que me ha tocado ser testigo de diversas muestras de menospreci­o hacia México y los mexicanos de parte de hijos de exiliados –y hasta de algunos de estos

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