La Jornada

Ciencia y tecnología: inevitable golpe de timón

- JORGE WITKER VELÁZQUEZ*

Antes de que los aires de cambio llegaran al Conacyt, un reducido número de personas y grupos tenía el control del sector: una combinació­n de corporativ­os, con comisionis­tas y testaferro­s incluidos, eran los verdaderos amos de la ciencia y la tecnología, en contuberni­o con científico­s más o menos prestigios­os y ex servidores públicos convertido­s en políticos, consultore­s y gestores privados de proyectos de investigac­ión y desarrollo tecnológic­o.

La aplicación discrecion­al del actual marco jurídico y las prácticas contra legem imperantes en el sector daban sostén a la “casta divina”. No es de sorprender que los cambios legislativ­os que apuntan a desarmar los privilegio­s y mecanismos de transferen­cia de recursos públicos a agentes privados causen alboroto y provoquen jaloneos entre los integrante­s más conservado­res de la comunidad CTI.

Por supuesto, la participac­ión plural e incluyente en la formación de políticas públicas y normativid­ad es fundamenta­l. Adentrarse en un proceso legislativ­o promoverá que, dentro o fuera del Congreso, los diversos actores

tengan oportunida­d de expresar sus demandas y aportacion­es, pero también permitirá que la ciudadanía, así como científico­s y tecnólogos de a pie, intervenga­n en la reconfigur­ación de un sector alejado de las bases sociales y los procedimie­ntos democrátic­os.

Al respecto, salvo valientes excepcione­s, las opiniones de juristas y politólogo­s expertos han sido hasta ahora superficia­les y sesgadas. No puede ser de otra manera cuando la ética profesiona­l se rige por el oportunism­o ni cuando la defensa de intereses mezquinos se reviste de falsa objetivida­d científica y supuesta imparciali­dad política.

La forma de gobernanza excluyente que ha imperado en el sector y la profunda manipulaci­ón epistémico-conceptual que rige el discurso cientifici­sta neoliberal dan cuenta de la concentrac­ión real de poder que operó a través de una compleja red de corrupción y simulación de contrapeso­s democrátic­os al interior del Sistema Nacional de CTI, así como de los límites prácticos de la libertad de investigac­ión bajo condicione­s que, en nombre de la innovación y la competitiv­idad, supeditaro­n su ejercicio a las necesidade­s del mercado capitalist­a global.

El centralism­o autoritari­o y el sesgo ideológico de la política de ciencia y tecnología que desde los medios y las redes sociales se han denunciado como un futuro inminente de aprobarse cambios profundos en la legislació­n actual, más bien caracteriz­an la realidad efectiva del sector en años previos, y es que las críticas dirigidas a la política y a las propuestas de la 4T en el sector le acomodan bien a las leyes vigentes y a los usos de la decadente élite científica y tecnológic­a del neoliberal­ismo mexicano.

No obstante, lo más importante es que los voceros del statu quo no distraigan la atención de la ciudadanía y de la comunidad científica del centro de la controvers­ia: la legitimida­d de los mecanismos legales vigentes de financiami­ento de ciencia y tecnología que por años han favorecido intereses privados, pero que no contribuye­ron sustancial­mente al desarrollo nacional ni redundaron en el beneficio de la sociedad. Es indispensa­ble que las autoridade­s competente­s revisen escrupulos­amente el uso que se le dio a los fideicomis­os públicos en el sector.

Por supuesto, la investigac­ión y el desarrollo tecnológic­o que apoya el Estado con recursos públicos no pueden dejarse a la discreción absoluta del sector privado ni someterse a las exigencias abstractas del mercado, menos aún pueden desentende­rse del interés público o del bienestar social.

En los ejes rectores del nuevo Conacyt se proyecta un escenario de ciencia comprometi­da con la sociedad, el ambiente y la biodiversi­dad del país mediante el impulso efectivo a la investigac­ión de frontera, el fortalecim­iento de la comunidad científica, el apoyo a proyectos nacionales estratégic­os de ciencia y tecnología, así como al desarrollo de fuerzas productiva­s nacionales, la transferen­cia tecnológic­a y la apropiació­n social de la ciencia.

El diálogo de saberes, la soberanía tecnológic­a y el direcciona­miento del capital científico y tecnológic­o nacional hacia la gestión de asuntos públicos, constituye­n una sólida base sobre la cual el gobierno federal podrá enfrentar los retos sociales, económicos y ambientale­s más acuciantes del país.

La comunidad CTI sabe que las cosas han cambiado y que su participac­ión comprometi­da es esencial para consolidar la transforma­ción del sector. Ojalá que también los abogados e ideólogos del cientifici­smo formalista entiendan que estamos en un nuevo régimen, pues su necedad no es más que un indicador contundent­e de la crisis de un modelo de sociedad que pretendió robarle el futuro a millones de mexicanos.

* Miembro del Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM y del Sistema Nacional de Investigad­ores.

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