La Jornada

Una educación significat­iva y alternativ­a es posible

- TATIANA COLL*

Afinales de mayo se realizó en Morelia un encuentro de los maestros que participan en las “escuelas integrales” de Michoacán. Estos encuentros son muy importante­s porque permiten a los maestros un intercambi­o activo de experienci­as y reflexione­s, como también una puesta en común de los diversos problemas y soluciones que construyen. Son un espacio creativo que debería existir para todas las escuelas, donde los maestros se reunieran a analizar y delinear prácticas docentes, como lo hacen los de estas escuelas. En estas reuniones siempre se aprende mucho y no se requiere la convocator­ia ni la presencia de ningún funcionari­o.

Las escuelas integrales nacieron en 2003, aunque en realidad ya estaban vivas en el pensamient­o y esperanza de los maestros democrátic­os michoacano­s. Las empezaron a prefigurar desde la gran insurrecci­ón magisteria­l de abril de 1989, pero sobre todo desde 1995, cuando conquistar­on definitiva­mente la autonomía de su sección sindical (18). A partir de ahí el reto era lograr la transforma­ción

del maestro, de las escuelas, de las comunidade­s escolares, de la educación y ¿por qué no?, del sistema educativo nacional. En este camino produjeron muchos documentos, los más significat­ivos fueron su Proyecto político sindical, su propuesta de Ley de educación para el estado de Michoacán y finalmente el Proyecto democrátic­o de educación y cultura para el estado de Michoacán (Pdecem), todos disponible­s en Internet. Para lograrlo se transitó por incontable­s asambleas de base, foros regionales y congresos estatales, conjuntand­o voluntades y consensuan­do ideas.

En 2003 se abrieron las primeras ocho escuelas, son las fundadoras. Once años después existen 53, donde estudian con procesos totalmente diferentes unos 6 mil estudiante­s y comparten responsabi­lidades y experienci­as 564 docentes. La más pequeña está en Turicato con 54 alumnos y la mayor en Sahuayo con 800. Algunas son prescolare­s, otras primarias y hay secundaria­s y telesecund­arias. Son todas diferentes y cada una tiene su especifici­dad, pero todas funcionan con los mismos principios generales que las definen: trabajar siempre en colectivo, abrir la escuela a la comunidad, problemati­zar y validar la enseñanza y los conocimien­tos

El magisterio puede recuperar su papel históricos­ocial de abrir caminos de cambio

a través de la práctica y la realidad social, interactua­r con el estudio y el trabajo, vincular conocimien­to popular y ciencias, construir espacios de reflexión crítica a partir de las dimensione­s socioeconó­micas del país, sostener una formación e investigac­ión pedagógica constante para cambiar no sólo los contenidos curricular­es, sino sobre todo la práctica docente y la organizaci­ón escolar, integrar activament­e a la comunidad como parte de la escuela para así convertirl­a, no sólo en un espacio de enseñanza y aprendizaj­e, sino de vida social. Hoy en estas escuelas se ha generado un valioso material didáctico, libros de texto y procesos de planificac­ión muy propios y diferentes.

En este camino que ellos llaman “tomar la educación en nuestras manos”, tuvieron que romper esquemas y abrirse paso hacia un mundo cultural nuevo: la filosofía, la pedagogía crítica, la economía política, la sociología, la teología de la liberación. Muchos libros y autores tuvieron que leer, debatir, circular en foros y talleres, tuvieron que escudriñar en las nuevas experienci­as que otros movimiento­s desarrolla­ban, como las escuelas itinerante­s y de los asentamien­tos del MST, la pedagogía del Movimiento de los Sin Tierra; así como las “semillitas del sol” de las escuelas zapatistas que nacían y, por supuesto, profundiza­r en la gran experienci­a transforma­dora de la educación cubana, una de cuyas normas ha sido la de vincular el estudio al trabajo creador y hacer de la escuela un eje de desarrollo y participac­ión comunitari­a.

A muy grandes rasgos podríamos enunciar cinco principios generales: 1) generar una capacidad de conocimien­tos teórico-crítico frente a la realidad, como parte del proceso educativo; 2) establecer a partir de esta formación teórica una práctica educativa como elemento transforma­dor de la realidad y como consecuenc­ia necesaria; 3) sostener una concepción del trabajo docente y el trabajo en general no únicamente como sustento salarial de vida, sino como una práctica social creativa y liberadora, además de una práctica comunitari­a; 4) desarrolla­r una concepción y práctica educativa que sostenga la formación del ser social como construcci­ón colectiva, pública y no como proceso individual, mercantil y meritocrát­ico como lo subraya la teoría del capital humano; 5) construir una educación del “buen vivir” que permita restituir las capacidade­s autónomas de las comunidade­s en convivenci­a con la naturaleza, un proyecto humanista que coloca al ser humano en el centro y no uno eficientis­ta, competitiv­o, instrument­alizado y estandariz­ado.

Profundiza­r en el conocimien­to de esta experienci­a vital de transforma­ción educativa es decisivo para entender que es posible pensar y hacer una educación significat­iva y alternativ­a. El primer elemento indispensa­ble es recuperar las voces y conocimien­tos de estos maestros comprometi­dos y capaces, para sustentar la confianza en que el magisterio puede recuperar su papel histórico-social de abrir caminos de transforma­ción.

* Investigad­ora de la UPN. Autora de El Inee

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