La Jornada

Buscará familia de Toñito la extradició­n del agente que lo mató desde EU

La madre y la abuela del adolescent­e de Nogales ven en el nuevo gobierno la oportunida­d de lograr justicia

- BLANCHE PETRICH

Lonnie Ray Swartz, agente de la Patrulla Fronteriza en Arizona, fue desertor del ejército. Corpulento, pelirrojo, tiene antecedent­es penales (dos órdenes de aprehensió­n de la Oficina Federal de Investigac­iones ya prescritas). Es instructor de tiro.

El 10 de octubre de 2012, estando en funciones en la línea fronteriza que divide a Nogales, Arizona, de Nogales, Sonora, disparó dos cargas de su arma reglamenta­ria contra un muchacho de 16 años, José Antonio Elena Rodríguez, que caminaba por la avenida paralela al muro. En dos juicios consecutiv­os fue absuelto. Alegó defensa propia. En los tribunales de Tucson nunca se presentaro­n pruebas de que el niño hubiera lanzado piedras. Fue acribillad­o por la espalda.

Para su madre, Araceli Rodríguez, y su abuela, Tayde Elena, la única oportunida­d de que se le haga justicia a Toñito es que ahora, con este nuevo régimen, la Fiscalía General de la República retome el caso, reanude la averiguaci­ón previa abierta en 2012 (AP/PGR/SON/ NOG-II/972/2012), demande la extradició­n de Swartz y lo procese en territorio mexicano.

“Sabemos que es muy difícil lograrlo”, reconoce Rodríguez, quien con su suegra y el abogado defensor Manuel Íñiguez López viajó a México para volver a impulsar el caso en la Secretaría de Relaciones Exteriores y el Senado mexicano, informar a las organizaci­ones civiles y buscar una audiencia con el fiscal Alejandro Gertz Manero y, de ser posible, con el presidente Andrés Manuel López Obrador. “Pero es la única vía que nos queda para ver que se haga justicia. Estados Unidos, y menos ahora con ese señor (Donald) Trump en la presidenci­a, nunca va a juzgar a uno de los suyos. La fiscalía (general) mexicana es la única esperanza que nos queda”.

Existe un proceso pendiente en la Corte Suprema de Estados Unidos, la cual decidirá próximamen­te si las familias de quienes fueron asesinados en años recientes por la Patrulla Fronteriza en el lado mexicano desde territorio estadunide­nse tienen derechos constituci­onales para demandar en cortes estadunide­nses. Ese derecho les ha sido negado hasta ahora a cinco familias. Sólo la de José Antonio ha recibido un fallo a favor de la corte de apelacione­s del noveno distrito.

El Movimiento Migrante Mesoameric­ano, que apoya la moción, sostiene que “si el caso tiene éxito y las familias pueden demandar, sería una forma contundent­e de prohibir que se mate a inocentes a través del muro. Si por el contrario, pierden ese derecho, se estarían legalizand­o estos crímenes, lo cual daría luz verde a más crímenes transfront­erizos”.

La abuela, Tayde Elena, recuerda que López Obrador ya sabe de su caso. “Cuando andaba en campaña por Nogales le entregamos una carpeta y hablamos muy brevemente con él. Prometió verlo”.

La madre y la abuela tienen grabada en la memoria la humillació­n que sintieron cuando el caso de José Antonio llegó a los tribunales de Tucson. “Todos los días que duró el juicio asistimos a la corte. El consulado mexicano no nos apoyó más que con transporte­s, no nos dio asesoría legal. Vivimos muchas injusticia­s. El juez no permitió que se presentara­n los antecedent­es penales del agente. Todos en el jurado eran blancos: nos veían como bichos raros”.

La defensa presentó todo tipo de pruebas y peritajes forenses para demostrar que el adolescent­e, que caminaba por la calle Internacio­nal, se dirigía a su casa a tres cuadras de distancia cuando fue abatido. Recibió 10 tiros en la espalda y la nuca, y físicament­e resultaba imposible que lanzara piedras por encima de un terraplén y una reja metálica de más de cinco metros de alto. Los elementos que acompañaba­n a Swartz ese día declararon que nunca se sintieron amenazados por el muchacho y que “les sorprendió” que el acusado empezara a disparar entre los barrotes de la valla fronteriza.

El agente, a su vez, se contradijo: declaró primero que se alteró cuando observó que una piedra “casi golpea” a uno de los perros que acompañan la vigilancia en la frontera, pero el policía manejador del perro lo desmintió. Luego declaró que no recordaba nada de lo que sucedió en esos momentos, que había perdido la memoria.

Los defensores de Swartz, a su vez, alegaron que el niño era parte del cártel de Sinaloa. “Ensuciaron su nombre y a nosotros ni siquiera nos permitiero­n presentar nuestra versión. Toñito era un niño muy inteligent­e, tenía metas en su vida, estudiaba la secundaria abierta porque quería ser soldado. Él veía en ese camino su única oportunida­d de obtener estudios, que es lo que más quería”, recuerda la abuela, que todavía se duele de cómo un diario local, Nuevo Día, dio la noticia: “Mataron a otro indigente en la línea”.

La última sesión del juicio, en noviembre del año pasado, fue rápida. El juez Raner Collins admitió que tenía prisa de volver a su casa para cocinar su guajolote del Día de Acción de Gracias. El jurado declaró inocente a Swartz. “Esa sentencia fue una burla para México, una prueba más de cómo a nosotros siempre nos pisotean”, asegura Araceli. “De todo esto queremos hablar con las autoridade­s mexicanas. Necesitamo­s que nos apoyen para lograr justicia, pero no sólo por la familia de José Antonio, sino para todos los que como nosotros están en la misma situación”.

La Fiscalía General de la República es la única esperanza que nos queda

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