Campos made in USA
Acción y reacción. Pensemos en la inquietante presencia del paradigma –o la “sinécdoque” (véase: S. Moyn, In the aftermath of camps, en: Histories of the aftermath: the legacies of the second world war in Europe, ed. F. Biess, R. G. Moeller, 2010, p. 49-66)– del “campo”. En su retorno (Agamben et al). Persistencia. Vivacidad. En la manera en que permea el terreno físico (“lo material”) e ideológico (“lo imaginario”) de nuestra modernidad. ¿Un ejemplo? La “controversia” desatada por Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), una congresista demócrata estadunidense, que se refirió a los centros de detención en Estados Unidos para niños centroamericanos como “campos de concentración”. Primero en un live-stream, donde criticó la decisión de Trump de albergar unos mil 400 niños migrantes en una base militar (bit.ly/2wN7H3z) que durante la Segunda Guerra sirvió como un campo de internamiento para los ciudadanos estadunidenses de origen japonés (¡“reciclaje” de campos es una faceta recurrente!). Luego en una serie de tuits (bit.ly/2LsBbfA) denunciando con más fuerza a “campos de concentración en la frontera sur, donde los migrantes son brutalizados, deshumanizados y donde mueren”. “No es una hipérbola, es una opinión experta”, concluía citando –entre otros– a A. Pitzer (bit.ly/2IhnApz). En una arremetida ideológica L. Cheney, una congresista republicana −hija del ex vicepresidente– remarcó que AOC con sus palabras “menospreció la memoria de 6 millones de judíos exterminados durante el Holocausto” (bit.ly/2NP0g7l), un típico intento de silenciar las críticas, mientras los campos de concentración –“masiva detención de civiles sin debido proceso”− lo pre-datan, se insertan sólo parcialmente en su modus operandi y las analogías con él, no deben ser un tabú, sino algo históricamente deseado (bit. ly/2JUeGxh). Si el Holocausto –“¡Nunca más!”− no sirve para defender a los más débiles, ¿de qué sirve?
Historia y antecedentes. La existencia en Estados Unidos de ( proto) campos de concentración data al menos de los años 30 del siglo XIX. Así que cuando AOC remarcó que el país “tiene una larga, vergonzosa e ignorada historia de ellos” (bit.ly/2XHdP8y), otra vez ponía el dedo en la llaga. Desde los campos para los “nativos domésticos” en el contexto de la limpieza étnica, genocidio y la “larga solución del problema indio”, donde miles de indígenas morían de sobrepoblación, enfermedades y desnutrición −y en marchas forzadas ( Trial of Tears)−, hasta los campos para los “nativos coloniales” en Filipinas bautizados −oportunamente− “suburbios del infierno”, erigidos en el contexto del Destino Manifiesto, un “clásico” esfuerzo de “reconcentración” de población civil (bit.ly/2N67nb4). Entre 1942-1946 los campos de internamiento para los japoneses-estadunidenses en Estados Unidos albergaban hasta 120 mil personas “sospechosas” (bit.ly/1HRqA7p),
Los campos para niños también son prisiones, donde sufren hacinamiento, maltrato, abandono y falta de servicios
Así es como muere la gente: no por un directo afán exterminatorio, sino hacinamiento, maltrato, abandono y falta de servicios. Por un premeditado e inducido centralmente desprecio. “Recortes”, “falta de recursos” y “desborde del sistema” ya son la predilecta explicación de los trumpistas que esquiva el meollo del problema: la crueldad adrede. Hasta ahora murieron en custodia 24 adultos y seis niños migrantes. Sí el “debate terminológico” sobre los campos tiende a ofuscar el sadismo e inhumanidad de la actual política migratoria –su “facilismo” en culpar a los más débiles (migrantes/pobres), etcétera −y el “negacionismo” implícito en ella−“¿¡como es posible que una nación de “tantas libertades” y una que haya liberado a Dachau (bit.ly/2nMFoio) o Buchenwald (bit.ly/2XD4Wg3) hubiese edificado sus propios campos!?”−, la historia es aquí clara: estos sí son campos y los campos tienen que ser liberados (bit. ly/2S5q0L5).
*Periodista polaco Twitter: @MaciekWizz