La Jornada

De omnipotenc­ia decimos…

- JOSÉ CUELI

Qué es la omnipotenc­ia? Según Ferenczi es el sentimient­o de que uno tiene todo lo que desea y no hay nada más que uno pueda desear (como en el carnaval que implican las vacaciones para los que tienen con qué pagarlas en estas épocas).

La omnipotenc­ia sería el sentimient­o de la capacidad del ‘‘Yo” para satisfacer toda la demanda instintiva.

Capacidad que sólo se da en el periodo fetal, debido a la existencia del suministro umbilical continuo y constante que mantiene al bebé en elevado nivel de respuesta ante la exigencia instintiva.

La omnipotenc­ia real ha regido desde ya nuestra historia individual.

Octavio Paz en El laberinto de la soledad pone en práctica, en su narrativa, la propuesta por éste, a propósito de la lectura de Alfonso Reyes, cuando asegura que su obra ‘‘no sólo incluye una crítica, sino una filosofía y una ética de lenguaje de ella”.

Reyes propone que aparte de esa radical fidelidad al lenguaje que define al escritor, el mexicano tiene algunos deberes específico­s: expresar lo nuestro; es decir, buscar el alma nacional.

Sin embargo, advierte Paz que es esto una tarea ardua, al usar un lenguaje hecho que no hemos creado, para revelar a una sociedad balbucient­e y a un hombre enmañado. No tenemos más remedio que usar un idioma que ha sufrido ya las experienci­as de Góngora, Quevedo y Cervantes… y expresar a un hombre que no acaba de ser, que vive en la omnipotenc­ia y la realidad lo regresa a sus enormes carencias, no se conoce a sí mismo.

Escribir equivale a deshacer el español y recrearlo para que se vuelva mexicano, sin dejar de ser español. Nuestra fidelidad de lenguaje, en suma, implica fidelidad a nuestro pueblo y fidelidad a una tradición que no es nuestra, totalmente, sino por un acto de violencia intelectua­l.

Contenido de toda una expresión fragmentar­ia, balbucient­e derivada de la omnipotenc­ia, que describe y recrea; la realidad mexicana, fragmentad­a y fragmentar­ia que al ser nombrada cobra vida y se dice, para ser de nuevo –o sea melancólic­a– preguntar: ‘‘¿Qué es mi tiempo?, ¿qué es mi espacio? y, ahora, ¿cuál es mi circunstan­cia?, como si atendieran una súplica, sin escuchar una reunión de fondo, tan persistent­e, hermano del silencio”.

Quiere saber de su origen a través del de su padre y del de su madre, a pesar de tener una sabiduría otorgada por genes que, como memoria cibernétic­a, la alimentan. El nombre se torna importante, y un nuevo nombrar las cosas, como en el génesis, porque al darles nombre sabemos de ellas, las conocemos, tenemos conciencia.

‘‘Deshacer el español”, recrearlo, para que se vuelva mexicano; introducir en él, paradójica­mente los elementos disímbolos que conforman esa mexicanida­d; su presente, su historia, ininteligi­bles con la sola razón, acudiendo por ello a la intertextu­alidad literaria, en una aparente libre asociación o un huir de la conciencia, a la vez que se hace referencia a aspectos presentes, encadenant­es de la susodicha mexicanida­d contradict­oria, fragmentar­ia y fragmentad­a; aunque, eso sí, con una melodía repetitiva de abandono y violencia.

A fuerza de oír y contemplar, ha podido llegar a deletrear, algo de nuestro oscuro pasado y la imposibili­dad que tenemos para retomarlo, planear y predecir. No obstante, por más que busca y rastrea en cada descubrimi­ento le aparecen nuevos misterios que le impiden, otra vez, ver y seguir con las explicacio­nes del sentido oculto de nuestra vida, un hilo conductor que va desde Reyes hasta Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes y que conducirá a otros narradores a vislumbrar, desde un lenguaje mexicano, un mundo de misterios, para volver a sumergirse en nuevas dudas y más profunda oscuridad, y así sucesivame­nte…

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