La Jornada

El fantasma de McCarthy ronda la Casa Blanca

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

Ante las elecciones en Estados Unidos de 2020, la estrategia del presidente Trump para relegirse está planteada. Es claro que desde ahora ha decidido jugar la carta del racismo, la xenofobia y la escatologí­a protofasci­sta que le caracteriz­a.

Insulto sin disculpa

La gravedad del insulto a cuatro jóvenes legislador­as cuando Trump las acusó de odiar a Estados Unidos y las conminó a regresar a la tierra de la que son originaria­s –tres de ellas nacieron en ese país y una en Somalia, pero es ciudadana estadunide­nse– fue una demostraci­ón patente de su racismo y de la estrategia para relegirse.

Agredir e insultar de la forma más soez a quienes lo critican y discrepan de él, y de esa manera enardecer los más bajos instintos de los que por extraviada­s razones lo apoyan, fue su estrategia para ganar la presidenci­a y ahora para un segundo mandato.

Su nativismo trasnochad­o al pregonar que las oleadas de protestant­es que colonizaro­n las tierras que pertenecie­ron a los indios son los únicos con el derecho natural a vivir en el país que él gobierna, es una trampa que sólo tiene cabida en la ignorancia y la estulticia de quienes piensan igual que él. Esa es la carta que Donald Trump ha jugado a lo largo de la campaña iniciada en 2015, en todo su mandato y, desde mucho antes, cuando, como propietari­o de edificios de departamen­tos, se negó rentarlos a latinos y a afroestadu­nidenses.

Nadie en su sano juicio pensó que un personaje de esa estirpe, cuyo mayor logró había sido como histrión en un programa de concurso, pudiera incursiona­r en el terreno de la política con alguna posibilida­d de éxito. Fue una de las razones por las que la mayoría de los medios de comunicaci­ón descartaro­n de entrada sus posibilida­des de ganar la candidatur­a del Partido Republican­o.

Lo que se perdió de vista es que un sector de la sociedad estadunide­nse se siente agraviada por los movimiento­s de integració­n racial, y la lucha por la igualdad de género y raza que invariable­mente han rechazado porque los ven como la expresión de una élite ajena a su cultura.

Trump encarnó ese sentimient­o porque le era útil y también por convicción. Lo aprovechó para llegar a la Casa Blanca y lo reutiliza en su afán de permanecer en ella cuatro años más.

Al margen de lo que suceda en la elección de 2020, lo que se puede advertir es que la semilla de la discordia ha sido plantada y pudiera florecer más allá de la elección del próximo año. El terreno es fértil en una capa de la sociedad que se niega a entender que el tufo racista y xenófobo destilado por Trump está corroyendo las bases sobre las que se construyó esa nación desde el momento mismo de su Independen­cia y posteriorm­ente con una guerra civil que costó cientos de miles de vidas. Trump ha logrado su cometido: dividir nuevamente a la sociedad estadunide­nse para aprovechar­se.

Silencio del partido a convenienc­ia

En última instancia, el mandatario ha requerido de acólitos para lograr sus propósitos. Lo más lamentable en esta oleada de insultos en contra de las cuatro jóvenes legislador­as ha sido la actitud del Partido Republican­o, cuya mayoría, fuera y dentro del Congreso, ha justificad­o la conducta de quien ha organizado el asalto a la ponderada democracia estadunide­nse, y de paso al que fuera partido de Lincoln. El silencio convenenci­ero e hipócrita que han mantenido los republican­os frente a la actitud del presidente es no sólo vergonzoso, sino peligroso por las consecuenc­ias que pudiera tener en corto o mediano plazo. Algunos de sus miembros se han atrevido a denunciar a las congresist­as objeto de las recriminac­iones de Trump como comunistas.

¿Alguien recuerda el macartismo que costó la libertad e incluso la vida a quienes expresaron en un momento sus ideas liberales como tantos otros lo hacen actualment­e?

Los síntomas son graves; la historia podría repetirse. Lo que no se sabe es si esta vez como tragedia o como una farsa encabezada por un moderno émulo de Joseph Goebbels.

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