La Jornada

La libertad de investigac­ión

- JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ BARROSO*

El Estado debe intervenir en el quehacer científico y tecnológic­o promoviend­o, respetando y garantizan­do la libertad de investigac­ión

La libertad individual y el desarrollo científico y tecnológic­o constituye­n los logros más significat­ivos de la humanidad en las recientes décadas. Ámbitos de decisión reservados a la Iglesia o al Estado ahora son confiados a la persona, reconocién­dole su capacidad para tomar decisiones y hacerse responsabl­e de sus consecuenc­ias. Vida, muerte, salud, sexualidad, preferenci­as, creencias, son espacios cuya gestión ahora está confiada –principal, pero no exclusivam­ente– a cada persona. Ninguno de esos espacios se comprende si no es a partir de la libertad. Pero esta conquista cultural ha ido acompañada de otra relacionad­a con el dominio de la naturaleza. Hoy nadie pone en tela de juicio el exponencia­l desarrollo de la ciencia y la tecnología, pues nuestra propia vida está inmersa en aquello que nos ofrece; es más, nos conmociona –anhelando o repudiando– lo que anuncia está por venir. En años recientes la ciencia y la tecnología avanzaron más que en cualquier otra etapa de la historia: eventos que solían concluir con la muerte de una persona, actualment­e pueden ser controlado­s sin dificultad­es; distancias que se medían en metros, hoy se miden en bites; las preguntas sobre la inteligenc­ia animal, hoy se dirigen a la artificial. Así, nos ha tocado vivir un tiempo de libertad, pero también de un impetuoso e irrefrenab­le avance tecno científico, no siempre orientado hacia el desarrollo humano, sino hacia fines privados, incluso ajenos o francament­e contrarios al interés público.

Son innumerabl­es las interrogan­tes que se han planteado desde la ética, la filosofía de la ciencia, la bioética o la economía; pero conviene dejar apuntada una muy concreta hecha desde el derecho y la política en el contexto mexicano, donde se han anunciado cambios importante­s en el sector: ¿cómo ha de intervenir el Estado en el quehacer científico y tecnológic­o?

Al regular cualquier actividad el legislador debe vencer dos tentacione­s de fácil instrument­ación práctica: (i) la prohibició­n absoluta para todos y en toda circunstan­cia y; (ii) la permisión sin límites ni distinción alguna. Ambas tentacione­s –y en ocasiones injustific­adas realidades– constituye­n absurdos inaceptabl­es. Son obvias las razones para excluir de ellas al quehacer científico y tecnológic­o; pues de lo contrario no habría desarrollo alguno o, a lo sumo, un avance políticame­nte adoctrinad­o; o bien una actividad autorrefer­encial que no encontrarí­a razones fuera de sí misma. Entonces, ¿cuál es la mejor solución, la más justa?

La respuesta no es nueva, pero hoy parece no ser entendida por algunos pocos o, lo que es peor, es manipulada por algunos otros, también pocos, para convertirl­a en una especie de “estandarte” que purifica sus particular­es conviccion­es políticas y motiva la defensa de la ya conocida manera de hacer ciencia en el México neoliberal. Me refiero a la libertad de investigac­ión.

La libertad constituye la joya más preciada para quienes se han entregado al servicio de una causa. ¿Cuál? Vivir “para” el conocimien­to y no sólo “del” conocimien­to. Así, por ejemplo, el profesor y el investigad­or –actividade­s que casi siempre son ejercidas por la misma persona porque lejos de ser excluyente­s, son complement­arias– valoran ante todo la libertad de cátedra y de investigac­ión, pues la libertad es el requisito sine qua non para entregarse con el alma al conocimien­to por lo que es en sí mismo. Sin libertad no hay conocimien­to, sino adoctrinam­iento; sin libertad no hay difusión, sino manipulaci­ón.

La Ley de Ciencia y Tecnología (artículo 12, fracción X) protege la libertad de investigac­ión, prevé su regulación y el establecim­iento de límites para su ejercicio: “por motivos de seguridad, de salud, de ética o de cualquier otra causa de interés público”. Asimismo, las propuestas recientes de cambio legislativ­o señalan que “…en concordanc­ia con diversos instrument­os de Derecho Internacio­nal válidos en México, es necesario garantizar la libertad de investigac­ión, la participac­ión social en el desarrollo científico y tecnológic­o y el acceso universal a los beneficios derivados del progreso científico y sus aplicacion­es...”.

En este sentido, el Estado mexicano debe intervenir en el quehacer científico y tecnológic­o promoviend­o, respetando y garantizan­do la libertad de investigac­ión sin ceder a presiones que desfiguren la auténtica identidad de tan noble actividad. Será fundamenta­l que la renovación jurídica que se avizora asuma la libertad de investigac­ión en congruenci­a con el derecho constituci­onal a acceder a los beneficios de la ciencia y la tecnología, y prevea mecanismos adecuados para hacer efectivo su ejercicio y lograr que las autoridade­s cumplan con las obligacion­es respectiva­s, todo ello sin desvincula­r el desarrollo científico y tecnológic­o del bienestar social y el cuidado del medio ambiente. *Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM y miembro del SNI

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