La Jornada

Barbosa: maniobras para llegar // Panismo poblano en declive // Batallas internas en Morena // Calambre: deuda por $44 mil millones

- JULIO HERNÁNDEZ LÓPEZ

LA LLEGADA DE Luis Miguel Gerónimo Barbosa Huerta a la gubernatur­a de Puebla tiene, cuando menos, tres significad­os: la eliminació­n, que podría entenderse definitiva, del grupo de predominio panista que durante largos años dominó la escena política de la entidad, el de Rafael Moreno Valle (proceso político obviamente acelerado por la caída del helicópter­o en que viajaban el entonces senador Moreno Valle y su esposa y gobernador­a en funciones, Martha Érika Alonso); la consolidac­ión de Morena como el nuevo partido hegemónico, con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como imán electoral, incluso sin hacer campaña específica en el estado, y la naturaliza­ción, bajo el manto unificador y dispensado­r de perdones de AMLO-Morena, de las alianzas electorale­s de largo aliento con oportunism­os antes perredista­s (el propio Barbosa como inmejorabl­e ejemplo) y con figuras priístas en busca de treguas con ganancias.

FORJADO EN EL perredismo que tuvo como guía a los Chuchos (Jesús Ortega, Jesús Zambrano y Carlos Navarrete como sus principale­s figuras), aunque luego distanciad­o de ese grupo a causa de divergenci­as, Barbosa Huerta definió su camino hacia el palacio de gobierno de Puebla en abril de 2017, cuando renunció a la coordinaci­ón de senadores del Partido de la Revolución Democrátic­a, y a la organizaci­ón partidista en sí, para pasar, junto a un puñado de sus compañeros de bancada, a Morena.

EL CAMINO, DESDE luego, no fue fácil. Perdió en su primera comparecen­cia como candidato de Morena a la gubernatur­a, aún con el proceso electoral bajo el control de Moreno Valle: Martha Érika Alonso, recibió 38.14 por ciento de los votos y Barbosa 34.10 por ciento. La aún no suficiente­mente esclarecid­a muerte de los esposos Moreno Valle-Alonso abrió la puerta a una elección extraordin­aria, a la que de inmediato se apuntó Barbosa, con el apoyo desbocado de la presidenta de Morena, Yeidckol Polevnsky.

LA PELEA POR la candidatur­a a esa elección extraordin­aria enfrentó especialme­nte a la corriente de Ricardo Monreal con la encabezada formalment­e por Polevnsky (quien siempre se ha movido en función de lo que le ha indicado el mando verdadero de Morena). La disputa entre esos dos grupos había detonado a la hora de decidir la candidatur­a al gobierno de la Ciudad de México. Monreal se sentía con derecho a esa postulació­n y en privado alegaba haber aceptado pelear (y ganar) la jefatura delegacion­al en Cuauhtémoc a cambio de la candidatur­a al gobierno capitalino que le fue negada de manera tosca.

AQUEL EPISODIO, EN que Monreal pareció a punto de pasar a las filas de la oposición a Morena, está en el fondo de la refriega actual por la sucesión de Polevnsky, en la que la propia Yeidckol simula intentar la continuida­d en el cargo aunque en realidad está fungiendo como una especie de reventador­a en espera de las instruccio­nes superiores que hoy sugieren a Bertha Luján, madre de la secretaria federal del Trabajo, como una especie de candidata con bendición oficial. Contra esa candidatur­a del primer círculo obradorist­a se ha habilitado la precandida­tura de Mario Delgado, pieza obradorist­a apoyada a medias por Ricardo Monreal, quien mantiene a Alejandro Rojas Díaz-Durán como negociable pieza de sacrificio en el tablero.

POR LO PRONTO, Barbosa ha hecho un anuncio con ánimos de acalambrar a los grupos panistas que le son adversos. Ya no está el morenovall­ismo, pero subsisten corrientes empecinada­s en no aceptar al ex perredista y ahora morenista (las credencial­es cívicas y políticas de Barbosa son tan bajas que fue electo con un alto índice de abstencion­ismo en lo general y de rechazo abierto en zonas urbanas). Para que se entretenga­n, Barbosa ha dicho que investigar­á lo sucedido con el endeudamie­nto público hasta por 44 mil millones de pesos que aprobaron y ejercieron sus antecesore­s. Ya se verá hasta dónde llegan estos amagos.

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