La Jornada

El nuevo, fascinante disco de Dominic Miller

- PABLO ESPINOSA

Es conocido como ‘‘el guitarrist­a de Sting”, cuando en realidad se trata de uno de los músicos solistas más destacados en la actualidad por su capacidad poderosa de producir atmósferas con el fluir de su fuente sonora.

Es argentino de nacimiento, ciudadano del mundo.

Ha grabado ya 14 álbumes como solista, el más reciente de los cuales hoy nos ocupa.

Su nombre: Dominic Miller.

Su álbum 14: Absinthe.

La absenta, ajenjo, ‘‘la fée verte”, el hada verde. Todo un tema.

Todo un paisaje sonoro.

De entrada, la música de Dominic Miller es poderosame­nte sinestésic­a. Las imágenes que acarrea no son obvias: su peculiarid­ad consiste en el detalle, el rincón del óleo, el recoveco, la arruga de la plasta de pintura sobre la tela. Su latido.

Su disco 14 es su segunda incursión en el olimpo de la música contemporá­nea: la disquera alemana ECM cuyo editor, Manfred Eicher, lo reclutó hace dos años para que debutara en ese ámbito con Silent Light, un disco delicioso donde deambula diligente su guitarra acústica

acompañada con elegancia, furor e intensidad por el arsenal de percusione­s que activa Miles Bould.

En su nuevo disco ECM, titulado Absinthe, Dominic Miller despliega horizontes luminosos. Se pone al frente de un trabuco de músicos para conseguir una grabación de calidad enorme, cualidades hipnóticas, naturaleza ritual.

Dominic Miller en guitarra acústica, Santiago Arias en bandoneón, Mike Lindup en teclados, Nilas Fiszman en bajo y Manu Katché en batería.

Trabuco.

La originalid­ad de este disco radica en la combinació­n instrument­al inusitada: un bandoneón, como referencia natal de Dominic Miller en un suburbio de Buenos Aires, y el mejor percusioni­sta del planeta: Manu Katché, quien hace de ese dispositiv­o llamado batería una nave ateniense jalada por arcángeles.

La manera como Manu Katché (conocido por sus colaboraci­ones con Peter Gabriel) hace sonar tambores, tams, bombo, tarola, hit hat, baquetas, escobillas y el resto de la anatomía de ese instrument­o, es todo un acontecimi­ento en sí mismo.

Podemos degustar el nuevo disco de Dominic Miller de distintas maneras, una de ellas la tradiciona­l, otra la audaz manera de poner nuestro oído a seguir a uno solo de los instrument­os.

En una sesión de escucha, atendemos dem a la guitarra de Dominic

Mil Miller, pero a la siguiente nos con concentram­os en el bandoneón y cu cuando llegamos a la ocasión en que fijaremos nuestra atenció ción en la batería, flotaremos en as asombro.

Es una música ritual.

La mera elección del nombre ya lo es: Absinthe.

Miller vive en el sur de Francia, en la exacta geografía donde lo los pintores impresioni­stas i impresiona­ron. Y también don V Vincent van Gogh (se me ocurre un seudónimo para tocar danzón por las noches en el Salón Los Ángeles: Vincent Bongó). Y el buen Dominic se dispuso a pintar sonidos a partir del paisaje de luz intensa y vientos embrujados.

Nombró Absinthe a su nuevo disco porque está convencido de que Van Gogh pintó bajo los efectos del hada verde y logró así esos óleos alucinógen­os.

No en balde Nicholas Culpener escribió en 1651 su libro The English Physitian para nombrar a la planta de donde extraen el ajenjo así: ‘‘la corriente de la conciencia”, lo cual nos lleva de inmediato al monólogo interior o flujo de conciencia, técnica inventada por Virginia Woolf y James Joyce, dos degustador­es de esta bebida.

Dominic Miller sigue entonces la conseja popular que dice que la absenta, o ajenjo, es una bebida alucinógen­a y que puede, según afirman equivocada­mente en el caso de Van Gogh, llevar a la locura. Hay quienes sostienen, aventurada­mente, que La Nuit Etoilée debe sus alucinante­s espirales, vorágines, remolinos ‘‘y algunos otros efectos extraños” a esa bebida verde con olor a menta.

Van más allá en el horizonte, gustan citar el siguiente pasaje bíblico, del mismísimo Apocalipsi­s:

‘‘Y tocó la trompeta el tercer ángel y se precipitó del cielo una grande estrella, ardiendo como una antorcha: cayó en la tercera parte de los ríos y en los manantiale­s. El nombre de la estrella es Ajenjo y convirtiós­e la tercera parte de las aguas en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas porque se habían vuelto amargas.”

El amargor, verdor, ardor del ajenjo ha creado escuela. Existe prácticame­nte un Club del Ajenjo convocado por nadie pero integrado a lo largo de la historia por artistas de vario linaje: Shakespear­e, Joyce, Virgina Woolf, Baudelaire, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, escribiero­n bajo su efecto y lo pusieron entre los protagonis­tas de sus obras maestras.

Degas, Gauguin, Monet, Picasso, Toulouse-Lautrec…

La lista de los creadores bajo el beso del hada verde es un olimpo.

Dominic Miller levanta su copa verde y brinda.

Su disco es una delicia con olor menta. El uso del bandoneón, por ejemplo, es una exquisita manera de paladear cada nota, cada frase, mientras Manu Katché suelta destellos de hada en cascabeles, tintinear de platillos cuyo sonido se esparce y desvanece en el viento como esos fuegos artificial­es en forma de globo, que estallan en lo oscuro de la noche y se desgranan como esas florecitas redondas del campo conocidas como diente de león y cuando lo soplamos, se tiende en el aire el beso del hada. Así suena la granulació­n ganada generosame­nte en los platillos activados por Manu Katché.

Los cambios de atmósfera, aun dentro de cada pieza, llena de asombros la escucha, desde el mero inicio del disco con la pieza homónima: Absinthe, donde resuella el bandoneón, puntea la guitarra, ulula una manguerita de esas de plástico con las que danzan los mejores percusioni­stas del planeta, esos que producen prodigios desde aparatos tan en apariencia sencillos como la bataca.

Un ejemplo claro de eso es el inicio del corte cuatro del disco, La Petite Reine, donde las baquetas cuya punta redonda gruesa está forrada de algodón, suena como a timbales de orquesta sinfónica en una sinfonía de Mahler. Prodigioso. La guitarra tiende sobre ese tremor telúrico, arabescos brillantes para después trazar una melodía donde el escucha tiene la sensación de que en cualquier momento comenzará a cantar Sting.

Y es que si a alguien debe Sting mucho es a Dominic Miller, porque sus obras más exitosas están creadas al alimón (otra bebida verde, je), y estamos hablando de una combinació­n exitosa del tipo Lennon-McCartney, JaggerRich­ards, Gilmour-Waters…

Por cierto, todos ellos han desplegado trayectori­as solistas exitosas (no tanto el pobre del Keith Richards, que canta feo pero se las sabe completas) como es el caso de Dominic Miller, cuyo nuevo disco, Absinthe, recomendam­os aunque no estemos bajo el efecto del hada verde.

Así que destapemos un pomo de vermouth (también contiene ajenjo) o mejor uno de buena absenta, pintemos de verde con su líquido una bonita copa y…

brindemos.

disquerola­jornada@gmail.com

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