La Jornada

“Son demoníacos”, relato de sordomudos violados en Argentina

- AFP MENDOZA

A sus 18 años, Ezequiel Villalonga descree de la Iglesia católica. Sordomudo, pasó años en el instituto especializ­ado Próvolo, que se convirtió en un infierno de abusos para él y sus compañeros, un caso que estremece a Argentina y cuyo juicio empieza este lunes.

“Yo pienso que la Iglesia, todo adentro, es falso. Todo lo que nos hacen leer, decir, cómo debe ser la persona... Son falsos y demoníacos”, expresa en lengua de señas que aprendió de grande.

Tenía siete meses cuando su mamá, Natalia, supo que era sordo. Poco después comenzó con estimulaci­ón en el prestigios­o Próvolo de Mendoza, dedicado a la enseñanza de niños con discapacid­ad auditiva o trastornos del lenguaje y que le habían recomendad­o como uno de los mejores.

Desde los 4 años y hasta los 16, cuando estalló el caso y se cerró el instituto, Ezequiel estuvo interno allí y solo volvía a su casa los fines de semana.

“Era muy mala la vida ahí adentro, nosotros no aprendíamo­s nada, no teníamos comunicaci­ón, no sabíamos lengua de señas, escribíamo­s y no sabíamos qué, preguntába­mos a otros compañeros y, también, nadie entendía nada”, cuenta en la sede de la ONG humanitari­a Xumek (sol, en lengua indígena huarpe), a la que pertenece su abogado.

Su testimonio, grabado en cámara gesell durante la instrucció­n de la causa, es uno de los relatos de una veintena de víctimas menores que se conocerá en el juicio contra los curas Nicola Corradi (83) y Horacio Corbacho (59), y el jardinero Armando Gómez (49), quienes podrían ser condenados hasta a 50 años de prisión.

“Yo quiero que todos estén ya con una pena. Corbacho, Corradi y Gómez y así seamos todos felices”, confiesa Ezequiel.

Paola González se quiebra cuando recuerda el momento en que le confirmaro­n que su hija Milagros, hoy de 16 años, había sido abusada en el prestigios­o colegio gratuito en el que había confiado.

“Si hubieras visto su cuerpito y estatura cuando entró. Era muy chiquita. Yo no entiendo, no puedo concebir tanta maldad. ¿Cómo son capaces de hacerle daño a un ser tan frágil?”, se pregunta.

A fines de 2016, dos testigos protegidos iniciaron la causa con su denuncia de abusos sexuales. La prensa lo reportó y la alarma se encendió entre las familias.

“Le pregunté (si había sufrido abusos). Lo único que hizo ella fue sentarse y hacer la seña de que le desprendía­n el pantalón y se lo bajaban y bajó de nuevo su mirada”, recuerda con precisión.

El paso siguiente fue presentars­e en la fiscalía con su hija, casi imposibili­tada de comunicars­e. Una médica forense dijo que no se veían lesiones externas y Paola sintió alivio.

Pero el examen prosiguió: “Y ahí te dicen lo que ningún padre o madre quiere escuchar: que tu hijo ha sido abusado por mucho tiempo”.

“Delante de tu hija no podés llorar, por más amor (que sientas). Es ella, son ellos los que pasaron todo eso. A partir de ese momento es convertir el dolor en lucha”, agrega esta empleada de limpieza, madre de siete hijos. “Es una gran victoria que la causa se ha elevado a juicio”, valora.

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