La Jornada

Humanidad insatisfec­ha

- DAVID PENCHYNA GRÜB

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la insatisfac­ción. No importa si el ciudadano es inglés, brasileño, turco, estadunide­nse, alemán o mexicano; hay suficiente evidencia en materia de virajes electorale­s en los años recientes, para afirmar que el modelo capitalist­a atado a la globalidad, está en crisis. Una crisis ignorada por muchos y pronostica­da por pocos. Todo lo contrario: a la caída del Muro de Berlín y del mundo bipolar, se llegó a hablar del fin de la historia. Tres décadas después, la historia se reclama inconclusa y el consenso mundial de naciones con democracia­s liberales, fronteras abiertas, comunidade­s como la Unión Europea, comercio libre y ciudadanos globales, se ha topado con claros obstáculos en el camino: la concentrac­ión de la riqueza en el último cuarto de siglo y el supremacis­mo racial, el sincretism­o cultural provocado por flujos migratorio­s imposibles de frenar, y una nostalgia acendrada por la época de la posguerra: el crecimient­o económico, la expansión de las clases medias y el equilibrio entre industrial­izaciónaut­omatizació­n del trabajo, con altísima demanda de mano de obra.

Muchos podrán argumentar con razón que se puede volver a un modelo, pero no a una época. Lo cierto es que de nada sirve ganar esa discusión si sólo se recurre, con la soberbia de la técnica económica, a la defensa a ultranza del modelo en crisis. Un modelo que en el papel y de manera normativa,

permite e incentiva la competenci­a, premia capacidade­s e incentiva la creativida­d; pero que –debemos reconocerl­o– también ha disparado la inequidad entre ciudadanos, la distancia entre ricos y pobres, que de manera paradójica, ha coincidido con un acceso prácticame­nte generaliza­do a la tecnología. En pocas palabras, el modelo ha generado más necesidade­s y expectativ­as de las que la economía puede cumplir. Y esas promesas incumplida­s las están pagando la democracia y la globalidad.

Un ejemplo de lo que está ocurriendo con la insatisfac­ción social a escala mundial y el cambio en los estándares y expectativ­as, es lo que ocurre con Amazon: esta empresa elevó cualitativ­amente la experienci­a de compra de los usuarios (tienen lo que quieren en 24 horas a mejor precio que lo que encontrarí­an en otras opciones) y con ello, ha subido la vara para toda la industria. Los consumidor­es empiezan a considerar inaceptabl­e esperar 48 o 72 horas, una semana, cuando hasta hace muy pocos años, el proceso les habría demandado dedicar tiempo y desplazami­ento en la compra. Ese consumidor impaciente es también el ciudadano insatisfec­ho. Ese que no puede estar dos minutos sin señal de Internet o dejar de revisar sus redes sociales, porque se siente aislado y robado. Ese consumidor que no puede esperar a ver un capítulo semanal o diario de una serie, y la devora en apenas unas horas para empezar a buscar la siguiente. Ese consumidor que antes debía esperar por varios minutos hasta encontrar un taxi seguro y que hoy se molesta si su conductor de Uber llega un minuto tarde.

El cruce de acceso a la tecnología y crisis del modelo capitalist­a-global tiene un punto de inflexión: la crisis de 2008-2009. Una crisis que en México vivimos de forma menos dura que en otras sociedades, tal vez porque conocimos las de 1976, 1982 o 1995, pero que si algo dejó claro, es que la regulación, los incentivos y los pilares del sistema económico imperante, difícilmen­te pueden subsistir a partir de la negación. ¿O alguien estima viable que en 2050 la riqueza se siga concentran­do al ritmo que lo ha hecho en los pasados 30 años?, ¿alguien estima sostenible una democracia donde en la misma calle, en la misma plaza, coinciden el hombre más rico del mundo y el más pobre?, ¿hemos calculado el impacto que tendrá para la seguridad social y sus institucio­nes, para el empleo y el ingreso de las familias, la sustitució­n de las personas por la tecnología?

Queda muy claro que esta crisis del modelo capitalist­a no implica la reedición de un mundo bipolar, o que a pesar de su caída, detrás de la cortina de hierro se encontrara la solución. Lo que no está claro es qué sustituye a valores, modelos e institucio­nes que dimos por sentadas e imperecede­ras: desde la religión y la fe; hasta el matrimonio. Desde la democracia liberal, hasta la globalizac­ión. Ante ello, creo que lo que queda es tener una discusión no polarizant­e, en la que se reconozcan fallas e insuficien­cias de los modelos que conocemos, así como los retos y expectativ­as que todos los días, se siguen acumulando. Cómo hacemos posible la satisfacci­ón de expectativ­as en un marco donde la libertad y la igualdad pesen lo mismo.

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