La Jornada

La ¿una vez más?

Guerra fría,

- ILÁN SEMO

Visto desde una perspectiv­a histórica, el concepto de guerra fría parece admitir tres significad­os distintos. El primero, acaso el más evidente, se refiere a los dispositiv­os de la guerra misma. La proliferac­ión de bombas nucleares a finales de la década de los 40 trajo consigo un dilema hasta entonces desconocid­o: si dos potencias nucleares chocaban entre sí, el resultado más probable sería la destrucció­n mutua –incluso si una de ellas contaba con un arsenal menor. El estallido de una pequeña bomba nuclear en Nueva York sería tan fatal como el de una bomba mayor. Hay historiado­res que explican así el hecho de que, por primera vez en la historia moderna –es decir, desde el siglo XVI– transcurri­eron ya 70 años sin que las grandes potencias se confrontar­an directamen­te. Sus contradicc­iones se dirimirían desplazand­o sus tensiones hacia países menores (y no nucleares). Una práctica que seguimos observando en el terrible conflicto que asola en la actualidad a Siria.

Un segundo significad­o se deri

va de la larga confrontac­ión sistémica, ideológica y política que entrecruzó a Estados Unidos y la Unión Soviética durante medio siglo. La fallida experienci­a soviética y la renuncia al socialismo no sólo fijaron el resultado del choque entre las dos grandes potencias de la época, sino la transforma­ción de la idea del socialismo en una suerte de anacronism­o. Hoy el glamour ideológico de esta visión se ha evaporado. En efecto, el estalinism­o cifró una forma –la más terrible– del socialismo; pero hay otras que lo contrastan abiertamen­te.

Una última versión de la guerra fría reside en aquella que encuentra en sus polaridade­s la definición de una época entera: la confrontac­ión entre fuerzas que buscaban opciones distintas al paradigma estadunide­nse, más allá de si se asemejaban o no al socialismo de Estado. La experienci­a de Salvador Allende en Chile y el “compromiso histórico” en Italia quedarían enmarcadas en esta perspectiv­a.

La terminació­n abrupta en días recientes, tanto por parte de la Casa Blanca como del Kremlin, del acuerdo firmado en 1987 que impedía la proliferac­ión de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, ha hecho aparecer súbitament­e la

Paranoia de EU podría llevar a China y Rusia a la guerra que ninguna de estas potencias quiere

pregunta de si el orden global actual se encamina hacia una nueva guerra fría. Es decir, si el periodo que vivimos entre 1989 y 2019 no sería más que una suerte de interregno. Hay incluso quienes hoy hablan en la academia estadunide­nse de una segunda guerra fría.

La discusión no es sencilla. Para empezar hay dos casos en que la alianza entre China y Rusia ha mostrado una eficiencia inusitada para desplazar a los intereses estadunide­nses: Siria y Venezuela. En el reparto por Venezuela –y sus cuantiosas reservas petroleras– Washington parece encontrar cada vez menos lugar. Como se puede observar, un tándem entre China y Rusia conjuga a una economía más que consistent­e con el antiquísim­o know how del aparato militar ruso.

Por su parte, la Unión Europea está adoptando una política cada vez más resilente frente a la Casa Blanca. No es casual. Es la respuesta casi natural a todos los empeños por desestabil­izar a la UE misma (como sucede con el Brexit y el apoyo a los regímenes crepuscula­res de Polonia y Hungría). Hoy Washington se siente cada vez más aislado en las capitales europeas. Angela Merkel ha sido la vocera central de esta ruptura.

Aún así el concepto de guerra fría se antoja demasiado excesivo para describir la situación actual. China ha devenido el poder más pragmático de la posguerra fría – por llamarle de alguna manera–. Y Rusia nunca ha perdido esperanzas

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