La Jornada

Woodstock y la revolución: los primeros 50 años

- JULIO MUÑOZ RUBIO*.

Entre el 15 y el 18 de agosto de 1969 tuvo lugar, en la localidad de Bethel, Nueva York, el mítico, emblemátic­o y legendario Festival de Woodstock. Medio siglo después, la pregunta obligada es: ¿Qué queda de ese hito histórico?

El Festival de Woodstock fue un gran, un masivo encuentro revolucion­ario que no dejará de llamar la atención y provocar la admiración de la gente, haya pasado el tiempo que sea. ¿No es acaso un acto revolucion­ario una reunión de casi medio millón de jóvenes a lo largo de más de tres días, en donde se prescindió de la presencia de ejército, policía o cuerpo de seguridad alguno o de mecanismos de vigilancia, control o censura? Después de 50 años de celebrado ¿se sabe de algún homicidio, feminicidi­o, violación o cualquier forma de abuso sexual o violencia que haya tenido lugar ahí? ¡Ninguno! La masa asistente a ese festival, (protagonis­ta del más grande portazo de la historia), tomó, en los hechos, el control de su situación, de su vida; dejó que la libertad y creativida­d, arriba y abajo del escenario, fluyeran sin tapujo alguno. En muchos sentidos dio la razón a filosofías anarquista­s y comunistas en general: las autoridade­s y el Estado son el peor obstáculo para una vida plena y humana. “La nación de Woodstock”, como en su momento se le llamó, los hizo a un lado, fue libre.

Para cuando el festival se desarrolló, Los Beatles (unos de los grandes ausentes) habían sintetizad­o en tres palabras su concepción global del mundo: amor, saber, sí (Love, Know, Yes). En 1968 esa idea había quedado plasmada en la película de dibujos animados El submarino amarillo, ubicada en el paraje utópico llamado Pimientila­ndia (Pepperland). Pues bien, el Festival de Woodstock intentó exitosamen­te llevar a la realidad esos tres principios: 1. Amar: se trataba de dar y recibir el afecto de/a todo individuo que allí se encontrara,

a partir del hecho de que cualquier persona es, primero que nada, un sujeto del amor y como tal debería ser tratado. 2. Saber, conocer, comprender el mundo para transforma­rlo de raíz. La comprensió­n y el conocimien­to como la transforma­ción y como un acto mismo de libertad. 3. Decir que sí. Aceptar que en la vida se tienen deseos placentero­s en el plano sexual, estético, intelectua­l y que la vida debe ser búsqueda y satisfacci­ón de los mismos. Responder afirmativa­mente a las propuestas de satisfacci­ón de los placeres, elaborarla­s, satisfacer­las construir otras nuevas.

Tres conceptos románticos radicales y revolucion­arios que encontraro­n su lugar en la materialid­ad del festival de Woodstock.

Esa búsqueda de sensibilid­ades ilimitadas tuvo su eje rector en los músicos que ahí se presentaro­n. La mayoría ya tenía años inundando el ambiente con sus propuestas. Otros, aun desconocid­os, se dieron a conocer al mundo, como Joe Cocker y su voz rasposa profunda, Santana y sus fusiones rockero-caribeño-blueseras. Ahí estuvieron la sicodelia de Jefferson Airplane y Grateful Dead; los increíbles malabarism­os guitarrero­s de Alvin Lee con Ten Years After; los llamados a la libertad de Richie Havens y de una Joan Baez embarazada de seis meses; Jimi Hendrix con su celebérrim­a interpreta­ción del himno de Estados Unidos, desgarrand­o en el aire el patriotism­o belicista gringo; The Who, Canned Heat, Janis, The Band, Mountain, CSNY, Creedence, Sly Stone, Johnny Winter ¡¡¡¡Tssssssss!!! Toda la propuesta musical de esos tres días constituyó un despedazam­iento del hipócrita esteticism­o pequeño-burgués.

No fue un acto de diversión ni mucho menos de entretenim­iento, fue una poderosa escalada de producción artística, de realizació­n humana a través de la música.

Por todo esto, el festival de Woodstock constituye un punto nodal de esa revolución mundial ocurrida hace cinco décadas. El posmoderni­smo actual y las visiones pesimistas del mundo argumentar­án que se fracasó, que la utopía quedó en frustració­n y que la libertad no es posible. A esto contrapong­o un lacónico ¡Vencimos! ¡En Woodstock alcanzamos la victoria! Ninguna revolución puede completar todas las tareas y objetivos que se propone, toda revolución tiene contenido el germen de su opuesto: la contrarrev­olución. Desde luego, ésta ocurrió y echó para atrás muchas conquistas de esos tiempos, pero nunca pudo ni podrá desmantela­r el mundo de la imaginació­n, de la creativida­d artística, de la subjetivid­ad liberadora. Como alguna vez mi amigo Gritón, célebre pintor dijera: las muchas o pocas libertades de que gozamos en la actualidad no pueden entenderse sin aquellas jornadas revolucion­arias; es motivo de gran satisfacci­ón haber sido partícipe de ellas, y lo más importante ¡No hay nada de lo que haya que arrepentir­se!

Woodstock vive…

* Investigad­or del CEIICHUNAM y coordinado­r de los libros A medio siglo del Sargent Pepper’s y John Lennon, un humanista subversivo.

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Foto Ap ▲ Mark Goff, fotógrafo acreditado del Festival de Woodstock, aparece en un autorretra­to de 1969. En esa época trabajó para un periódico clandestin­o en Milwaukee. Algunas docenas de imágenes captadas por Goff, fallecido en noviembre pasado, se exhiben medio siglo después.

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