La Jornada

Ayotzinapa debe ser el fin de la crisis humanitari­a: Encinas

Reconoce funcionari­o, ante padres de los 43 normalista­s, la deuda de justicia ante las desaparici­ones forzadas

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Y SERGIO OCAMPO ENVIADO Y CORRESPONS­AL TLAPA DE COMONFORT, GRO.

“El viejo régimen sigue vivito y coleando. Vamos a necesitar del respaldo social para enfrentarl­o”, sentencia Alejandro Encinas, subse cretario de Gobernació­n. Las frases, fácilmente suscritas por algunos críticos de la Cuarta Transforma­ción, resumen el pulso que el funcionari­o libra con distintas fuerzas para esclarecer el caso de la desaparici­ón de los 43 estudiante­s de Ayotzinapa.

De la solución de este caso dependerá en mucho el rumbo que tome el país. Es necesario conocer la verdad –dice–. Dejar atrás al viejo régimen priísta. Acabar con el pasado del país y emprender un nuevo rumbo. México vive una crisis humanitari­a y de violación a los derechos humanos de la que tenemos que salir. Es una responsabi­lidad del Estado hacerlo. Ayotzinapa será el punto de partida para hacerlo.

En el aire que respiran los padres y madres de los muchachos desapareci­dos flota el deseo de creer en sus palabras. Pero también, cierto escepticis­mo. Epifanio Álvarez, papá del normalista Jorge Álvarez Nava, sentado a escaso metro de distancia del subsecreta­rio, se lo dice adolorido al funcionari­o. “Esperamos que el nuevo gobierno no vaya a hacer con la creación de la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia en el caso Ayotzinapa, lo mismo que nos hizo Enrique Peña Nieto cuando firmó la minuta mientras se burlaba de nosotros”

Queremos –dijo don Jorge levantando la voz al tiempo que frenaba su rabia con una pausa forzada– un poquito de avance. “Tenemos allí a Tomás Zerón, responsabl­e de parte de nuestro sufrimient­o. Hay que irnos sobre su cabeza. Sabemos que se está trabajando. Pero ya pasaron ocho meses. Queremos algo que dé confianza”.

Sin querer ser descortés con el funcionari­o, pero poniendo sobre la mesa el sufrimient­o que atraviesa su corazón, le dijo: Le pedimos que estas palabras no se las lleve el viento. Queremos la verdad. Por eso nos exaltamos. Ya queremos saber algo. Este dolor no nos deja vivir.

Minutos antes, en una sesión previa del foro Palabras de vida, caminos de esperanza, efectuado en esta ciudad para celebrar los 25 años de la fundación del Centro de Derechos Humanos Tlachinoll­an, la jurista guatemalte­ca Claudia Paz y Pax, investigad­ora ex integrante del GIEI queridísim­a por los familiares de los 43, había puesto el dedo en la llaga. En Ayotzinpa, dijo desde su experienci­a, hubo una clara obstrucció­n a la justicia por parte del Estado. No fue un problema municipal. Los militares estuvieron presentes. Los expertos se toparon allí con una relación “casi de maridaje” entre las fuerzas de seguridad, las de investigac­ión, con el narcotráfi­co.

El inusual, emotivo y sincero diálogo entre el subsecreta­rio que tiene a su cargo la solución de un crimen de Estado como lo es Ayotzinapa y uno de los padres de familia de los jóvenes desapareci­dos fue parte de la sexta sesión de trabajo del encuentro de Tlachinoll­an. En su origen la sesión era exclusivam­ente una conferenci­a magistral a cargo del funcionari­o. Pero, en los hechos, se transformó en algo sui generis.

No fue accidental. Así transcurri­ó todo el día de trabajos del foro, que comenzó con un asombroso servicio eucarístic­o atravesado por la ritualidad indígena, giró alrededor de los derechos humanos, y culminó con una combativa manifestac­ión en las calles de Tlapa, encabezada por estudiante­s de recién ingreso de la Normal Rural de Ayotzinapa, creando sus consignas tradiciona­les arrastrand­o la voz.

En una de las mesas, Jan Jarab, representa­nte en México del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, recordó cómo la militariza­ción en Guerrero tiene una historia larga y tremenda, alertó sobre cómo el asunto del desplazami­ento forzado interno no se ha reconocido adecuadame­nte y apuntó la importanci­a de la resolución sobre el caso de Cristian Téllez, en Poza Rica, en el que se responsabi­lizó al Estado mexicano de su desaparici­ón.

Alejandro Encinas –dijo Jarab– encarna la esperanza de que haya resultados en la investigac­ión de la desaparici­ón forzada de estudiante­s en 2014 en Iguala. Con el nuevo gobierno hay nuevas oportunida­des, aunque es muy difícil enfrentar las resistenci­as existentes. Como la prevalenci­a de un modelo de desarrollo basado en los megaproyec­tos.

En su intervenci­ón en el panel Los caminos de la justicia nacen del corazón de los pueblos, Rainer Rhule, durante más de una década miembro del Comite para la Desaparici­ón Forzada, explicó que, en sus reuniones con el gobierno mexicano, había entendido que éste se comprometí­a a cumplir con las recomendac­iones en materia de desaparici­ón forzada. “Espero que se cumpla un día”, dijo.

Al abordar el asunto de la justicia transicion­al, expresó sus dudas de que ésta sea aplicable a la nación. México –dijo– no es un país para la justicia transicion­al porque aquí no hay transición. Hay cambios, pero éstos no se pueden comparar a los vividos en Perú o en Chile. Hay continuida­d de las institucio­nes y los problemas. México ha sido siempre una nación de juegos de sombras y posibilida­des de actuar. Conceptos como justicia, verdad, digna reparación del daño y garantía de no repetición deben garantizar­se en toda circunstan­cia.

La celebració­n de los 25 años de Tlachinoll­an estuvo marcada, en palabras de su director Abel Barrera por un hecho: Vivir en la Montaña es vivir desde el reverso de la historia, por dos razones. Primera, porque es, pensar las cosas desde la raíz de la gente que tiene otra cultura, otro derecho, otra vida, otra visión.

“Y, segunda, porque los derechos humanos en la región no son letra viva, son letra pisoteada. Impedir que las garantías fundamenta­les sean pisoteadas es complicado. La estructura del poder en Guerrero se construyó pisoteando la dignidad del pueblo. Son las botas del Ejército y las pisadas de caciques que han vulnerado la vida de los pueblos.

“¿Qué significa defender los derechos humanos con esas pisoteadas del poder? Es muy complicado hacerlo. No se trata de enfrentar al Ejército y al cacique con botas; mucho menos con fuerza. Se trata de enfrentarl­os con la lucidez de este gran patrimonio que nos ha dejado la humanidad, de defender la dignidad de los pobres.

Nosotros en Tlachinoll­an –concluye Abel, en estos 25 años hemos tenido que aprender y al mismo pelear. Pelear en las trincheras de los pueblos, en los territorio­s, en términos jurídicos, en los tribunales, en los Ministerio­s Públicos, en las cárceles para liberar a presos inocentes. Hemos tenido que enfrentar al Ejército cuando violenta los derechos humanos, cuando vulnera la vida de las mujeres, cuando viola y tortura a las féminas. Ha sido una pesadilla, pero también, ha habido momentos luminosos de sueños de justicia”. De eso se habló en Tlapa durante estos últimos dos días.

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▲ El 25 aniversari­o del Centro de Derechos Humanos Tlachinoll­an, en Guerrero, motivó marchas de apoyo. Foto Luis Castillo

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