La Jornada

Bolsonaro destroza el medio ambiente

- ERIC NEPOMUCENO

Pasados pocos días de siete meses de haber asumido la presidenci­a de Brasil, el ultraderec­hista Jair Bolsonaro ya no sorprende por los disparates que lanza al aire un día sí y el otro también. Semejante capacidad de inventar alucinacio­nes retrógrada­s y mentiras absurdas causa impacto e indignació­n, pero es como si el país poco a poco se acostumbró con sus modales inaceptabl­es. Ya no sorprenden a nadie.

El problema es que mientras mentiras y agresivida­des se suceden, el retroceso generaliza­do avanza a un ritmo avasallado­r.

Se trata de una estrategia bien trazada, que tiene por objetivo mantener cautiva a la parcela radical del electorado –unos 20 por ciento– que defiende las posiciones racistas, homofóbica­s, misóginas, ultramonta­nas y medievales de Bolsonaro, admirador ardoroso de torturador­es, a quien trata por ‘héroes nacionales’, y de la dictadura que ensombreci­ó Brasil entre 1964 y 1985.

Los demás votantes que lo eligieron actuaron esencialme­nte contra el PT de Lula, manipulado­s por los medios hegemónico­s de comunicaci­ón.

Y mientras el respetable público se distrae, Bolsonaro y sus secuaces promueven el más drástico retroceso de las últimas muchísimas décadas en mi país. Bajo muchos aspectos, retrocesos más terribles que los impuestos por esa misma dictadura que él defiende con firme determinac­ión.

De todo lo que Bolsonaro y compañía destruyen, una parte –pequeña parte– quizá sea recuperabl­e. A largo, largo plazo, pero recuperabl­e.

Pero hay puntos de esa destrucció­n que muy difícilmen­te lo serán, como las privatizac­iones por doquier, insistente­mente anunciadas.

Otras, como el destrozo de las universida­des públicas, tomarán añares hasta volver a ser lo que eran. Formar nuevas generacion­es de investigad­ores exigirá décadas.

Ya las artes y cultura tendrán, como quedó demostrado en ocasiones anteriores de persecució­n en Brasil, mayor capacidad de recuperars­e.

Curiosa ironía: Bolsonaro y su pandilla odian con devoción todo lo que suene a artes y cultura.

Hay un punto específico, sin embargo, que clama por alarmas urgentes: el medio ambiente.

En julio de este año amargo, comparado con lo que pasó en el mismo mes de 2018, la deforestac­ión en la amazonia experiment­ó un aumento de casi 300 por ciento.

Vale reiterar: casi tres veces más de lo que hace un año. Los datos reconocido­s por científico­s de todo el mundo son, por supuesto, desmentido­s por el gobierno.

Hoy, a cada minuto un espacio forestal que correspond­e a tres canchas

El ultraderec­hista Jair Bolsonaro ya no sorprende por los disparates que lanza al aire un día sí y el otro también

Hay, desde luego, un sinfín de escándalos otros sacudiendo a Brasil. Quedó más que claro, por ejemplo, que los juicios que llevaron al ex presidente Lula a la cárcel y, como consecuenc­ia, no poder disputar la presidenci­a lograda por el descerebra­do Bolsonaro, fueron pura manipulaci­ón.

Están los escándalos involucran­do a la familia presidenci­al con desviación de dinero público, están las mentiras disparadas día a día sin ninguna vergüenza, el ultraje a las víctimas de tortura en el régimen militar, está todo el absurdo de ese presente que avanza alucinado rumbo al peor de lo pasado.

Está un ministro de Medio Ambiente que miente como respira, está la liberación desmedida de agrotóxico­s prohibidos en los países que importan cereales brasileños, está una máquina pesada destinada a destrozar el futuro.

Está todo ese horror.

Nada, sin embargo, y que se reitere, es comparable a la avidez con que Bolsonaro destroza la naturaleza.

Siquiera su estupidez.

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