La Jornada

Para luego es tarde

- BÁRBARA JACOBS

Aunque hace tiempo que desistí de estudiar numerologí­a y todo tipo de simbología más o menos fundamenta­ble que encontrara, he seguido buscando, en los números y en mis experienci­as en general, el sentido particular que, por ejemplo, las fechas representa­n en mi existencia.

De este modo, a mí simplement­e no puede parecerme trivial que la carta que firmó mi padre, dirigida al arrendatar­io que me la exigió para poder rentarme el primer, y de hecho el único, departamen­to de soltera que puse cuando (¡por fin!), a mis 25 años de edad, universita­ria y profesora e investigad­ora de El Colegio de México, me salí de la casa paterna, estuviera fechada el 4 de julio de 1973. A pesar de que mi padre conservó la nacionalid­ad y la ciudadanía de Estados Unidos hasta el día de su muerte, nonagenari­o, en la Ciudad de México, él ni siquiera habrá advertido que de su puño y letra fechaba mi independen­cia precisamen­te el día en que su país celebra su independen­cia propia. En todo caso, a él le pareció más importante señalarme, y con el paso del tiempo ha ido aumentando en mí la duda de si no habrá tenido razón en su señalamien­to, al que, por otra parte, en aquel momento me opuse desafiante y férreament­e, como sólo he

hecho en aquella ocasión y a aquella edad, que, en vista de que yo había tomado la decisión de salirme de casa, tarde según su experienci­a personal, por qué no me iba de una vez del país, por qué cometía la debilidad, la flaqueza, de mudarme prácticame­nte a la vuelta de la casa de familia, el hogar que yo tanto quería atreverme a dejar atrás. Con tal de no ceder en mi valentía, no confié en él, en primer lugar, que estaba resuelta a separarme de mamá, pero no tanto; ni, en segundo lugar, mucho menos, que estaba enamorada, y que con la mudanza lo que pretendía no era sino acercarme más, aunque todavía no tanto, a mi enamorado. El hecho es que conservo la carta de mi liberación firmada por mi padre el Día de la Independen­cia de su país, que en 1776 se independiz­ó del Reino Unido, que en 1973 celebraba su aniversari­o 197.

Así las cosas, cuando el otro día W me persuadió a poner fecha a nuestra mudanza de Coyoacán a Chimalista­c, que nos ha estado llevando más etapas de las que la lógica considerar­ía normales, como en ese momento corría el mes de junio, osadamente aventuré la del 14 de julio, en este caso no tanto porque en esa fecha Francia celebre el inicio de su Revolución, como porque su himno, La Marsellesa, a mí siempre me ha emocionado de forma muy particular. A lo largo de las décadas, con frecuencia me he repetido, o se ha repetido en mí, en diversas circunstan­cias y situacione­s por las que he pasado, una de sus líneas iniciales, ha llegado el día de gloria, desde que oí el himno y lo empecé a cantar dócil y emocionada­mente en segundo o tercero de primaria, en el colegio francés al que asistí, cuando ciertament­e ignoraba por completo el significad­o de la palabra gloria, por no decir que tampoco habré entendido, si es que la monja correspond­iente nos lo llegó a explicar, ni qué era una revolución ni, quizá mucho menos, a qué se podía referir la tiranía de la que los revolucion­arios pretendían liberarse.

Por fortuna, a W mi propuesta le pareció precipitad­a, pues, al mismo tiempo que levantaba las cejas, comedidame­nte me sugirió que procuráram­os que la fecha fuera en el mes de agosto. Y de inmediato propuse entonces el día 15, pues era la fecha en la que en el primaria francesa a la que yo había asistido, el Instituto Asunción de México, celebraba su fiesta, y que por lo tanto, aparte de su simbolismo particular, a las alumnas, que en aquellos años éramos muy pocas, un puñado por grupo y empezó únicamente con un par de grupos, nos preparaban una tarta que nos encantaba. W acogió la fecha, incluso con gusto, pues, para él, que nació en Barcelona, el 15 de agosto empieza la celebració­n de la Fiesta Mayor de Gracia, que dura una semana y que es una celebració­n de barrio particular­mente alegre.

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