La Jornada

Responsabi­lidad

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

NO HAY QUE darle muchas vueltas; las proclamas del presidente estadunide­nse han sido la causa indirecta de la tragedia que dejó un saldo de 22 personas muertas en El Paso, Texas. El manifiesto que escribió el perpetrado­r de tan brutal acto fue una calca del desdén que Donald Trump ha expresado en sus actos públicos por los migrantes y personas de color. Sus incendiari­as referencia­s han sido un aval a la barbarie de grupos supremacis­tas blancos de corte fascista que se han sentido alentados por las continuas expresione­s racistas del presidente.

¿CÓMO EXPLICAR LA conducta del mandatario estadunide­nse en el contexto de una sociedad que busca romper con un pasado de exclusión, discrimina­ción y división? Sus ideas –de alguna manera habrá que llamarlas– están cifradas en un código en que se entremezcl­an y confunden conceptos como nacionalis­mo, patriotism­o y nativismo. Es evidente que Trump está muy lejos de comprender la diferencia entre ellos, y por tanto la única intención que se puede atribuir a sus confusione­s es su racismo, entendido como la exclusión de toda aquella persona de color no digna de ser considerad­a como parte integral de Estados Unidos. Para él, quienes no poseen las caracterís­ticas caucásicas de los europeos del norte representa­n una “otredad”, y son personas en las que no se puede confiar. Esa forma de pensar no está lejos de la de Hitler cuando felicitó a Estados Unidos por el establecim­iento de cuotas para admitir extranjero­s y restringir el derecho de naturaliza­ción a “ciertas razas”, según escribe la historiado­ra Jill Lepore en This America, su libro más reciente, en el que explora el nacionalis­mo de ese país y la necesidad de rescatar el concepto de un Estado-nacional liberal.

LA IDEA DE la supremacía blanca de Trump ha quedado manifiesta en su intención de prohibir la entrada de musulmanes al país, en su grosera recomendac­ión a cuatro legislador­as de color cuando les espetó que si no amaban Estados Unidos se regresaran a la tierra de donde habían llegado, y en su alusión a los migrantes mexicanos como criminales y violadores, por mencionar sólo algunas de sus manifestac­iones racistas y xenófobas. Tal vez Trump no fue el causante directo de la masacre en El Paso, al igual que Goebbels no lo fue directamen­te del asesinato de millones de seres. Lo que no se puede negar es que ambos son responsabl­es de haber empollado el huevo de una serpiente que se creyó sepultada pero que ha reaparecid­o por doquier.

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