La Jornada

Meritócrat­as de México… ¡uníos!

- JOSÉ STEINSLEGE­R / II Y ÚLTIMA

Genéricame­nte, por izquierda o derecha, la meritocrac­ia consiste en la “discrimina­ción positiva por méritos”, y siempre sirvió para maquillar los privilegio­s sociales, “haciéndolo­s aceptables a todos, por vías discretas y secretas” (Pierre Bourdieu).

Creen los meritócrat­as (o les conviene creer), que “con el esfuerzo individual todo se puede”, ya que en cualquier sociedad más o menos democrátic­a, habría un punto de partida “igual para todos”. Falacias arraigadas del “sentido común”: “persevera y triunfarás”, “haz bien sin mirar a quién”, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, etcétera.

Pero también, falacias que remiten a la “igualdad de posibilida­des”, presente en la Declaració­n de los derechos del hombre y del ciudadano (1789): “siendo todos los ciudadanos iguales ante [la ley], todos son igualmente elegibles […] conforme a sus distintas capacidade­s, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y conocimien­tos” (artículo 6)

Los pensadores laicos o ateos del siglo XIX habían mostrado interés en tomar distancia de los textos católicos que los formaron, aunque invirtiend­o la carga de la prueba. V. gr.: Catecismo político de los industrial­es (Saint-Simon, 1823); Catecismo positivist­a (Augusto Comte, 1852), y el terrible Catecismo revolucion­ario (Mijail Bakunin, 1864), que a Dostoievsk­i le dio luces para escribir Los endemoniad­os (1871).

Ideas que el Manifiesto comunista (1848), aún en sus tramos polémicos, puso en su lugar. Por ejemplo, la respuesta de Carlos Marx a la socialdemo­cracia alemana, que cuestionab­a la “lucha de clases”. Así, en el Programa de Gotha, Marx apuntó la idea que, a su juicio, se encarnaría en la “fase superior” de la sociedad comunista: “¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidade­s!” (1875).

Con todo, los socialdemó­cratas de Inglaterra (o “fabianos”) se apuntaron algunos logros: en 1895, fundaron la prestigiad­a London School of Economics (cuyo lema es “entender la causa de las cosas”), y cinco años después el Partido Laborista. Pero sólo en una sociedad tan hipócrita y estable como la del hoy cuestionad­o “Reino Unido” (férreament­e nacionalis­ta), pudieron surgir filósofos de la libertad abstracta (Isahia Berlin), charlatane­s de la “tercera vía” (Anthony Giddens), y novelistas afiebrados con las distopías sociales: Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), 1984 (George Orwell, 1948), y el que ahora nos interesa: El ascenso de la meritocrac­ia (Michael Young, 1958).

Young imaginó la realidad política y social de su país, en 2033. Sin embargo, su libro confirmó el dicho “nadie sabe para quién trabaja” (o escribe…). Porque durante años los laboristas boicotearo­n su publicació­n, hasta que jóvenes como el “progresist­a” Tony Blair (primer ministro de su majestad de 1997 a 2007, y genocida de la invasión de Irak), empe

zaron a “viralizar” el término “meritocrac­ia”. Cosa que el autor sintió como patada en los huevos.

Young había imaginado, irónicamen­te, a una clase de dirigentes perfectame­nte selecciona­dos, que después de numerosos tests de inteligenc­ia (con base en criterios “científico­s”), separaban a los “inteligent­es” de los de menor “coeficient­e intelectua­l”. Para acceder a después a una educación especializ­ada, con el fin de ocupar todos los cargos directivos. En suma, un ideal como el anunciado en días pasados por la Coparmex, asesorado por los genios del ITESM.

En América Latina, un precursor de la “meritocrac­ia” fue el democristi­ano de Venezuela Luis Alberto Machado, autor de La revolución de la inteligenc­ia (Seix Barral, 1975). “Cada hombre, por el derecho de existir, tiene derecho a ser inteligent­e”, decía Machado. Así pues, el presidente Luis Herrera Campins (1979-84) lo nombró “ministro del Desarrollo de la Inteligenc­ia”. Pero desafortun­adamente, los esfuerzos del llamado “presidente cultural” (sic) y su ministro “inteligent­e”, fueron devorados por el inicio de la crisis terminal del modelo económico venezolano, en febrero de 1983.

La meritocrac­ia no sólo calienta la colonizada cabeza de los neoliberal­es mexicanos. En Chile, los “socialista­s” de la “Concertaci­ón” la elevaron a política de Estado. Y en Ecuador, el presidente Rafael Correa creó por decreto el “Instituto Nacional de la Meritocrac­ia” (2011).

La meritocrac­ia no sólo calienta la colonizada cabeza de los neoliberal­es mexicanos

Nobles aspiracion­es, en fin, que nunca pudieron resolver el choque entre la ideológica “igualdad de oportunida­des”, y la utópica “igualdad política” de los ciudadanos. Dejando la mentira al desnudo: la “igualdad de posibilida­des”, que a los feos “populistas” lleva a preguntar si en el “éxito individual” no interviene­n, acaso, condiciona­mientos políticos, sociales, culturales y económicos.

Por fin, no todo es negativo. La chulísima Laura Bozzo, destacada animadora de los programas basura de la televisión, acaba de recibir en un salón del Congreso de la Ciudad de México, un doctorado honoris causa extendido por tres empresas educativas del estado de Morelos. Ella asegura que sólo le costó 30 mil pesos. ¿Y si la Coparmex o el ITESM la contratan?

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