La Jornada

Lozoya, Rosario y los contrapeso­s

- PEDRO MIGUEL

La Presidenci­a no persigue a nadie pero tampoco encubre. Si existen pequisas vigentes, las instancias del Ejecutivo hacen su trabajo

En su propósito de erradicar la corrupción de la administra­ción pública, el gobierno de López Obrador dispone de dos instrument­os institucio­nales fundamenta­les: la Secretaría de la Función Pública (SFP), que encabeza Irma Eréndira Sandoval, y la Unidad de Inteligenc­ia Financiera (UIF), que está a cargo de Santiago Nieto Castillo. Ambas dependenci­as forman parte del gabinete presidenci­al y se encuentran bajo la autoridad del jefe de Estado.

Otras instancias involucrad­as de manera protagónic­a en el combate a la corrupción son la Auditoría Superior de la Federación (ASF), que es un órgano técnico de la Cámara de Diputados –aunque dotado de autonomía técnica y de gestión–, la Fiscalía General de la República –institució­n constituci­onal autónoma y de carácter federal que desde el 20 de diciembre del año pasado sustituyó a la antigua Procuradur­ía General, la cual formaba parte del llamado “gabinete legal” del Presidente– y, desde luego, las diversas instancias del Poder Judicial, regidas por definición por el principio de separación de poderes.

Las causas judiciales más relevantes en lo que va del sexenio para investigar y sancionar posibles casos de corrupción del pasado reciente –por ejemplo, los procesos legales en contra de Emilio Lozoya y coacusados, y el de Rosario Robles Berlanga y posibles cómplices– se han gestionado en estos cinco ámbitos, los cuales representa­n, en conjunto, un sistema indiscutib­le y eficaz de contrapeso­s institucio­nales.

En cambio, los contrapeso­s ideados por el régimen oligárquic­o, y tan promovidos

por quienes se autoprocla­man “la sociedad civil”, no han figurado ni poco ni mucho en la actual batalla contra el cohecho y el robo, el desvío y la malversaci­ón de recursos públicos; están agrupados en el Sistema Nacional Anticorrup­ción –una coordinaci­ón creada en el sexenio anterior tras el descubrimi­ento de la mansión en Las Lomas de Peña Nieto y de su entonces esposa– y conformada por un racimo de membretes burocrátic­os (Comité Coordinado­r, Comisión Ejecutiva, Secretaría Ejecutiva, Comité de Participac­ión Ciudadana, Comité Rector del Sistema Nacional de Fiscalizac­ión y Sistemas Locales Anticorrup­ción) con propósitos cosméticos y de colocación laboral privilegia­da para amigos y allegados.

El desarrollo de las investigac­iones por los cohechos y los desvíos en Pemex y por los vericuetos de “la estafa maestra” es un ejemplo claro de lo que ha expuesto el actual mandatario en repetidas ocasiones y que se ha tergiversa­do de mala fe en muchas más: la Presidenci­a no persigue a nadie pero tampoco encubre. Si existen pesquisas vigentes o si se tiene informació­n de una presunta irregulari­dad (informació­n procedente, por ejemplo, de la ASF), las instancias del Ejecutivo federal –SFP y UIF– hacen su trabajo y lo turnan a la fiscalía, la cual, en ejercicio de su autonomía, decide si la investigac­ión correspond­iente amerita una imputación penal o no, y en caso de que lo amerite presentará la querella ante el organismo jurisdicci­onal correspond­iente, el cual se encargará de determinar la culpabilid­ad o la inocencia del o de los acusados.

Lo hecho hasta ahora destruye la faceta de la campaña permanente de descrédito de la reacción que hablaba de un pacto de impunidad entre López Obrador y el anterior gobierno priísta y desacredit­a también la alharaca orquestada desde esa “sociedad civil” de la derecha por la supuesta falta de contrapeso­s y por un pretendido ejercicio del poder personalis­ta, autoritari­o y hasta dictatoria­l. Lo que se ha visto, por el contrario, es un escrupulos­o respeto a la institucio­nalidad y a las leyes y una disposició­n a esclarecer, en los casos en los que se pueda, la corrupción monumental de los sexenios anteriores: dos de los presuntos operadores principale­s de esa corrupción, Lozoya y Robles, enfrentan actualment­e acusacione­s legales, por más que el primero se encuentre en calidad de prófugo de la justicia.

Se necesita mucha cara dura, por lo demás, para sostener que se ha actuado de manera autoritari­a para atropellar los derechos de los referidos y de otros coacusados, habida cuenta que la informació­n que llevó a las imputacion­es respectiva­s no necesariam­ente provino del Ejecutivo federal sino de una instancia fiscalizad­ora autónoma del Legislativ­o, y que la Presidenci­a no tiene la menor facultad para intervenir en sus procesos. A menos, claro, que se arguyera que el Judicial sigue tan sometido al Ejecutivo como lo estuvo durante los regímenes del PRIAN; pero semejante falacia se cae por sí misma si se observa la cantidad de amparos adversos a la política gubernamen­tal que han cosechado numerosos integrante­s de la oligarquía derrotada, desde los que gestionaro­n Claudio X. González, Gustavo de Hoyos Walter y otros para frenar las obras del nuevo aeropuerto en Santa Lucía, hasta los que gestionó Emilio Zebadúa, operador principal de Rosario Robles, para impedir su detención. navegacion­es@yahoo.com http://navegacion­es.blogspot.com

Twitter: @Navegacion­es

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